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Lucha contra la miseria, tres sexenios perdidos

El universal

En los últimos 30 años prácticamente no ha habido un cambio notable, señala Naciones Unidas.

Cruda, dura, ominosa, pertinaz. Es pobreza, es real y pareciera indestructible.

Nunca en la historia moderna de México se había destinado presupuestos mayores para combatirla y nunca los resultados habían sido tan pobres o poco atribuibles a la política pública.

Según un reporte del Centro de Estudios de Finanzas de la Cámara de Diputados, durante los sexenios de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox se destinaron 6 mil 990 millones de millones de pesos, casi la mitad del gasto programable en promedio, a programas sociales, de educación, salud, infraestructura, desarrollo regional y seguridad social, pero el país sigue estancado en el mismo nivel de pobreza que en los años setenta.

“En los últimos 30 años prácticamente no ha habido un cambio notable en las condiciones de pobreza”, confirma Rodolfo de la Torre, director de la Oficina Nacional del Informe de Desarrollo Humano del Programa de la Organización de las Naciones Unidas, “debido a que en estos últimos años sólo hemos podido corregir las consecuencias” de la crisis económicas recurrentes de los ochenta y noventa.

Agrega que la disminución de la pobreza en el sexenio pasado, de 53 a 43% de la población se debió a las “mejoras en las condiciones laborales” y no a los programas de Gobierno que alivian, pero no combaten pobreza.

En El Cardonal todos son pobres

Agua Florida, en El Cardonal, Hidalgo, pareciera prueba de esta parálisis en el tiempo.

El progreso es casi imperceptible en esta pequeñísima comunidad ñahñú, enclavada en el Valle del Mezquital y a la cual sólo se accede trepando caminos inhabilitados por los deslaves y lo accidentado de la carretera que corre a mitad de la sierra.

Es la zona más pobre de Hidalgo y ahí, precisamente, arrancó de manera oficial hace una década el programa de combate a la pobreza conocido como Progresa y rebautizado Oportunidades por el ex presidente Vicente Fox.

“El Progresa, que combina educación, alimentación y salud, se lanza a nivel nacional en El Cardonal, Hidalgo, una zona muy pobre por sus condiciones orográficas, por su alto contenido de población indígena y en la que se da un fenómeno de expulsión hacia el extranjero muy alto”, señala David Penchyna coordinador regional de Progresa en su momento y hoy secretario de Desarrollo Social de Hidalgo.

Indica que al focalizar el combate a la pobreza se pretendía romper con el círculo intergeneracional de la miseria.

Pero a diez años de distancia, todos en la comunidad son pobres.

Los cerca de 60 habitantes de Agua Florida, aún hablan otomí entre sí, subsisten de sus cultivos y están a horas de distancia de la secundaria, del centro de salud o del Espíritu donde reciben el dinero de Oportunidades y los envíos de efectivo de los que se fueron para “el otro lado”.

Probablemente eso último es lo único que ha cambiado en La Florida: la entrega bimestral del apoyo monetario y las casas de cemento que sustituyeron sus viviendas de cartón y lámina.

Esteban Peña, nacido allí, pero que ha pasado una tercera parte de su vida de ida y vuelta entre Estados Unidos y la localidad, es uno de los pocos hombres en la ranchería por estos días.

A golpe de remesas construyó para su esposa y cuatro hijas, una casita de dos pisos, que aunque carece de acabados, remates dorados o loseta en el suelo, es símbolo de prosperidad.

Todas las viviendas de La Florida lucen como en obra negra, mientras que las antiguas casas de lámina sirven de gallineros o bodegas.

Esteban, de 33 años de edad, migró a los 16 “por lo mismo que no había mucho, lo que sembrábamos era lo único que teníamos”.

Tenían y tienen. Hace un año que volvió, pero no ha logrado encontrar empleo.

A lo más, chambitas de albañilería de dos a tres días porque ya ni siquiera en La Florida se está construyendo porque todos tienen sus casas. Se ayuda, pues, con las becas bimestrales que reciben sus hijas a través del programa de Oportunidades.

Pero no es el único.

“Lo que nos dan de apoyo de mis hijos es para comprar algo de lo que les piden en la escuela, algo para ellos y si sobra es para comprar de comer; un kilo de azúcar, verdura, jabón y luego lo del pasaje” explica Florencia, madre de cinco y cuyo esposo está en Estados Unidos.

Ni Progresa ni Oportunidades han sido capaces de generar aquí opciones reales de sustento.

“La prueba de fuego de cualquier programa de combate a la pobreza es que si se retira, las personas mantengan una situación de no-pobreza”, señala Rodolfo de la Torre y agrega que esto es posible únicamente con opciones productivas.

Indica que estas circunstancias “son poco comunes en nuestro país por lo que los programas sociales en realidad sólo permiten pasar de un tipo de pobreza a la otra, sin lograr cruzar por completo la línea”.

Esteban, por su parte, ya decidió nuevamente dejar la comunidad: “pienso mucho en ir, la última vez batallamos mucho, nos congelábamos, fue mucho sufrimiento, pero estoy pensando en mis hijas que quiero que sigan estudiando, que no sean como yo que me quedé en la primaria”.

Los niños de Agua Florido, en su mayoría ya tienen secundaria, pero planean cruzar porque la escuela, dicen, no garantiza nada.

El resabio de Solidaridad

Si el progreso no se coló en la zona indígena hidalguense, la solidaridad no se infiltró por todo Valle de Chalco.

En este municipio, donde el ex presidente Carlos Salinas impulsó su política social a inicios de los noventa, todo está a medio terminar.

Llegó el agua, la electrificación, pero a chorros de agua se contiene la tierra suelta de las calles sin pavimentar y en colonias enteras no hay drenaje.

“¡Veintisiete años viviendo en esta colonia y presidentes entran, presidentes salen y no nos pavimentan!”, exclama Leonor Campos quien, aún así, no oculta sus simpatías por Carlos Salinas, porque aunque con su partida pararon los apoyos a Valle de Chalco Solidaridad como lo renombraron, lo que sí quedó fue la semilla política del programa.

En las afueras del municipio, en Xico, se alternan la basura, la tierra suelta, el graffiti, el abandono y la rabia de la pobreza urbana.

Silvia Ventura, habitante de la calle Emiliano Zapata, sin aceras, pavimento y con zanjas abiertas en sus costados, se queja apenas percibe la grabadora: “¡nuestros abuelos, nuestros padres, nosotros, nuestros hijos, nuestros nietos, seguimos igual, pobres, si no, no viviéramos aquí!”.

Condenados a quedarse ahí han decidido construir su propio drenaje aunque ello signifique vivir entre construcciones y con puentes provisionales para ingresar a sus hogares como lo hace Yolanda, la hermana de Silvia.

“No hay suficiente coordinación, a veces ni siquiera en los programas federales y mucho menos en los estatales y municipales para dar una atención completa a la población que lo necesita y así dependiendo del municipio uno puede recibir un tipo de ayuda o no. Eso hace la diferencia entre ser pobre y no serlo” sentencia De la Torre.

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