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Subsisten venta de hijas y poligamia en Oaxaca

En teoría, San Martín Peras está catalogado como uno de los municipios más pobres de todo el país. Pero en los hechos hay dinero, al menos el suficiente para comprar mujeres y organizar magnas fiestas en caso
de que el interesado en una adolescente quiera casarse. (El Universal)

En teoría, San Martín Peras está catalogado como uno de los municipios más pobres de todo el país. Pero en los hechos hay dinero, al menos el suficiente para comprar mujeres y organizar magnas fiestas en caso de que el interesado en una adolescente quiera casarse. (El Universal)

El Universal

En San Martín Peras es común que los padres vendan a sus hijas y que tengan varias familias.

Vender a las hijas en plena adolescencia y unirse con varias mujeres a la vez, son prácticas “normales” en San Martín Peras, Oaxaca.

Los funcionarios de la presidencia municipal de esta comunidad mixteca, ubicada a 295 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, intentan ocultarlo. Opinan que la poligamia -unión parental de más de dos personas en una misma casa- es una práctica aislada que sólo ocurre cuando un hombre requiere de la ayuda solidaria de varias mujeres para poder apoyar en el negocio familiar.

Sin embargo, en este pueblo de 12 mil 406 habitantes todo se sabe, así que el intento de las autoridades por que este fenómeno permanezca en la intimidad de las viviendas es imposible. La mayoría de los habitantes conoce a quienes viven estas historias de amor compartido, que son, más bien, comunes.

En teoría, este municipio de la sierra oaxaqueña está catalogado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) como el cuarto municipio más pobre de todo el país. Pero en los hechos aquí hay dinero, al menos el suficiente para comprar mujeres y organizar magnas fiestas en caso de que el interesado en una adolescente quiera casarse.

Fidel Méndez, párroco de la comunidad, dice que los papás suelen vender a sus hijas cuando tienen entre 13 y 15 años de edad. El costo varía entre los 40 y 90 mil pesos y si hay boda el novio gasta alrededor de 200 mil pesos, pues debe ofrecer comida para todos, música en vivo, cervezas y mezcal al por mayor.

Pero quizá ambas prácticas catalogadas como parte de los usos y costumbres comiencen a desaparecer. Por lo menos ya hay indicios de ello, pues las nuevas generaciones de mujeres, sobre todo, las que han podido estudiar secundaria, se resisten a seguir con esta práctica ancestral.

El cura de este pueblo es el mejor testigo de esos encontronazos generacionales, pues a su Iglesia ubicada en el mero centro, llegan los padres de las muchachas a solicitar su presencia para el casorio y las adolescentes a suplicarle que no las una en matrimonio.

A pesar que les ha expresado su rechazo a los padres por la corta edad de las jóvenes, el sacerdote ha tenido que acceder para no ganarse el odio de los habitantes.

Los papás llegan a la iglesia donde se adora a San Martín de Tours con el argumento de que sus hijas “ya están buenas pa´ tener hijos” porque después de que cumplen los 20 años la “demanda” disminuye.

Pero el padre explica que también han llegado a su parroquia algunas adolescentes llorando para suplicarle que impida la boda que su padre les arregló sin su consentimiento porque tienen otros planes: estudiar y salir de ese pueblo.

“Una vez vino una niña de 13 años para pedirme que interviniera y convenciera a su padre para que no la casara. Le dije que si estaba segura de su decisión yo hablaría con su padre y un día llegó toda golpeada, pero me dijo que ya había arreglado su asunto, que ya no se iba a casar”.

“El origen de todo este problema -dice el religioso- es que aquí la mujer es poco valorada y discriminada”.

La presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), Rocío García Gaytán, destaca que los matrimonios arreglados por una vaca y un cartón de cerveza son costumbres arraigadas en México.

Dice que respeta los usos y costumbres de las comunidades indígenas, “pero cuando se violan los derechos humanos de las mujeres debe aplicarse la Ley”.

La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) asegura que la poligamia no ha sido objeto de estudio, por lo que no hay datos que permitan saber si los mixtecos son los únicos que la practican.

En espera de Juan

Matilde, de 18 años, una indígena mixteca y Teresa de 22 años, una indígena triqui, esperan impacientes el día en que llegue Juan Ramírez, su pareja.

Las dos aman al mismo hombre, pero no tienen la certeza de cuándo será el regreso, pues huyó del pueblo en compañía de una tercera mujer, otra indígena de 14 años llamada Rosa.

En una casa rústica, oscura y fría vivía hasta hace un mes Juan a sus tres mujeres. Pero una tarde, sin más, agarró sus cosas y a Rosa a punto de parir a su primer hijo.

Ellas dicen, un poco molestas, que no saben cuándo volverá, aunque en el pueblo se rumorea que regresa por las noches a escondidas para ver a sus otras dos mujeres y a los tres hijos que procreó con ellas. Dicen que la Policía lo busca por estar supuestamente involucrado en negocios ilícitos.

Matilde y Teresa al parecer, se llevan bien, platican y de vez en cuando se miran con una sonrisa cómplice. Comparten no sólo un techo sino la educación de sus hijos y el negocio de venta de gasolina que les “heredó” Juan.

Con Teresa, Juan se casó y tuvo dos hijos, luego llevó a su casa a Matilde, con quien tiene otro hijo y a la tercera, a Rosa, con quien huyó, la incorporó a la familia desde hace ocho meses.

El padre Fidel Méndez explica que en estos casos, los hombres se suelen casar con la primera mujer por el civil y por la iglesia y a las demás las llevan a vivir a su casa sin ningún compromiso legal o religioso de por medio y con el conformismo, aunque sea a regañadientes, de la esposa.

Pero Juan no es el único. Nicolás Ortiz también eligió a tres mujeres, aunque, por lo pronto, vive sólo con una de ellas, pues a la segunda los lugareños aseguran que la mandó a trabajar a Estados Unidos -regresará el próximo invierno- y la tercera regresó a su casa materna que se ubica en un poblado próximo, pero va de vez en cuando va a visitarlo.

Francisco Ramírez pretendía también reunir a su harén, pero su esposa se negó. Se casó con ella y tuvo dos hijos, pero después Francisco se enamoró de una maestra y la llevó a vivir a su casa. Su esposa, furiosa, lo abandonó junto a sus hijos.

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