La muerte tomó en sus brazos a aquel hombre y lo llevó ante la presencia del juez de las almas, dispensador del premio o del castigo.
El juzgador le mostró al hombre una balanza y le ordenó que en uno de sus platillos pusiera el bien que en la vida había hecho, y en el otro el mal.
Obedeció el hombre. Y sucedió que el fiel de la balanza quedó en el centro justo. Las obras malas que el recién llegado había hecho en la tierra igualaban a las buenas.
A pesar de su infinita sabiduría el juez quedó perplejo. ¿Qué haría con aquel hombre, bueno y malo por igual? ¿Qué debería privar en este caso: la justicia o la misericordia?
Habló entonces el ángel custodio del hombre:
-Señor: nunca golpeó a un niño o a una mujer. Jamás le faltó al respeto a un anciano. Nunca maltrató a un animal.
El juez de las almas se volvió al hombre y le dijo:
-Entra en mi casa. Eso te ha salvado.
¡Hasta mañana!...