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Rumbo al Centenario de El Siglo

Rumbo al Centenario de El Siglo, una charla con el periodista y escritor Armando Fuentes Aguirre 'Catón'

Dialogó sobre su visión del periodismo y el cariño a esta casa editora

PATRICIO DE LA FUENTE

En una nueva entrega de las entrevistas Rumbo al Centenario de El Siglo, charlamos con el periodista y escritor mexicano Armando Fuentes Aguirre “Catón”, quien dialogó sobre su trayectoria, su visión del periodismo y el cariño que le tiene a esta casa editora, además de relatar distintas anécdotas sobre la profesión.

Estamos muy agradecidos esta tarde de estar en Radio Concierto. Nuestro entrevistado ya nos platicará de estos 25 años que van a celebrar. Para El Siglo de Torreón es un verdadero honor el poder conversar con un personaje, con un hombre que no necesita presentación: don Armando Fuentes Aguirre “Catón”. Don Armando, estamos muy contentos porque la historia de El Siglo de Torreón y la historia de don Armando van en conjunto. Así como, por ejemplo, yo no puedo disociar a su amado Saltillo de toda su obra periodística y literaria, tampoco puedo disociar mis recuerdos de infancia en El Siglo de Torreón.

Siento un extraordinario cariño por El Siglo de Torreón y venero -es la palabra única que puedo usar- la memoria de don Antonio de Juambelz. Debo decirlo, como se dice, para abrir boca. Yo escribo en más de un centenar de periódicos en todo el país; de todos esos periódicos, estoy hablando de más de cien, el único al que fui yo a pedir escribir en él fue El Siglo; todos los demás me llamaron. A El Siglo de Torreón fui yo a pedir el honor de escribir en el periódico, de que mis columnas aparecieran y por eso siento especial afecto y me considero honrado por el hecho de que mis columnas aparezcan en ese gran medio lagunero que tampoco yo puedo disociar de la figura de don Antonio de Juambelz, un prócer del periodismo mexicano, un hombre ejemplar en todos sentidos y un sabio periodista de quien aprendí numerosísimas lecciones.

¿Don Armando, a veces por no preguntar no llegamos a la verdad. Y hace rato, usted me preguntó si todavía aparecían en El Siglo sus columnas firmadas bajo el pseudónimo de Camorra, a lo cual contesté que sí. ¿Por qué no platica a los lectores a qué se debe eso?

Bueno, yo pienso que puedo platicarles desde el principio. Vale decir, contar por qué soy periodista. Yo era un joven estudiante en la Ciudad de México, estudiaba en la Universidad Nacional la carrera de Derecho. Vale decir que mi propósito era convertirme en abogado y desde entonces tenía una afición que conservo hasta la fecha: el gusto por la ópera, ese género extravagante y absurdo en que la gente canta con un puñal en el corazón. Me las arreglaba para distraer algunos pesos de mi exigua mesada de estudiante para ir a las funciones de Bellas Artes. Podría comprar la última butaca de la última fila del último piso; desde ahí arriba los cantantes se veían de este tamaño y a veces así era. Una noche salimos de la función, la gente subía a sus automóviles, se marcha, y quedamos frente al pórtico de Bellas Artes un señor de edad ya madura y yo. Llovía torrencialmente, pasaba la medianoche, debe haber sido una ópera larga y no había taxis y ahí estábamos los dos esperando y de pronto, oh milagro, aparece un taxi libre y hace alto en el semáforo en rojo. Los dos corrimos hacia el taxi: el señor de edad madura y yo.

Me aproveché villanamente de mis 20 años y llegué primero al taxi y subí y el señor se quedó afuera, entonces yo oí una voz y, con perdón de quienes ven y escuchan esta entrevista, voy a decir lo que esa voz me dijo. Me dijo: “cómo eres cabrón”. Era la voz de mi conciencia y entonces le dije al taxista: ¿no tendría inconveniente en llevar también a ese señor?”. Me dijo que no, que para él eran dos dejadas, bajé el cristal de la ventanilla y le dije “señor, ¿no quiere compartir el taxi? Y claro, aceptó agradecido. Me dejó el taxista a mí y ahí terminó todo, pero todo comenzó.

Un par de meses después me vuelvo a topar con el señor a la salida de otra función de ópera y me reconoce y me dijo: “usted fue el joven que compartió conmigo su taxi la otra noche. Permítame corresponder a su amistad”. Me invitó un café, hicimos comentarios y eso se fue repitiendo función tras función.

El señor era el crítico de arte de la Cadena García Valseca, que era la organización periodística más importante del país. Él hacía las crónicas de la función de ópera. Un día me dice: “oiga, Fuentes, yo no voy a poder venir la próxima función, ¿por qué no escribe usted la crónica?”.

Yo pensé que me caía de espaldas y le dije: oiga, pero yo no sé de opera. Me dijo: “ya me he dado cuenta que no sabe, pero tiene la habilidad de hacer creer que sabe”. Hice la crónica, la llevé al periódico, me levanté a las tres de la mañana para esperar la salida del diario y ahí venía mi crónica, no le habían cambiado una sola letra y entonces sentí por primera vez esa sensación casi orgásmica de ver en letras de molde lo que uno escribió.

Las cosas se pusieron mal en mi casa de Saltillo, mi padre sufrió un infarto, tuvo que dejar de trabajar. Entonces debí regresar a mi ciudad a echar el hombro en la casa. Fui a despedirme del señor y me dice: “¿y qué va a hacer allá en Saltillo?” “Supongo que buscaré trabajo con algún abogado”, respondí. Me pregunta: “¿no ha pensado en escribir en periódicos? El coronel García Valseca tiene un periódico en Saltillo”. Jamás me había pasado por la mente la idea de escribir en un periódico. Me dijo: “le voy a dar una carta de recomendación”. Regresé a Saltillo, busqué trabajo con todos los abogados que había en la ciudad, todos tenían ya su barrilete -así se llama el asistente de los abogados o se llamaba- y yo tenía que trabajar y me acordé de la carta que me había dado aquel señor y con ella me presenté ante el director de El Sol del Norte, así se llamaba el periódico que tenía el coronel en Saltillo. Abre la carta, la lee y vi que se demudó y con voz casi temblorosa me preguntó: “¿y de qué quiere trabajar? “Y yo respondí con la frase mágica que te abre la puerta de cualquier trabajo. Le dije: “de lo que sea” y su expresión se alivió. Después entendí su primer sobresalto y su posterior alivio. Aquel señor, aquel buen señor, me había conseguido una carta de recomendación firmada por el coronel García Valseca.

Si hubiera pedido la chamba de subdirector, de jefe de redacción, de gerente, me la habrían tenido que dar porque me recomendaba el dueño del periódico. Pero me dieron algo mejor: el director me puso de corrector de pruebas, que era un trabajo de taller, no de la redacción, y entonces tuve por compañeros a aquellos beneméritos tipógrafos, prensistas, formadores herederos de la gran tradición de Gutenberg, que me enseñaron el oficio, me adoptaron como a una pequeña mascota y me decían cómo hacer las cosas. Lo mejor de todo es que al terminar la jornada de trabajo, a eso de la una de la mañana, me llevaban con ellos a los insignes sitios que frecuentaban, beneméritas cantinas y otros lugares de mayor entidad cuya calidad no puedo mencionar aquí por tratarse de un medio prestigioso.

Yo estaba en el paraíso, pero a mis padres no les gustaba que trabajara de noche. Iba a dar a la casa de ustedes a las cinco o seis de la mañana y me pedían que buscara algo de día. Un día el director me ofreció un puesto de reportero y lo acepté, no porque me gustara sino porque quería satisfacer la inquietud de mis padres. Empecé como reportero de policía, luego me fueron pasando a otras fuentes de mayor calidad y un día se me ocurrió hacer una columna y se la llevé al director. La leyó y su comentario fue el siguiente: “mmm”, ese fue su comentario. Le llevé otra al día siguiente y otra y otra y otra y el mejor comentario que oí de él fue: “no están mal, pero podrían estar mejor”. Yo me esmeraba en hacer mejor mi texto y un día llegó al café donde nos reuníamos los reporteros y uno de ellos dice: “¿ya vieron la columna que viene en El Sol? Está muy buena”. ¿Quién la firma? Pregunté, y me dijeron: “la firma un tal Catón”.

Pedí el periódico, era una de mis columnas. Me fui a hablar con el director, quien me dijo que mi columna saldría todos los días. Le pregunté: oiga, ¿y eso de Catón? Me dijo: así te vas a llamar. Con esto estoy confesando quizá por vez primera que yo no escogí el pseudónimo de Catón y también por primera vez confieso que no me gusta porque la palabra Catón termina en ‘on’ y todas las palabras que terminan en ‘on’ son pesaditas, pero terminé por resignarme al apodo.

Cuando llego yo a El Siglo, don Antonio no firmó mi columna con el pseudónimo Catón. Él era sumamente celoso de la originalidad y la personalidad de su periódico y no quería tener un columnista que estuviera en otros periódicos y aunque yo estaba ya en otros periódicos, El Siglo es el único periódico en todo el país donde no me llamo “Catón”, ahí me llamo Armando Camorra. Esa es la historia.

Don Armando, ¿en qué momento se da cuenta usted de que ya es una figura pública?

El periodismo supone una constante interlocución con los lectores, pero generalmente el periodista no es noticia hasta que pasa a otros niveles. Tendría que hacer otra confesión para explicar eso. Cuando llego yo a Saltillo, lo primero que hice fue buscar trabajo de profesor, porque ya había yo dado clases en pequeñas academias, en colegios para niños y fui a hablar con el rector de la universidad para pedirle clases y me dijo el rector: “no, eso es imposible, en primer lugar las clases no las doy yo, las da el sindicato y hasta donde yo sé, todas las plazas de maestro están ya ocupadas, de modo que no hay clases”. Un par de meses después empieza a salir la columna firmada por Catón y era una columna sumamente crítica. Fue quizá la primera en la ciudad que se atrevió a criticar al gobernador, a criticar a los altos funcionarios de gobierno, pero el director me había encargado que nadie supiera quién era Catón, de tal modo que yo guardaba silencio sobre eso. Llegó la fecha del aniversario del Ateneo Fuente, que es una institución educativa muy importante para Saltillo y fui yo como reportero a cubrir la velada de aniversario. Obviamente fue el gobernador y estaba también el secretario general de la universidad, que había sido maestro mío en la preparatoria. Yo lo respetaba y le tenía afecto. Ese maestro me toma por el brazo y me lleva aparte y me pregunta: “Oye, Armando, tú que estás en El Sol del Norte dime quién es Catón”.

A mí se me hizo muy cuesta arriba engañarlo u ocultarle la verdad porque lo respetaba mucho y tuve que confesarle la verdad. Le dije: “maestro, pues soy yo”. Esa noche era sábado, al día siguiente por consecuencia era domingo, a eso de las 10 de la mañana recibo un telefonema de la secretaria del rector que quería hablar conmigo y me citaba en su casa. Fui a su casa y ya había clases para mí por la columna, entonces ahí está la respuesta a la pregunta. Entonces me di cuenta de que ya era yo una figura pública.

Llamar al poder a cuentas. Cada periodista creo, don Armando, tiene una historia en particular con el poder político en México. Usted ha sido a lo largo de varios sexenios un crítico del poder público. Tratamos políticos, hablamos con ellos, los cuestionamos.

Yo debo decir que he procurado mantenerme lo más lejos posible del poder. Un viejo periodista decía: “hay que estar lejos de El Príncipe, o sea, del que manda, y tratar con él solo lo estrictamente necesario para la profesión”. Debo decir que no he tenido mayores problemas. En México gozamos todavía, por fortuna, de un amplio margen de libertad de expresión. Ha habido, claro, tragedias, muertes violentas de numerosos periodistas, pero los más de ellos no tienen que ver con la actividad política sino con la actividad de la delincuencia.

No he sufrido censuras ni por parte del poder político ni por parte, menos aún, de mis editores. He sido objeto, a veces, de hostigamiento, de acoso por parte de algún gobernante, pero no ha llegado a mayores. Lo que me preocupa ahora en este régimen, en el sexenio actual, es que quienes hacemos crítica al presidente, aparecemos en una lista que el mismo presidente da a conocer en sus comparecencias mañaneras. Eso es una sutil advertencia, una amenaza disfrazada de estadística. “Fulano me ha criticado cinco veces en este mes”, y eso que aparentemente es solo una prueba que da el presidente de la República por las críticas que sufre, tiene un contenido fuerte y ominoso que no se había visto en los sexenios del PRI o del PAN y que ahora estamos viendo con preocupación.

Pienso que de los dichos se puede pasar a los hechos y que esa advertencia velada a los críticos del presidente se puede convertir después en censura y eso es muy peligroso para un país como México en que la vida corre riesgo. La actividad del periodista debe ser ante todo una piedra en el zapato para quienes tienen poder. Es la voz de la sociedad, es la palabra de los que no pueden decir su palabra y entonces cualquier amenaza a esa libertad de expresión constituye algo muy grave para cualquier país. Sobre todo las palabras. Hemos perdido, es muy importante rescatar el cuidado con el que debemos pronunciar las palabras. Desde ciertos púlpitos, esos púlpitos que son además megáfonos. Muchas personas interpretan que lo que sale de esos púlpitos es la verdad cuando no necesariamente lo es.

Y el problema es que lo que es una crítica, el poder lo ve como un ataque y mira en él una suerte de conspiración. Los tiempos han cambiado, yo hice crítica, por ejemplo, de Díaz Ordaz y crítica que podría calificar de feroz por el coraje que produjo Tlatelolco o El Halconazo, etcétera. Ni siquiera en ese tiempo fui objeto de hostigamiento o de acoso. Se entendía la labor del periodista. Tengo una anécdota relativa a la persona de alguien que fue un extraordinario gobernador, entre los mejores que Coahuila ha tenido, y era lagunero: don Braulio Fernández Aguirre, que dejó una memoria gratísima aquí en nuestra ciudad, en Saltillo.

Una  vez me presentó con el presidente Díaz Ordaz en cierta ocasión que el mandatario vino a Saltillo y le dijo una frase que no se me olvida: “le presento al licenciado Armando Fuentes Aguirre, señor presidente. Es periodista y nos fustiga, pero nos ayuda”. Miren qué frase para ser dicha por un gobernante en relación con un periodista. “Nos fustiga, pero nos ayuda”. Es decir, sus críticas nos ayudan a gobernar.

La labor del periodista se ve entonces como coadyuvante de una labor de buen gobierno y no como lo ve el presidente actual, como un adversario, como un enemigo, como alguien que está conspirando contra él. Vale decir que la disidencia actualmente en nuestro país no es vista como una labor de un profesional sino como la agresión de un enemigo y eso entraña peligros y riesgos grandes.

A ver, regresando al inicio, estamos en Radio Concierto, cumplen 25 años. Sus inicios como ese joven amante de la ópera que iba a Bellas Artes. La música clásica y la ópera siempre han estado ligadas con usted. Radio Concierto es un esfuerzo titánico y muy exitoso, además, estas instalaciones apostadas en el Centro Histórico de Saltillo representan el rescate del acervo familiar de Armando Fuentes Aguirre. Cuéntenos un poco de esta casona.

Yo sentí siempre por la radio una fascinación extraña. Tengo un recuerdo quizá de 80 años de antigüedad, era yo un pequeñito de tres años y me maravillaba esa caja, el aparato de radio de donde salían voces y música. Yo pensaba que dentro de esa caja había hombrecitos y mujercitas diminutos que hablaban y cantaban y decían cosas. Desde entonces la radio me fascinó, tanto que a los 14 años pedí hacer un programa de música clásica en una estación local y tuve que ir a sacar mi licencia de locutor en una serie de exámenes que duraron un par de días y cuando quien era entonces el director de radio de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas que se llamaba Eugenio Méndez Docurro, me entrega mi credencial y me dice: “es usted el locutor más joven que hay en México”, porque tenía yo 14 años de edad. Yo tenía el sueño de tener mi propia estación de radio y cuando pude tenerla, hice una estación de radio de música clásica. El lema de nuestra estación es transmitir lo más popular de la música clásica y lo más clásico de la música popular. Lo hacemos las 24 horas del día, los siete días de la semana.

Tenemos problemas económicos porque una estación de ese tipo, cultural no puede tener anuncios y sobrevivimos gracias a personas de buena voluntad. Tenemos colaboradores que nos apoyan y que no perciben salario alguno por su trabajo. Llega la época del pago de la nómina de los que sí perciben un salario y andamos buscando a ver de dónde va a salir para eso y me dice mi esposa: “yo sé que Radio Concierto era tu sueño, pero ese sueño te está quitando el sueño”. Pero ahí vamos y el próximo febrero, Dios mediante, cumplimos 25 años de decir “Radio Concierto: en el aire música que no se lleva el viento”.

Hace usted una gran mancuerna con su esposa, una sociedad muy padre. Sé que fue usted muy aguerrido, muy rápido para pronunciarse. ¿Cómo la conoció?

Yo ya estaba trabajando en el periódico como reportero y todos los días iba a mi trabajo en un cochecito, no diré de segunda mano, era de tercera, cuarta o quinta mano, pero salió bueno el cochecito. Nunca se descomponía hasta que una tarde se descompuso y entonces por primera vez tuve que ir a mi trabajo en autobús. Unas esquinas después de subir yo, subió al camión una hermosísima muchacha de ojos de luz y larga trenza rubia.

Entonces yo supe en mi interior que me iba a casar con ella. Ni siquiera la conocía. Bajó ella del autobús, bajé yo también, la seguí y le dije: ¿me permites que te acompañe? Ella un poco desconcertada respondió: “está bien” y yo le dije: pero que te acompañe toda la vida. Ella se rio, salimos los siguientes días y una semana justa después de haberla conocido le propuse matrimonio y me aceptó. Si Dios nos conserva la vida y la salud, mi adorada esposa María de la Luz y yo, el próximo día 19 de diciembre cumpliremos 57 años de casados. Ella, imagino, está involucrada con su proceso creativo. Desde luego es mi inspiración principal.

¿Cuántas musas tiene don Armando? ¿Y Catón? Porque existen dos personajes.

Sí, pero ella siempre es la inspiración. No solo es mi compañera, es también mi valiosísima auxiliar en mi trabajo. Yo hago lo más fácil que es escribir y ella se encarga de distribuir el material y de ordenarlo, de clasificarlo, etcétera. Vale decir que yo hago lo más facilito y ella lo más difícil.

Viéndolos en un impreso, Armando Fuentes Aguirre y Catón se llevan  muy bien, son complementarios, pero son personajes totalmente distintos. Sin embargo, muchas personas creen que se trata de dos escritores diferentes y constantemente se confunden. Tengo mensajes, sobre todo de señoras, que me reprenden por los chistes y me dicen: “debería usted aprender de su compañero de a lado, don Armando Fuentes. Él sí es un hombre muy espiritual” y no saben que es la misma persona. Yo pienso que en cada uno de nosotros hay varias facetas, una de ellas es la faceta espiritual, formal o solemne y otra de ellas es un diablillo travieso que anda por ahí y que nos cuenta cuentos a veces picosos, etcétera, y conviven en nosotros esas dos personalidades y eso no quiere decir que haya alguna forma de esquizofrenia o de desdoblamiento de la personalidad, sino que vivimos en los dos ámbitos: el ámbito vital y el ámbito espiritual.

La vida del gozo y la vida de la reflexión y lo que importa es saber combinar esas dos facetas a modo de integrarlas a una sola personalidad. La pía sociedad de sociedades pías.

¿Ha tenido usted alguna suerte de crítica por lo colorado de sus chistes? A mí me parecen textos muy bien hilados porque con gran facilidad conviven chistes, reflexiones políticas y asuntos cotidianos. Ambas columnas, Mirador y De Política y Cosas Peores, siempre nos dejan qué reflexionar.

Bueno, me sucedió algo en Hermosillo, Sonora. Debo mencionar la ciudad. Cuando empezaron a aparecer mis columnas en ese periódico, El Imparcial de Hermosillo, un grupo de señoras de la alta sociedad se molestaron por los cuentos y decidieron juntar firmas para pedirle al director que dejara de aparecer mi columna. Pensaron que la primera firma que deberían recoger era la del obispo de la diócesis, que en ese tiempo era don Carlos Quintero Arce, y fueron con el obispo a pedirle su firma. Y les dijo don Carlos: “miren, señoras, si firmara yo su petición, sería el hombre más hipócrita del mundo porque esa columna de El Imparcial es la primera que leo cada mañana”. Ahí se acabó la petición de firmas.

Don Armando, usted tiene un amplio conocimiento histórico. La Otra Historia es una aproximación realista de múltiples acontecimientos. ¿Por qué la tituló así? Cuéntenos un poco de esa serie.

Porque es una versión completamente diferente de la mentirosa y falsa historia oficial. Eso se lo debo a un gran historiador. Me sucedió algo que creo que debo contar también. He dado conferencias hasta para cinco mil personas en un estadio, en un gimnasio; ninguna de esas conferencias me costó tanto trabajo como la que di en una ocasión para un solo espectador.

Me contrataron para ir a Monterrey a dar una conferencia y la persona que me invitó me llevó en su automóvil al lugar donde la conferencia iba a tener lugar y me dejó solo en un vasto salón lleno de trofeos de cacería. Era una residencia elegantísima del sector más rico de la ciudad. Me llamó la atención ver que en el centro de ese salón había una pequeña mesa, atrás una silla y frente a la silla y la mesa, un sillón. De pronto se abre la puerta, entra un caballero elegantemente vestido y se sienta en el sillón.

La persona que me había llevado me dice: “ya puede usted empezar” y digo, oiga, ¿y el público? Y me dice: “él es el público”. Después me enteré que era un riquísimo empresario, que por quebrantos en sus negocios había entrado en una especie de depresión y alguien le dijo que quizá si me oía se le aligeraría el ánimo. Entiendo que después de oírme quedó más deprimido, pero de cualquier modo yo ocupé la silla, solté mi rollo, el señor se mostraba contento con lo que yo estaba diciendo, al final me aplaudió cortésmente y me entregó un paquetito a modo de regalo.

Yo pensé que sería una caja de jabones, lociones, algún estuche de viaje y al llegar a mi casa, la de ustedes, abrí aquello con la curiosidad de quien ha recibido un obsequio y no eran jabones ni lociones, era una colección de casetes: Curso de Historia de México por el profesor Eugenio del Hoyo. Era un maestro zacatecano que se había avecindado en Monterrey y era maestro de una institución de educación superior. A mí nunca me había interesado la historia, jamás. Yo cursé la materia de historia de México en la secundaria, en la preparatoria, como se cursa una asignatura aburrida llena de nombres, de fechas, de planes de batalla, constituciones, esto y aquello, pero cursé la asignatura para aprobarla. Estudiaba para el examen y al día siguiente del examen me olvidaba de toda aquella lista de nombres y de fechas. Tuve que hacer un viaje largo en automóvil manejando yo mismo y solo, y entonces por curiosidad me llevé el primer casete de ese curso de historia. Oírlo fue un deslumbramiento, lo que contaba aquel sabio profesor era algo totalmente diferente a lo que mis maestros me habían relatado y oí todo el curso y de ahí nació el interés por entender, y después por estudiar y luego por investigar.

Se me ocurrió hacer una columna que se iba a llamar así: La Otra Historia de México. Se la propuse al director de el periódico El Norte y no le interesó. “¿A quién le iba a interesar una columna diaria sobre historia? A nadie. Además, a ti la gente te identifica como narrador de chistes. ¿Cómo vas a aparecer ahora contando la historia de México?”, dijo. Pero yo traía un as escondido en la manga, traía un argumento Aquiles, se llama un argumento Aquiles por el formidable héroe de La Iliada, de fuerza descomunal. Es un argumento que no se puede rebatir. Traía mi argumento y mi as bajo la manga y entonces le dije al director: por esa columna no te voy a cobrar ni un centavo, y empezó a aparecer esa columna, La Otra Historia de México. Desde la primera semana de su aparición fue, como se dice en lengua de béisbol, un hitazo. La gente la empezó a leer, se empezó a interesar en aquel relato inspirado en las enseñanzas de aquel maestro que daba una versión diferente y yo propuse la versión de los vencidos, es decir, de los que no escribieron la historia porque siempre se ha dicho que la historia la hacen los vencedores. En realidad, la deshacen, como es la versión oficial de nuestra historia.

Un día recibo un telefonema, pero antes yo había querido publicar eso en forma de libro y hablé con un editor de Monterrey. Le dije: no te voy a cobrar derechos ni regalías, te regalo la obra, lo que quiero es que aparezca en forma de libro y él me dijo: “no, mira, los libros que se publican con material ya publicado en periódicos no se venden, entonces no me interesa”. Le di las gracias, pero recibí aquel telefonema. Era del director de una importantísima editorial de la Ciudad de México, quería hablar conmigo y nos citamos en Monterrey en un restaurante de cabrito. Me dijo que tenían interés en publicar la obra y yo le dije: mire, le agradezco su interés, pero yo ya hablé con un editor y me dice que lo que ha salido en periódicos no se vende como libro y esto ya salió en periódicos. Dijo: “con perdón del editor con el que usted habló, no sabe de ediciones. Le ofrecemos tanto por los derechos y tanto de regalías”, y se publicó el primer volumen de La Otra Historia de México que fue Juárez y Maximiliano: La Roca y El Ensueño. Se han vendido varios cientos de miles, lo mismo que de los libros que prosiguieron: Hidalgo e Iturbide: La Gloria y El Olvido, Díaz y Madero: La Espada y El Espíritu, y una vida de Santa Anna, ese espléndido bribón y todos los libros tuvieron un gran éxito.

¿Qué implica ser cronista de Saltillo? Ya decíamos hace rato que en sus textos, Saltillo es un protagonista viviente. Usted habla y se expresa con un enorme amor sobre esta ciudad. La gente supone que el cronista atesora los secretos de la ciudad.

Yo soy cronista de Saltillo desde 1978, el cargo es honorífico, eso quiere decir que no percibo un solo centavo de honorarios o estipendio por el desempeño del cargo, pero el puesto es vitalicio, es decir, para toda la vida. Escribo una columna diaria en un periódico de Saltillo que es Vanguardia donde relato los hechos de nuestra ciudad y sirvo cuantas veces puedo para presentar las bellezas de Saltillo, explicar a los visitantes su historia, doy conferencias en las escuelas o viajo en representación de la ciudad para hablar de ella en otras ciudades. Es un puesto que quiero mucho y que me honra muchísimo. Otra anécdota, si me lo permiten. Cuando el papa Juan Pablo II vino por primera vez a México, fue a Monterrey y me invitaron a recibirlo en el aeropuerto. Estaba yo recién nombrado como cronista de Saltillo y don Alfonso Martínez Domínguez, gobernante, quizá quiso hacer una broma conmigo, estábamos esperando la legada del pontífice y en un grupito de personas me dijo: “oiga, Catón, ¿y esa chamba que le acaban de dar de cronista de Saltillo es muy importante?” y le dije: “mire, don Alfonso, no sé si sea muy importante pero una cosa le voy a decir: de todos los que vamos a estar aquí incluyéndolo a usted, nada más el papa y yo tenemos nombramiento vitalicio”.

De modo que quiero mucho al puesto de cronista, me honra muchísimo y lo desempeño con un gran cariño.

Don Armando, platíquenos un poco de la gran labor altruista que realiza su familia

Bueno, eso en verdad se debe a mi esposa. Yo saludo con sombrero ajeno cuando me piden que hable de esa labor porque en la que en verdad la lleva a cabo es mi señora. Principalmente se traduce en la existencia de un comedor para niños campesinos en que desde hace más de 40 años les damos la comida a todos los niños y jovencitos que asisten a la escuela, y a los ancianos de la comunidad a los que se les lleva su comida a su casa. Es una bella labor que mi esposa cumple, pero es algo de lo que no me gusta hablar porque hay un dicho que dice: hacer el bien con tambor, no le gusta a nuestro señor.

Don Armando, la inspiración para escribir diario. ¿De dónde sale? Sobre todo para escribir con lucidez y ocurrencia y el bis cómico, que es un recurso que no todos tenemos.

La verdad es que yo no creo en la inspiración. Preguntarme acerca de eso es igual que preguntarle a un albañil de dónde le llega la inspiración para poner un ladrillo sobre otro. Yo no me considero un artista de ninguna manera, la calidad de artista es una suprema calidad de alguien sensible, lleno de talento y de emoción; eso es ser un artista. Lo mío es una honrada artesanía, es el trabajo de todos los días, la disciplina de quien debe cumplir una tarea. De esa disciplina sí me ufano y sí me enorgullece, pero si yo, que escribo siete días a la semana cuatro columnas, 365 días al año con una sola excepción: cuando es año bisiesto, entonces son 366 en el año. Si esperara a que me llegara la inspiración para hacer mi trabajo, eso sería muy complicado, tengo que sentarme a hacer mi tarea. Edison decía que su trabajo era un 1 por ciento de inspiración, y 99 por ciento de transpiración, es decir, de trabajo. Yo ni siquiera espero que me llegue ese uno por ciento de inspiración, todos los días muy temprano en la madrugada cuando no suena el teléfono ni suena tampoco el timbre de la puerta, yo me siento a hacer mi tarea y la hago como un buen artesano que cumple su labor.

¿Cuáles son los pequeños placeres de don Armando Fuentes Aguirre? ¿Qué llena su vida?

Obviamente la lectura. Siempre he sido un lector voraz, tuve la fortuna de vivir, de nacer en una casa donde había libros. Mi padre y mi madre eran de condición modesta. Decir que éramos pobres sería melodramatizar, pero en mi casa no sobraba nada.

Mi padre era un modesto empleado de oficina, mi madre era ama de casa, el sueldo de mi padre era exiguo, pero yo no me explico cómo se las arreglaban para comprar un libro cada mes. Se alternaban en la selección del libro: un mes lo escogía mi mamá, el siguiente lo escogía mi padre. Mi mamá pedía libros principalmente de poesía y mi padre novelas de aventuras, y en mi casa había libros. Yo los veía con la naturalidad con que veía la silla o la mesa de la cocina o el sillón de la sala. Eran para mí parte del mobiliario de la casa y recuerdo que iba yo a las casas de mis amiguitos ricos, el hijo del banquero, del próspero comerciante, del importante industrial. Mi casa era pequeñita, tenía piso de barro, paredes encaladas, techo de terrado; las otras casas tenían piso de mosaico, paredes enyesadas, techo de tejas y yo salía de esas residencias compadeciendo a quienes vivían en ellas. Decía yo en mi interior: han de ser pobres, no tienen libros. Y no me equivocaba, eran pobres, lo único que tenían era dinero, pero en mi casa había libros. Yo empecé a leer quizá desde los cinco años, y los libros han sido para mí compañeros permanentes, lo mismo que la música.

Oigo música, sobre todo ópera. Me gusta también el ajedrez, aunque ya no lo juego con seres humanos porque me sucedía que cuando perdía jugando con algún amigo, me poseía un sentimiento de vergüenza, de rabia y eso no era bueno, pero cuando le ganaba yo al otro jugador era muy mal perdedor, porque entonces me llenaba de soberbia, entonces opté por dejar de jugar con adversarios de carne y hueso y ahora juego con la computadora. Cuando me gana le puedo mentar la madre impunemente.

¿Cómo cambió su vida con la pandemia?

La pandemia me interrumpió mis viajes de conferencias, que me temo eran demasiados porque buena parte de mi vida me la pasaba yo en los aeropuertos, los aviones, en los hoteles. Disfrutaba y sigo disfrutando mucho de mi contacto con el público, pero ciertamente la pandemia redujo en forma radical ese contacto y lo sigue reduciendo todavía.

Para mí es muy importante el contacto con mis lectores. Hay compañeros de oficio queme dicen: “me angustio porque no sé si lo que escribo lo lee la gente”, y yo no tengo esa angustia porque yo tengo contacto con mis cuatro lectores y me dicen palabras llenas de afecto, llenas de cariño y eso me fortifica, me da vida y me alienta a seguir en el trabajo.

Don Armando Fuentes Aguirre “Catón”, estamos verdaderamente honrados de poder celebrar los 100 años de El Siglo de Torreón y que usted haya aceptado ser parte de las entrevistas rumbo al centenario.

Al contrario, yo les agradezco a ustedes mis amigos y colegas de El Siglo que hayan venido hasta acá a recoger mis palabras. Quiero reiterarles mi gran orgullo de ser parte de la tradición de ese gran medio lagunero de comunicación y expresarles mi agradecimiento por seguir recogiendo mis escritos en las páginas nobles y prestigiosas de El Siglo de Torreón.

En una nueva entrega de las entrevistas Rumbo al Centenario de El Siglo, charlamos con el periodista y escritor mexicano Armando Fuentes Aguirre “Catón”, quien dialogó sobre su trayectoria, su visión del periodismo y el cariño que le tiene a esta casa editora, además de relatar distintas anécdotas sobre la profesión. (ARCHIVO)

En una nueva entrega de las entrevistas Rumbo al Centenario de El Siglo, charlamos con el periodista y escritor mexicano Armando Fuentes Aguirre “Catón”, quien dialogó sobre su trayectoria, su visión del periodismo y el cariño que le tiene a esta casa editora, además de relatar distintas anécdotas sobre la profesión. (ARCHIVO)

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