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e parece si vamos a la recámara a follar?". Eso le dijo el joven recién casado a su linda y atractiva esposa. La pregunta no habría tenido nada de particular de no ser porque se la hizo en la sala, delante de sus amigas, que habían ido a visitarla y que se quedaron turulatas al oír la petición. Poco antes la anfitriona se había jactado de haberle enseñado buenos modales a su marido, que era hombre rudo, sin educación ni sentido de la urbanidad. Se disculpó ella y fue a la alcoba con el hombre. Regresó poco después, muy sonriente y arreglándose la ropa. "¿Lo vieron? -les dijo con orgullo a sus invitadas-. Ya aprendió buenos modales. Hace un mes ni siquiera me habría preguntado si quería ir a la recámara". La noche era oscura y tempestuosa. Hacía un frío que congelaba, y la lluvia calaba hasta los huesos. Al viajero se le descompuso su vehículo, Caminando bajo la cellisca se dirigió a una granja cuya luz miró a lo lejos. Llamó a la puerta de la casa y le abrió el dueño. El viajero le explicó su predicamento, y le pidió que le permitiera pasar la noche ahí. Le dijo el granjero: "Puedo ofrecerle cena, habitación y lecho, pero debo hacer de su conocimiento que no tengo hija con la que pueda usted compartir la cama, según sucede en los cuentos semejantes a éste". Luego de una pausa preguntó el viajero: "¿A qué distancia está la siguiente granja?". Tlapalería. Linda palabra es ésa, mexicana. Proviene del náhuatl tlapalli, que significa color para pintar. A más de pinturas se venden en esos establecimientos todo tipo de herramientas para oficios diversos y otras cosas. El dueño de una tlapalería le entregó a Babalucas unas pastillas con veneno para ratones, y lo instruyó: "Póngaselas en el agujero". Inquirió el badulaque, preocupado: "¿Y quién me los detiene?". Aquel político estaba seguro de ganar ese día la elección. Pertenecía al partido en el poder, que previamente había repartido acordeones entre los electores, rellenado urnas y preparado acarreos de votantes. Con esos dispositivos no podía perder, aunque tenía la desventaja de no ser indígena. Así, le dijo con aire de suficiencia a su mujer: "Esta noche dormirás con el diputado por el Nonagésimo Distrito". Preguntó ella: "¿A qué horas va a venir?". Don Wormilio, tímido señor, se atrevió a contradecir al hombre que bebía a su lado en el Bar Ahúnda. Le preguntó el sujeto, amenazante: "¿Está usted buscando pleito?". Contestó don Wormilio: "Si buscara pleito ya me habría ido a mi casa". Declaró Dulcibella, hermosa chica: "Mi novio y yo practicamos la autogestión". Explicó: "Siempre hacemos la gestión en el auto". El veterano militar le dijo a su compañero: "¿Recuerdas que durante la guerra nos daban píldoras para reprimir el deseo sexual? Creo que están empezando a hacerme efecto". A la hora del café don Algón, jefe de la oficia, entró en el cuarto del archivo. Lo que ahí vio lo dejó sin habla. He aquí que Rosibel, se secretaria, estaba haciendo el amor con el archivista sobre la mesa de trabajo. Antes de que el ejecutivo pudiera articular palabra le dijo su asistente: "Él no tenía nada qué archivar, y a mí no me gusta el café". Himenia, célibe dama que rondaba los 40 años -varias vueltas les había dado ya- se sobresaltó tremendamente cuando al entrar en su recámara vio un hombre debajo de su cama. Seguramente era un ladrón que al oírla llegar se escondió ahí. ¿Qué hacer? Decidió buscar el consejo de su amiga Celiberia, soltera igualmente, y de avanzada edad, como ella. La llamó por teléfono y le dijo en voz baja: "Hay un hombre abajo de mi cama". "¡Pos súbelo, pendeja!" -fue la inmediata respuesta de la amiga. FIN.

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Escrito en: Selección Nacional

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