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Una ciudad que lee

RUTH CASTRO

Que en una ciudad se lleve a cabo una feria del libro anual no es simplemente organizar un evento cultural: detrás son indispensables las políticas públicas que estén de acuerdo en que la lectura es una prioridad, que los libros siguen siendo un espacio vivo de encuentro.

Apostar por una ciudad que lea es darle la posibilidad de que sea más libre, crítica y diversa. Las ferias del libro son, en esencia, celebraciones colectivas del pensamiento, la imaginación y el derecho a acceder a la cultura escrita.

Los beneficios de una feria del libro son múltiples y profundos. En primer lugar, democratiza el acceso a la literatura. Durante unos días, posibilita que los libros salgan de sus espacios habituales —bibliotecas, librerías, editoriales, aulas— y se coloquen en una parte de la ciudad, al alcance de un público amplio. La calle puede convertirse en biblioteca, el parque en sala de lectura, la plaza en foro de ideas. Para las infancias y para algunos jóvenes, es su primer contacto con autores en persona, con libros firmados, con el acto de que alguien les recomiende una historia que cambie su forma de mirar el mundo.

Además, las ferias son un motor económico para el ecosistema del libro. No solo permiten a las editoriales independientes, librerías locales y autores emergentes visibilidad y ventas directas, sino que también generan empleo temporal y dinamizan otros sectores: turismo, gastronomía, diseño gráfico, medios de comunicación, transporte. Una feria exitosa es, al mismo tiempo, un espacio de cultura y de actividad productiva.

Sin embargo, detrás de esa aparente espontaneidad de carpas, escenarios y presentaciones, hay un esfuerzo constante y colectivo que merece ser visibilizado. Las instituciones públicas son claves al aportar recursos, logística, permisos y programación cultural. Las editoriales y librerías trabajan durante meses en curar catálogos, preparar lanzamientos, coordinar firmas, pensar descuentos. Los gestores culturales articulan voluntades, convocan invitados, buscan financiamiento, resuelven crisis. Y no menos importante, los equipos técnicos y voluntarios sostienen desde lo invisible el funcionamiento diario: montaje, sonido, limpieza, atención al público.

Una feria del libro es posible solo cuando hay una comunidad comprometida que cree en el valor de la lectura como bien común. Es un evento, pero también un síntoma de salud cultural: indica que hay conversación, deseo de aprender, inquietud por entender el mundo. Que una ciudad tenga una feria del libro no es un lujo: es una señal de vitalidad, de apuesta por el pensamiento crítico y de confianza en la palabra como herramienta de transformación.

Por fin este año, la Feria Internacional del Libro de Coahuila que se ha celebrado consecutivamente en Saltillo (con instalaciones en Arteaga) se extiende diez días a Torreón (del 16 al 25 de mayo, de 9 am a 9 pm, en el Centro de Convenciones de Torreón). Ojalá que esta semilla se convierta en tradición y en compromiso de parte de quienes participamos desde todos los flancos.

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Escrito en: sociales Ruth Castro Palabracaidista columnas

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