La otra noche me topé en la casa del Potrero con el fantasma de doña Lucinda de la Peña y Dávila.
Supe que era su fantasma porque al pasar frente al ropero de tres lunas los espejos no la reflejaron. No me asusté. Ningún fantasma ya me asusta, ni siquiera los que invento yo. Pasó a mi lado sin mirarme. Así han pasado por mi vida muchos fantasmas que yo quería que me miraran.
Doña Lucinda murió en 1918, cuando la influenza española. Dejó marido y siete hijos. Él viudo no permaneció viudo mucho tiempo. Antes de un año de fallecida su mujer se casó con otra mucho más joven que él. Dijo que había soñado a su difunta esposa, y que en el sueño ella le dijo: "Cásate".
A nadie he contado lo de mi encuentro con el fantasma de esa dama que murió 20 años antes de que yo naciera. Pero ahora me ocurre algo muy extraño: cada vez que paso frente al ropero de tres lunas me fijo a ver si los espejos me reflejan.