
Decidida. Chantal Andere nunca tuvo dudas, desde niña quería ser actriz.
En México, los personajes malvados de las telenovelas son tan adorados como odiados. Chantal Andere lo sabe bien: lleva décadas en el imaginario colectivo por sus papeles como Angélica Narváez en Marimar o Estefanía Bracho en La usurpadora.
Todavía hay quienes recuerdan aquella escena en Marimar donde Angélica obligó al personaje de Thalía a recoger una pulsera del fango con los dientes y, para colmo, la acusó de ladrona, una humillación que desencadenó la quema de su choza y la muerte de sus abuelos.
Fue un acto de villanía que marcó a toda una generación de televidentes.
Fue una cosa de ADN; nunca tuve dudas. Desde los cuatro años respondía lo mismo: actriz, cantante y bailarina. Me lo preguntaban al año siguiente y al siguiente, y yo decía lo mismo. Ahora lo veo en mis hijos: un día quieren ser una cosa y otro día otra, pero yo jamás dudé. Creo que venía muy arraigado porque mis padres, aunque no eran figuras públicas, estaban en el mundo del teatro y el cine.
Con momentos complicados, claro, pero la pasión ha sido más fuerte. He sido muy afortunada: estuve en el lugar correcto, con las personas correctas, y a eso le sumo disciplina, puntualidad y respeto a mis compañeros. Cuando la gente aplaude, te busca y te quiere ver más, eso es un regalo. No es solo suerte ni talento, es un combo. Y también la mano de mi Virgencita.
Mi primer casting lo hice a escondidas con Julissa, y ella me puso de antagonista en Dulce desafío. Yo tenía 17 años. Creo que mi altura, esta cara como de tosca, narizona, con mirada fuerte… tuvo que ver. Pero lo agradezco porque me dio personajes que me han hecho muy feliz.
No (ríe). Soy estricta con mis hijos o con mis perros, sí, pero muy alejada de mis villanas. La gente me dice: "Si no te hubiera conocido, me hubieras caído fatal toda la vida". Y lo tomo como un halago: quiere decir que hice bien mi trabajo.
Muchísimo. Antes la buena era ingenua, hasta tonta, y la mala era muy clara, casi caricaturesca. Hoy ya no es así: la buena es más viva, incluso con toquecitos de canija, y los villanos tienen motivaciones más humanas. Nadie en la vida real es tan malo ni tan bueno.
El reto sí es enorme, pero ha sido muy rico. En La tiendita de los horrores hago a Audrey, frágil y entrañable, lo opuesto a mis villanas. Y encima canto, que es donde me formé.
Porque para mí un antagonista es un protagónico. No necesitas tener el primer crédito. Un villano bien escrito es igual de importante y hasta divertido.
Chantal Andere ha dejado una huella imborrable con cada personaje