En el texto “La madre de todas las preguntas”, publicado en Harper´s Magazine en 2015, la ensayista y activista estadounidense Rebecca Solnit desmonta, con lucidez y humor, uno de los mandatos más persistentes sobre el cuerpo y el destino de las mujeres: la suposición de que toda mujer debería ser madre. A partir de su experiencia en charlas, entrevistas y encuentros públicos, Solnit relata cómo, incluso cuando se discute su obra literaria o su pensamiento político, la pregunta sobre su maternidad (o su ausencia) aparece una y otra vez como una exigencia encubierta.
El artículo de Solnit dio tanto de qué hablar que en 2017 terminó siendo el título de uno de sus libros. Ahí cuenta que en una charla que dio sobre la obra de Virginia Woolf se sorprendió de que algunas de las preguntas finales rondaran la cuestión de por qué la autora inglesa debería haber tenido hijos. “Después de todo —escribe Solnit con ironía— muchas personas tienen hijos; pero solo una escribió El Faro y Las Olas, y estábamos hablando de Virginia Woolf por los libros, no por los bebés”. La autora no solo cuestiona la obsesión con la maternidad como destino inevitable, sino que revela cómo esa pregunta encierra una trampa: no busca respuestas, sino reforzar una norma. Se trata, dice, de una "pregunta cerrada", de esas que “contienen su propia respuesta y cuyo objetivo es la obediencia o el castigo”.
Solnit desafía la idea de que una vida sin hijos es una vida incompleta. Pero también va más allá: pone en tela de juicio la noción de que la felicidad y el sentido están necesariamente ligados a cumplir con un guion social, en el que se formalicen, en cadena: cónyuge, descendencia, propiedad privada. Frente a esa visión reduccionista, plantea otros valores: profundidad, compromiso, honor, autonomía.
Ahora bien, es posible preguntarse si, en su justo rechazo al mandato de la maternidad, no corremos el riesgo de construir otro extremo: ver la maternidad como una mera trampa patriarcal. En esa inversión, también se pierde. Ser madre es una elección tan válida como no serlo. Lo importante es reconocer que ni hay un único modelo de mujer, ni hay una sola forma de amar y construir sentido. “Hay tantas cosas que necesitan amor además de los hijos propios”, afirma Solnit. Y tiene razón. El problema no es amar a los hijos, sino creer que solo a través de ellos puede expresarse el amor o construirse una vida valiosa.
La verdadera cuestión, entonces, no es "¿por qué no tienes hijos?", sino ¿por qué seguimos preguntando eso como si fuera lo único importante que puede hacerse con una vida? Lo urgente no es defender o atacar la maternidad, sino ampliar el campo de posibilidades para todas.
El arte de vivir, sugiere Solnit, tal vez no consista en dar respuestas esperadas, sino en aprender a reformular las preguntas. Porque quizás no se trata de elegir entre ser madre o no serlo, sino de imaginar vidas más amplias, menos gobernadas por fórmulas cerradas.