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La gráfica del desierto lagunero: lenguaje artístico en resistencia

Este reportaje reúne las voces de tres artistas que, desde sus trincheras creativas, mantienen viva la gráfica en la Comarca Lagunera

La gráfica del desierto lagunero: lenguaje artístico en resistencia

La gráfica del desierto lagunero: lenguaje artístico en resistencia

DANIELA CERVANTES

Entre buriles, tintas, (pocas) prensas, y lejos del mainstream cultural y digital, el arte de la gráfica logra respirar en la Comarca Lagunera.

Sin reflectores, esta disciplina, heredera de siglos de lucha y expresión popular, mantiene su pulso vivo en talleres, manos curtidas y mentes críticas que encontraron en la estampa un lenguaje para comunicarse con su entorno.

Aquí, un puñado de creadores laguneros persiste. No por nostalgia, sino por necesidad. Para ellos, tallar una placa o mancharse de tinta no es sólo un acto técnico, sino una forma de hablarle al mundo con las manos.

Este reportaje reúne las voces de tres artistas que, desde sus trincheras creativas, mantienen viva la gráfica en la Comarca Lagunera. Con buriles, tintas y prensas, han impreso en papel la memoria, la identidad y las urgencias del lugar que habitan.

SEMBRADOR DE LA ESTAMPA LAGUNERA

Hablar de gráfica en La Laguna es, en gran medida, hablar de Alonso Licerio. Precursor, difusor y sembrador incansable de la estampa, este grabador nacido en Ciudad Lerdo ha dedicado su vida a cultivar con tinta una parcela cultural que durante mucho tiempo fue tierra estéril para esta disciplina.

El artista citó a este diario en el Centro Cultural José R. Mijares, espacio desde donde intenta, a través de la enseñanza, que la gráfica persista a través de las nuevas generaciones.

Custodiado por la prensa que inmortaliza sus grabados, Alonso Licerio narró que creció rodeado de arte: música, libros, dibujos, pinturas. Fue en su infancia, cuando su familia se mudó a la Ciudad de México, donde comenzó a frecuentar los talleres dominicales de Chapultepec. Un día, una exposición de grabado lo deslumbró.

La complejidad técnica del grabado (dibujar con metal sobre una superficie, entintarla e imprimirla sin posibilidad de error) lo retó y lo atrapó para siempre. Tenía apenas 12 o 13 años.

Tiempo después entró a ser instruido por el maestro Bustos de Taller de Gráfica Popular. “Me guio de una manera que yo mismo me dije ‘esto es lo que yo quiero hacer. Esto es lo que me llena’” Desde entonces, no soltó el buril. Estudió en la Escuela de Diseño de La Ciudadela del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBA) y más tarde en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, donde los talleres de grabado lo absorbieron con más fuerza que cualquier otra disciplina. Allí, bajo la guía de Octavio Bajonero, del legendario Taller de Gráfica Popular, Licerio presentó su primera exposición formal.

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Sus raíces llamaron su presencia y Alonso Licerio regresó a su tierra en una época donde lo que él hacía, el grabado, era totalmente desconocido en la región. Con una carpeta de obra y una carta del INBA bajo el brazo, y con ayuda de la Casa de la Cultura de Gómez Palacio, el lerdense marcó un precedente al montar la primera exposición de estampa en La Laguna.

Fue el inicio de una cruzada personal: sembrar talleres donde no los había, formar generaciones, abrir brecha en una tierra culturalmente árida para la gráfica.

Gracias a sus gestiones y alianzas con figuras como Ernestina Gamboa y Sonia Salum, llegaron las primeras prensas a La Laguna. Con ellas, nacieron espacios fundamentales como el taller Graphos de la Casa de la Cultura de Torreón, el de la Universidad Iberoamericana, posteriormente en el Centro Cultural Francisco Zarco se implementa el taller El tranvía para niños, luego en la casa del artista el taller Estampa del Nazas y en ciudad Lerdo el taller Fermín Revueltas que encontró lugar en el Centro Cultural José Santos Valdés.

Él , actualmente lidera el taller Arte impreso Mayrán en el Centro Cultural José R. Mijares. Su labor, mencionó, fue siempre impulsada por una convicción pedagógica y por el deseo de que el grabado echara raíz en su tierra.

La obra de Alonso Licerio es vasta y profundamente ligada a la literatura, la memoria histórica y el paisaje lagunero. Sus estampas, depuradas y fieles a las técnicas tradicionales, dialogan con la poesía y abordan temáticas como la serranía ardiente del norte mexicano. En ellas, el blanco y negro no son limitación, sino esencia.

Hoy, con más de cuatro décadas de trayectoria, Alonso observa con esperanza cómo la gráfica en La Laguna ha dejado de ser una rareza para convertirse en un lenguaje vivo, diverso y plural.

“Ahora hay más talleres, más espacios para exponer, más apoyos. Esta nueva generación tiene otra apreciación.” Si pudiera dejar una última estampa como testamento visual, me compartió, sería sin duda la de su serranía: ese paisaje desértico y ardiente que forma parte de nuestra identidad. Porque para él, el grabado es también una forma de pertenencia, de memoria impresa que no se borra, que resiste y que se queda.

“La estampa es muy generosa, es muy democrática. La gráfica es para todos”.

GRÁFICA EN RESISTENCIA

En el centro de Torreón, entre calles sin luminarias, casas abandonadas y un entorno deteriorado por la especulación inmobiliaria, Norberto Treviño sostiene, junto a otros artistas, el taller El Chanate, un proyecto fundado en 2001 en Torreón por el artista Arturo Rivera.

Se inició en el sótano de una casa ubicada en Colón y Juárez.  Su nombre, inspirado en el chanate, un pájaro prieto (ictérido que solo existe en América, llamado María Mulata en Colombia), fue elegido por su significado simbólico.

El taller fue instruido por el Maestro Miguel Canseco y la Maestra Nunik Sauret, quien introdujo el movimiento Sōsaku-hanga (movimiento artístico de xilografía concebido a principios del siglo XX en Japón) en 2002.

Desde entonces, manifestó Norberto, “El Chanate persiste, pervive y persevera”, dijo, con la certeza de quien ha tenido que reinventar su espacio más de cinco veces. Cada mudanza, lejos de ser un simple traslado, ha sido una refundación: “Se inicia de nuevo y se renuevan cosas”, reflexionó.

El Chanate es mucho más que un taller de gráfica: es un proyecto de comunidad que ha buscado, no sin tropiezos, articular arte y territorio. “Nos dimos cuenta que hacer gráfica no era suficiente. Hacer comunidad es parte de nuestro lenguaje, aunque aquí en el norte es más difícil. En el sur existe el tequio, una práctica donde quienes aprenden en los talleres devuelven con trabajo. Acá no hay tequio, pero hemos integrado esa lógica, sin necesidad de andar explicándola. Ya está en nuestro discurso”.

Ese discurso, actualmente, ha tenido que adaptarse a la ausencia de vecinos. “Estamos en una calle de paso. Hay gente mayor encerrada, robos, soledad. Queremos nutrir las exposiciones, no hacerlas por hacer, pero ¿Cómo vincularnos si no hay quien mire?”.

En respuesta, El Chanate ha expandido sus lenguajes. La gráfica ya no es el centro, sino el punto de partida. “La estampa le hace guiños a la pintura, a la escultura, al activismo. Tratamos de no ser panfletarios, pero sí honestos. Acompañamos luchas sociales sin robarles protagonismo. El artista debe aprender a hablar el lenguaje del otro, no imponer el suyo”.

Hoy, reiteró, también una nueva generación de mujeres conforma el núcleo del taller. “Se dio de forma natural”, explicó. Vienen de distintas disciplinas: diseño, curaduría, psicología, gestión. “No somos un colectivo, somos un taller. Pero dentro han nacido colectivos. Aquí todos tienen voz, pero no todos voto. Eso es importante para sostener una estructura abierta pero funcional”.

Para Treviño, la gráfica lagunera no sólo está viva, sino que está mutando: “Estamos en una etapa de gráfica expandida, de estampa performativa, de exploración de nuevos medios, aunque muchos artistas aún no son conscientes de ello. Ya no basta con hacer ediciones en papel: ahora hay gráfica en objetos, en espacios, en superficies insospechadas”.

Esa gráfica, dice, tiene una identidad propia: “Aquí no tenemos a un Toledo. Nuestra estética es decadente, preapocalíptica. Esta ciudad parece condenada, y sin embargo crea. Levantas una piedra y no sale un artista, salen veinte cucarachas. Pero de la desgracia también hacemos obra”.

Sin embargo, también comentó que el presente de la gráfica en la región, a su juicio, está cruzado por una efervescencia que no siempre viene acompañada de rigor. “Hay mucha escena joven, pero poca autocrítica. Cualquiera que termina una pieza ya la quiere exponer, sin preguntarse si está bien hecha, si tiene fondo. Eso ralentiza el desarrollo”.

El Chanate, por su parte, ha optado por hacer pausas. “Es imposible sostener una actividad mensual sin recursos. Decidimos parar, pensar, entender hacia dónde vamos. No queremos hacer por hacer. Queremos que lo que hagamos tenga sentido”.

Recientemente, abrieron una galería contigua al taller, en un espacio que antes estaba abandonado. “No te digo llegamos a salvarlo con arte, pero sí buscamos resignificarlo”.

Para Norberto, la gráfica es también una herramienta para sobrevivir al colapso: “Nos hablan de imaginar el arte después del fin del mundo. Nosotros ya estamos en el fin del mundo. Y seguimos creando”.

UN ARTE PARA TODOS

En el corazón del viejo Torreón, un colectivo de artistas encontró un rincón dentro de las instalaciones de la Antigua Harinera para mantener viva la gráfica y la estampa lagunera. Se llama Nazas Gráfico y desde su nombre carga una historia: la naza, esa trampa de pesca ancestral usada por los antiguos pobladores del desierto lagunero, ellos la volvieron símbolo de identidad gráfica.

Para Mack Doselementos Crew, director de la iniciativa, hablar de gráfica en La Laguna es contar una historia que empieza mucho antes del taller que lidera actualmente.

“Después de estar con el maestro Alonso Licerio, produje algunas piezas en Grabalia con Alfredo…hasta 2022. Ese mismo año llegamos a la Antigua Harinera, ya como Nazas Gráfico”, recordó el artista.

El paso por distintos espacios le enseñó no sólo técnicas, sino también la importancia de pertenecer a una comunidad que respira y trabaja el grabado.

Antes de hablar de su presente, Mack trazó un mapa de antecedentes que marcaron a la región. Entre ellos, justamente el taller El Chanate, “el más antiguo establecido en la región, fundado en 2001 gracias a la llegada del maestro Arturo Rivera y la gestión de Miguel Canseco”.

Ellos, dijo, lograron el apoyo institucional para adquirir prensas y demás equipo que en ese momento era casi imposible conseguir de forma independiente.

Recordó que por ahí pasaron figuras de peso nacional como Nuni Sauret, Gilberto Aceves Navarro (homenajeado en el Museo Nacional de la Estampa) y Alonso de Alba, entre otros.

El Chanate, subrayó Mack, tiene algo que no todos los talleres conservan: acervo. “Han hecho carpetas gráficas, como la más reciente Un espejo de Venus, donde invitaron a artistas mujeres a producir pequeñas estampas” Para él, este tipo de proyectos son importantes no sólo por su valor artístico, sino también porque posicionan a La Laguna en el mapa nacional “Decir que vienes del norte, donde se ubica El Chanate te abre puertas. Nos facilita las cosas a los que venimos detrás”.

En ese sentido, sobre Norberto Treviño expresó: “yo lo considero, aparte de ser el director de El Chanate actualmente, un creador magnífico en la gráfica. Aparte de su aportación como gestor y como lo demás, su obra es muy interesante”.

Al cuestionarlo, Mack reconoció un rasgo particular de la gráfica lagunera: la diversidad de estilos nacida de formaciones independientes, sin una escuela local que uniformara el lenguaje visual hasta hace poco.

“Si ves una colectiva de los noventa, cada artista tiene identidad propia. Aunque no firmen, sabes de quién es cada obra. Ahora, con instituciones formando nuevas generaciones, el reto es encontrar una voz personal”.

Para él, la región está en un momento clave: “Estamos definiendo lo que nos representará en 500 años. Aquí no tenemos pirámides de 700 años como en el sur; la ciudad es joven, y el arte busca qué nos defina”.

Como conclusión se puede escribir, según las voces aquí retratadas, que la gráfica del desierto es un esfuerzo de resistencia y siembra: una combinación de técnica, gestión y comunidad. No basta con imprimir, hay que construir puentes para que la estampa llegue a todos los ojos posibles. Y en ese cruce de prensas, manos y voluntades, La Laguna sigue dibujando su propio trazo.

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Escrito en: Artes Cultura Gráfica

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