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Don Nuco: el tejedor del desierto

Arnulfo García, según registros de la Unidad de Culturas Populares de Durango, es uno de los tres últimos tejedores de fibras naturales de La Laguna

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

DANIELA CERVANTES

Vine al ejido Ciudad Juárez en Lerdo porque me dijeron que acá vivía un tal Arnulfo García, un tejedor del desierto.

Sus manos son la memoria de un oficio ancestral que agoniza”, eso me dijeron.

La imagen me resulta rulfiana: el hombre asombrerado trabaja al ras del suelo en el patio de su casa. Don Nuco, como también lo llaman, es habitante de un pueblo empolvado que cobija la memoria de los últimos tejedores de fibras naturales de La Laguna.

Sólo él, y dos hombres más, transforman las plantas fibrosas en objetos utilitarios o artísticos. Son las voces de una tradición desolada, así, como la Comala de Juan Rulfo...

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

Hace 50 años éramos como 14 artesanos. Ahora quedamos sólo tres”, me platica don Nuco, mientras clava la rodilla en el piso y con su pie izquierdo sin zapato le va dando forma a la cruz de una canasta hecha de ramas de sauz secas.

Con la mirada enfocada en el trenzado, don Nuco mueve los dedos como si en lugar de huesos y tendones tuviera memoria viva. Me siento frente a él y me asombra ver cómo un puñado de varas secas toman forma de un objeto al ritmo de sus manos.

Tiene 76 años de edad y desde los 15 se dedica a este arte de crear piezas útiles o decorativas utilizando fibras naturales extraídas de plantas.

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

Estoy en su mundo, uno tejido a mano. Aquí, donde cada vara seca cuenta una historia enraizada a la tierra, aquí en medio de una atmósfera en tonos sepia, don Nuco se dispone a contarme la suya.

UN OFICIO MILENARIO

Mientras lo observo tejer, pienso que sus manos son como un archivo vivo. Curtidas por el sol y por el tiempo, guardan la memoria de un oficio antiguo, uno que se remonta a épocas prehispánicas, cuando diversos pueblos originarios desarrollaron técnicas de tejido utilizando materiales como palma, ixtle, tule y carrizo.

Estas fibras, recolectadas del entorno natural, eran transformadas en objetos indispensables para la vida cotidiana: petates, sombreros, cestos, tapetes o morrales.

Según Sanjuana Rosalba Rosales Reyes, encargada del registro de arte popular en la Unidad Regional de Culturas Populares de Durango, este oficio está documentado desde tiempos anteriores a Cristo, aunque, reconoce, sus huellas físicas son escasas.

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

Como se trata de un material orgánico, las piezas se descomponen rápidamente. Lo que queda son registros en códices o representaciones gráficas”.

500 años después, don Nuco mantiene viva esta práctica al trabajar con sauz, taray y mimbre. A él lo enseñó a tejer una señora llamada Anita, y la conexión con el oficio, me expresa, fue inmediata.

Me gustó mucho y trabajé más en esto que en el campo. Cuando empecé, pagaban siete o diez pesos el azadón. Y yo hacía una sillita para bebé y la daba en quince. Entonces dije: ‘no, mejor me dedico a esto. Estoy en la sombra, hago lo mío, y gano más’”.

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

Ganaba más, es cierto. Pero todo cambió. Hoy, el tejedor del desierto, lucha contra el olvido.

UN ARTE EN EXTINCIÓN

La industrialización, la falta de agua y el desinterés de las nuevas generaciones han puesto a este oficio al borde de la desaparición.

Rosales Reyes confirma que, en la Comarca Lagunera de Durango, “tenemos un registro muy bajo de artesanos de fibras vegetales. Sólo quedan tres personas que lo elaboran, y en Torreón, San Pedro o Matamoros no hemos encontrado a nadie que lo trabaje”.

En otras partes del estado de Durango, en cambio, como Nazas, Peñón Blanco, Rodeo o Canatlán, todavía persiste la práctica, sobre todo en comunidades cercanas a cuerpos de agua.

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

Estos materiales necesitan mucha humedad para crecer. Vienen de árboles y arbustos que cada vez escasean más”, explicó la promotora cultural.

Aunque en Ciudad Juárez, donde vive don Nuco, ya no se localiza la materia prima, sí perdura el recurso humano. “El problema es que uno de los artesanos falleció el año pasado, y cada vez quedan menos”, lamentó Sanjuana Rosalba.

El nombre de ese artesano fue Martiniano González Cruz. Él heredó el conocimiento de su abuelo y en vida se dedicó a tejer y preservar la tradición de un arte que aunque respira, como ya se escribió en esta crónica, actualmente se encuentra en agonía.

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

LA NARRATIVA AMBIENTAL QUE GOLPEA EL OFICIO

El trabajo de don Nuco tiene gran valor cultural, porque, entre otras cosas, es un rasgo de identidad de su comunidad. Sabe que el oficio ha sido practicado, al menos, por cinco generaciones, y aunque él intenta preservar al seguirlo practicando, la narrativa ambiental lo tiene atado de manos.

El material ya no se encuentra casi. Hace cuarenta años uno iba aquí cerquita. Pero luego pusieron la termoeléctrica… y se acabó todo. Chupó el agua. Todos los árboles se están secando”.

La Planta Termoeléctrica "Guadalupe Victoria", de la que habla el artesano, ha estado en operación desde hace más de tres décadas. Se estima que consume alrededor de 4.5 millones de metros cúbicos de agua potable al año, extraídos de pozos originalmente destinados al consumo humano. Su impacto ambiental en Ciudad Juárez ha sido devastador.

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

El monte se está acabando”. Por eso, ahora el hombre de 76 años debe organizar viajes largos y costosos para conseguir la materia prima. “Antes me iba en el autobús. Pero en el último viaje sentí que ya no podía solo”.

Noto que un halo de desesperación lo ataca. Me señala el bonche de varas secas que le quedan y me manifesta: “con eso apenas podré hacer sólo dos canastas”.

Aunque su hija le prometió que lo llevaría a recolectar material el sábado, don Nuco nunca sabe con certeza si mañana podrá seguir trenzando ramas secas.

YA NADIE QUIERE TEJER

No le pregunto, pero intuyo que don Nuco sabe que no hay mucha esperanza. Todo le juega en contra. Sabe que de faltar él, al menos en su familia, nadie insistirá en tejer.

Quizá no entienda por qué, si para él ser tejedor de fibras naturales le ha dado muchas recompensas, una de ellas fue el sustento para su familia, también, aunque le ha sucedido poco, la alegría que lo invade cada vez que alguien valora y reconoce lo que pueden hacer sus manos.

En ese sentido, el tejedor del desierto recordó una anécdota: “un sábado iba en el autobús, lleno de gente. Después un joven se sentó a mi lado y me preguntó si yo hacía estos trabajos, y le dije que sí. Me dijo que estaban bien bonitos, y me pidió permiso para tomar una foto pa’ enseñársela a su mamá. Luego me dio 300 pesos que pa’ mis sodas. Le dije que no, que era mucho, pero él me dijo: ‘Tómelos, yo gano mucho dinero y su trabajo lo merece’... y pues, los agarré.”

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

Se ríe y veo cómo le brillan los ojos. “Da gusto que alguien así valore el trabajo de uno”.

Y es que, aparte de que su labor es poco reconocida, al artesano no le pagan lo que valen sus piezas. Dice que los moisés, por ejemplo, los da en 180, pero siempre se los quieren pagar en 150. Lo mismo pasa con las canastitas. “Uno anda vendiendo y no se lo quieren pagar a su precio. Siempre regatean”.

Aún con todo eso, se nota que don Nuco es feliz tejiendo. “Este trabajo es bonito. No lo valoran, pero yo estoy orgulloso. A mí no me da vergüenza. Me da gusto hacerlos y salir a venderlos.”

Rosales Reyes señala que el desinterés de las nuevas generaciones por aprender a tejer con fibras naturales es una de las amenazas más graves que mantienen al oficio en vilo.

“Los hijos de los artesanos ya no lo trabajan porque no es bien remunerado. Hay mucho malinchismo y competencia industrial. Además, la gente no conoce la historia detrás de cada pieza, por eso no le da su justo valor”, explicó.

Ella habla así porque conoce bien sobre las arduas jornadas cuando salen a recolectar el material para poder tejer. No hace mucho acompañó al mismo don Nuco y a don Esteban González (hermano de Martiniano) a recoger ramas secas.

Ahí se enteró que empiezan desde las 4 o 5 de la mañana, y continúan bajo los rayos intensos del sol durante todo el día, y eso sólo para recoger la materia prima.

Y aún así, regatean las piezas. Es muy desmotivante”, lamentó Rosales Reyes.

El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)
El tejedor del desierto (DANIELA CERVANTES)

¿QUIÉN PROTEGE SU LEGADO?

En Durango sigue vigente la Ley de Fomento a la Actividad Artesanal, un marco legal que, según recuerda Sanjuana Rosales, fue publicado en el Periódico Oficial del Estado el 6 de septiembre de 2015.

Su propósito es claro: impulsar, proteger y difundir el trabajo de las y los artesanos de la entidad. En ese universo de saberes, destaca el oficio de los tejedores de fibras vegetales, cuya labor, para Rosales encierra un valor cultural invaluable: “Cada pieza es única. Aunque parezcan iguales, ninguna es idéntica. Cada artesano deja algo de sí en cada una de ellas”.

Así como la canasta que don Nuco, el tejedor del desierto, termina al mismo tiempo que la charla con este diario, ahí sentado en el patio de su casa, con su navaja natural, su pie descalzo, pero sobre todo con la memoria de sus manos: el archivo vivo de un oficio ancestral que preserva parte de la identidad cultural de su comunidad.

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Escrito en: tejedor Don Nuco desierto cónica Arnulfo García

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