
Del desierto al concreto: la ruptura de un pacto con la tierra en La Laguna
Hace al menos 12 mil años, los primeros habitantes de la Comarca Lagunera supieron entender algo que la sociedad del Torreón contemporáneo parece haber olvidado: no se habita un desierto venciendo su aridez, sino aprendiendo a convivir con sus ciclos, su flora nativa y sus recursos limitados.
Aquellos antiguos cazadores-recolectores seminómadas lograron, gracias a una relación de respeto, adaptación y conocimiento profundo de la naturaleza que los rodeaba, coexistir en el entorno árido sin alterarlo irreversiblemente, Dependían directamente de los recursos naturales, pero su cosmovisión ligada al paisaje les enseñaba a verlo como un espacio sagrado, y a entender que sobrevivir significaba reconocer los límites que el desierto imponía.
Así lo dibujó en palabras Yuri de la Rosa Gutiérrez, arqueólogo e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Coahuila, quien expresó que: “los cazadores-recolectores no vencieron al desierto, ellos vivieron con el desierto y se adaptaron a él”.
En ese sentido, citó la frase común: “vencimos al desierto", una expresión utilizada en la Región Laguna para referirse al logro de superar las difíciles condiciones climáticas y ambientales del ecosistema terrestre. Para el arqueólogo esa sentencia es una visión moderna devastadora porque más que vencer el lugar que habitamos, dijo, convendría aprender a convivir con él.
El investigador recordó que antes de las grandes presas, los procesos industriales y la expansión urbana desordenada, La Laguna de Mayrán era una extensa laguna temporal que conservaba agua hasta ocho meses al año, rodeada de humedales y riberas arboladas.
“Cuando los primeros exploradores llegaron en tiempos de la Nueva España, encontraron un ambiente desértico, sí, pero con ríos, lagunas y vegetación adaptada al clima semiárido”, explicó.
Los vestigios arqueológicos que permanecen en la región dan cuenta de esa relación estrecha con la naturaleza: cuevas mortuorias, pinturas rupestres, petrograbados y campamentos estacionales enclavados en los soportes naturales del paisaje, aprovechando cañones, riberas y zonas de mayor vegetación en torno a los cuerpos de agua.
“La gente de entonces entendía que el desierto no era un enemigo. Era su hogar. Y no intentaron cambiarlo: se adaptaron a él”.
Sin embargo, el Torreón moderno parece transformarse de una manera indiscriminada. Ya no vivimos en el desierto, indicó Yuri, vivimos en una ciudad artificial enclavada en él. Ya no miramos al cielo, ni buscamos a través de las estrellas patrones climáticos para planificar nuestros próximos movimientos.
Hoy, la desconexión es clara y ha traído consecuencias visibles: islas de calor, pérdida de áreas verdes y una crisis hídrica que con el tiempo sólo crece y crece.
Por ejemplo, anteponer el concreto sobre los árboles (tema central de este reportaje), nos revela un dato de Torreón que resulta preocupante: el municipio alcanza apenas cuatro metros cuadrados de áreas verdes por habitante, esto cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estipula que tienen que ser al menos 15.
El crecimiento urbano que sacrifica la salud ambiental bajo la idea de desarrollo es una de las discusiones actuales que existen en La Laguna entre sociedad y gobierno. Por un lado se defiende la movilidad por encima de los recursos naturales, y por el otro, se trata de blindar desde el reclamo ambiental la biodiversidad urbana.
En ese sentido, De la Rosa sostuvo que en un futuro, cuando arqueólogos intenten interpretar los vestigios de esta época, probablemente encontrarán una ciudad que no entendió cómo habitar su propio territorio.
“Nuestra sociedad difícilmente durará lo que duraron los cazadores-recolectores. Ellos vivieron más de 10 mil años adaptados al desierto. Nosotros, en poco más de 100 años (Torreón celebrará el próximo mes de septiembre 118 años como ciudad), ya enfrentamos serios problemas de agua, temperatura y desequilibrio ambiental. Hay lecciones de los antiguos pobladores que nos urge recuperar antes de que este paisaje nos cobre la factura completa”.
DEL RESPETO A LA ALTERACIÓN DEL ENTORNO
La imagen de un cazador-recolector respetando su entorno y viviendo en armonía con la naturaleza se rompe abruptamente con la imagen de un trabajador municipal talando un árbol. Su intención: despejar el área para dar paso a la construcción del Sistema Vial Abastos en Torreón, un proyecto que, según las autoridades, busca aliviar el tráfico y combatir inundaciones en un eje crucial del municipio mediante un paso subterráneo y obras complementarias.
Luego de que la acción del trabajador circulara en un video a través de redes, la ciudadanía, en su mayoría jóvenes, se manifestó para exigir mayor transparencia en el manejo de la biodiversidad urbana.
También la ciudadana y abogada Sofía Díaz Lozano presentó un amparo ante el Juzgado de Distrito en La Laguna para frenar la tala de árboles debido a esa obra, argumentando que la acción implicaba un daño ambiental irreversible y violaba los derechos humanos como el acceso a un medio ambiente sano, la salud, la vida digna y la participación ciudadana, consagrados en la Constitución Mexicana.
En ese sentido Díaz Lozano exigió que, antes de continuar con los trabajos, se realizara un estudio sobre reforestación o reposición de los árboles afectados, ya que, aunque la empresa responsable ofreció donar cinco árboles por cada uno talado, esta medida, puntualizó, no garantizaba una compensación real al daño ecológico.
Aunque la tala se detuvo, la preocupación ciudadana aumentó luego de que se filtrara un video de Juan Adolfo Von Bertrab Saracho, director General de Obras Públicas de Torreón, aseverando que la tala de árboles era necesaria para el crecimiento de la ciudad.
En el material audiovisual se observa a Von Bertrab Saracho parado frente a los manifestantes a quienes les pregunta: “En este caso yo lo pongo sobre la mesa ¿Qué me proponen? Porque es muy fácil decir ‘no tumben los árboles’ ¿Entonces no crecemos como ciudad? O díganme todos y cada uno de ustedes donde hicieron su casa ¿no había ningún árbol?”.
Y continuó: “Donde hicieron la calle que está su casa ¿No había ningún árbol? Donde pusieron la tienda comercial a donde ustedes van ¿No había ningún árbol? El crecimiento de las ciudades implica un balance”, sentenció el funcionario.
Así, aquello que alguna vez fue sagrado para los cazadores-recolectores seminómadas, hoy se percibe como un obstáculo para una ciudad que, como lo dejó entrever el director de Obras Públicas, apuesta por el crecimiento sacrificando su biodiversidad urbana.
Este diario con la intención de desdoblar un poco más el tema aquí expuesto, contrapunteo las opiniones tanto de Marcelo Sánchez Sáenz, director general de Medio Ambiente municipal, así como la de dos expertos ambientales, a quienes se les consultó sobre la viabilidad de trasplantar esos árboles arrancados del camellón Independencia, y en general sobre las implicaciones de habitar una ciudad que se piensa: venció al desierto a base de puro concreto.
ESTATUS VERDE DE TORREÓN
¿Cuenta Torreón con un inventario de arbolado urbano?, se le preguntó a Marcelo Sánchez Sáenz, director general de Medio Ambiente municipal, quien contestó que no.
Pero, explicó que desde la administración pasada se comenzaron esfuerzos aislados de reforestación y registro, debido a que el municipio carece de un conteo formal y actualizado de árboles en la ciudad.
“Tenemos lo que se ha reforestado desde la administración anterior y con eso estamos elaborando un inventario, pero nunca ha existido uno como tal”, puntualizó.
Sánchez Sáenz mencionó que el dato de que Torreón contaba sólo con cuatro metros cuadrados de áreas verdes por habitante, ya no era un número real debido a que, mencionó, gracias al trabajo de reforestación que han realizado en los últimos años ya debió haber aumentado, aunque prefirió no dar una cifra exacta hasta concluir el actual inventario.
“En lo que va del año, llevamos más de mil 500 árboles plantados en más de 20 áreas verdes públicas”, detalló.
A ello, reiteró, se suma el proyecto Plazas de 0 a 100, mediante el cual se ha rehabilitado una quincena de espacios recreativos con alumbrado, mobiliario urbano y árboles, con la participación de vecinos que adoptan ejemplares como parte de una estrategia para generar sentido de pertenencia.
Pese a este esfuerzo, la permanencia de los árboles sigue siendo un reto. Sánchez Sáenz admite que el seguimiento recae en áreas como Parques y Jardines y Servicios Públicos, quienes notifican daños o pérdidas. “Cuando algún árbol se seca o no prende, se repone”.
Sobre el polémico retiro de árboles en la vialidad Independencia, tema que desató protestas ciudadanas, el funcionario explicó que se realizó un diagnóstico conjunto con el gobierno estatal y municipal.
“Se detectaron árboles viejos, huecos o con plaga que representaban riesgo para la ciudadanía”.
Al final, según reportó este mismo diario, se determinó el retiro definitivo o tala de 47 ejemplares y el trasplante de 51, a lugares como la Alameda Zaragoza, el Bosque Urbano y la calzada Venustiano Carranza.
A diferencia de otras ocasiones, Sánchez Sáenz aclaró que la obra vial contempla reforestación y que su dependencia colabora con Obras Públicas para que el crecimiento urbano no implique, necesariamente, arrasar con la infraestructura verde.
“Buscamos obras emblemáticas que también integren sustentabilidad”, afirmó.
Sobre la relación de cemento y asfalto como sinónimos de desarrollo (que quedó en evidencia en aquel video viral donde el director de Obras Públicas sentenció que el crecimiento exige derribar árboles), Sánchez Sáenz concluyó en que: “la intención es crecer en conjunto, que Torreón sea una ciudad más verde. No sólo hacer obra pública, sino que también participemos en el tema ecológico”.
En ese sentido Sánchez Sáenz adelantó que ya presentaron ante el Consejo de Medio Ambiente, que, cabe mencionar, tomó protesta justo un día después de la manifestación por el retiro de árboles, el Plan de Arbolización 2025, el cual, está a la espera de ser aprobado.
LOS ESTRAGOS AMBIENTALES DE VIVIR CON MENOS ÁRBOLES
El diagnóstico en el que se basó el ayuntamiento para intervenir los árboles del bulevar independencia, se puede conocer a través del documento titulado “Elaboración del proyecto ejecutivo para la construcción del paso a desnivel independencia – abastos. Informe preventivo ambiental”, en el cual se estipula que la obra, de menos de 2 km, no causaría desequilibrios ecológicos significativos.
Ahí, se explica que se identifica la generación de residuos (principalmente de suelo, concreto y asfalto) durante las etapas de preparación y construcción, así como emisiones a la atmósfera (polvos y gases de la maquinaria) y ruido.
Asimismo, como medidas de mitigación se propone el riego de las superficies de trabajo, la cobertura de las cargas de material, el mantenimiento regular de la maquinaria y la disposición adecuada de residuos, incluyendo, como ya lo había presumido el director de Medio Ambiente, un programa de rescate y reforestación de arbolado existente.
Los impactos ambientales de la obra, según el informe, se clasificaron como moderados, en su mayoría, principalmente en aire y paisaje durante las etapas de construcción.
En ese sentido, Kenia Daniela Reyes Ochoa, bióloga con maestría en ciencias ambientales y Miguel Ángel Garza Martínez, catedrático de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UJED y coordinador de la maestría en Gestión Ambiental opinaron sobre este diagnóstico y en general sobre los estragos ambientales de anteponer el asfalto sobre los árboles.
Por ejemplo Reyes Ochoa, quien desde su experiencia profesional y activismo ciudadano, advirtió que el crecimiento desordenado de las ciudades sin una planificación que priorice áreas verdes tiene implicaciones sociales, ambientales y culturales desiguales.
“Hay un aumento de la temperatura superficial y ambiental, incrementan las islas de calor, y esto no es algo nuevo, hay estudios que desde hace décadas alertaban de estas consecuencias y, aun así, las autoridades siguen sin tomarlo en cuenta”, explicó.
Señaló que proyectos como los que actualmente promueven la remoción de árboles para ampliar vialidades no son simples intervenciones urbanas, sino que se trata de procesos que privatizan el espacio público y violentan derechos.
“Se excluye a peatones y ciclistas, y se viola la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, además del derecho a un ambiente sano. Y cuando se afecta una arboleda urbana se perjudica también a las aves nativas y migratorias, que encuentran ahí sitios de percha, descanso y reproducción”, señaló.
Cuestionada sobre la viabilidad de los trasplantes de árboles que autoridades han planteado como alternativa, fue enfática: “Es una medida poco efectiva, es la última opción cuando no queda de otra. Y aunque se presume que los árboles reubicados sobreviven, la evidencia científica dice lo contrario. En la mayoría de los casos, los porcentajes de éxito son mínimos, incluso del 0%, por el estrés fisiológico que implica moverlos sin protocolos adecuados”, apuntó.
Para la bióloga, también es grave que el estudio técnico presentado para justificar estos trasplantes carezca de información básica: “No hay cálculos de pérdida de captura de carbono, ni de volumen de materia orgánica, ni de servicios ecosistémicos. Y las especies nativas siguen sin ser prioridad en las reforestaciones, repitiendo el error de llenar la ciudad de árboles introducidos”.
Más allá de las cifras, Kenia Reyes subrayó la dimensión social del problema: “Las áreas verdes no sólo son decoración, son espacios de encuentro comunitario, de salud mental, de juego y convivencia. La falta de ellas afecta más a quienes andan a pie, usan transporte público o viven en colonias con menor acceso a servicios”.
Al hablar de los riesgos ambientales a corto y mediano plazo, Reyes sostuvo que, de continuar con este modelo de urbanización sin verde, Torreón enfrentará un aumento dramático de temperaturas.
“Ya hay zonas que alcanzan 60 grados de temperatura superficial. Esto no es sólo calor, implica mayor desigualdad, menor calidad de vida y crisis en servicios básicos como agua, energía y salud”, sentenció.
Para la especialista, pensar en la naturaleza urbana no debería ser visto como un obstáculo para el desarrollo, sino como la única forma sensata de garantizar un futuro habitable. Y aunque reconoció que durante años percibió apatía en la población, hoy celebra que la sociedad empiece a cuestionar los modelos de ciudad que ha heredado.
Por su parte, Miguel Ángel Garza Martínez, coincidió en que las consecuencias de vivir en una ciudad que ha perdido progresivamente su arbolado son severas y cada vez más visibles.
“Los árboles nos brindan una enorme cantidad de beneficios. Regulan el microclima: bajo la sombra de un árbol se siente menos calor, previenen inundaciones al permitir la infiltración de agua en el suelo, reducen la erosión, capturan CO₂ y, además, son refugio, alimento y lugar de anidación de múltiples especies, sobre todo aves, pero también muchísimos insectos e invertebrados que cumplen funciones ecosistémicas importantes”, explicó Garza.
Dijo que el crecimiento desordenado de la mancha urbana ha borrado poco a poco esa franja periurbana que antes servía de pulmón natural y de zona agrícola, dando paso al concreto y al asfalto, lo que a su vez multiplica las islas de calor urbano “Las superficies pavimentadas absorben y retienen el calor solar como una plancha o comal. Esto provoca que las temperaturas superficiales en la ciudad sean mucho más altas que en áreas rurales o zonas con vegetación”.
Gracias a la tecnología satelital, se han podido identificar los puntos críticos en Torreón: “Lo detectamos en zonas como el Cerro Negro de Peñoles, en la franja industrial, en el aeropuerto y en el lecho seco del río Nazas, donde la falta de vegetación permite que la superficie se caliente sin mitigación alguna”.
Por el contrario, zonas como el Bosque Venustiano Carranza o la Alameda presentan temperaturas más bajas gracias a su arbolado.
“Necesitamos generar islas de enfriamiento en esas zonas ya detectadas con temperaturas excepcionalmente altas, y se puede lograr con vegetación nativa, cuerpos de agua artificiales y estrategias urbanas bien diseñadas”, señaló.
Miguel Garza habló además de que existe una percepción social errónea de que por tratarse de un clima árido, la región está condenada a vivir sin árboles.
“No tiene por qué ser así. Hay especies como el mezquite o el huizache que son nativas, no dañan las banquetas ni los servicios urbanos y pueden convertirse en aliados fundamentales contra el calor urbano”.
Finalmente, Garza Martínez subrayó que para transformar esta realidad se necesita voluntad política, inversión, información y participación ciudadana.
“Debemos preguntarnos qué tipo de ciudad queremos: una diseñada para los autos o una para las personas. Porque mientras no lo decidamos, seguiremos construyendo una ciudad hostil, e invivible en el futuro cercano”.
Como conclusión se puede escribir que hoy, más de 12 mil años después de aquellos cazadores-recolectores que entendieron que sobrevivir era aprender a escuchar y respetar su entorno, La Laguna, y en esta caso Torreón, enfrenta una decisión vital: continuar venciendo su tierra a golpes de concreto o intentar reconciliarse con ella, antes que que los vestigios de nuestra época (islas de calor, árboles muertos, ríos secos o barrios sin sombra) cuenten una historia desvirtuada de la tierra.