UN VETERINARIO PENSATIVO
Trabajaba como veterinario de gobierno en Santiago de Mapimí Durango, pueblo "Mágico" y pintoresco con más de cuatrocientos años de historia, tenía veinticuatro años de edad, atendía pequeñas y grandes especies, que criaban en los enormes corrales de las casas, también me encargaba de la salud del ganado caprino y bovino y del manejo de agostaderos ejidales y a ganaderos particulares. Me dirigía por las calles empedradas del poblado para ver a mis pacientes en las centenarias casas de adobe, conformadas con alegres zaguánes adornados de macetas con un frenesí de flores con aromas de madrugada, veía en uso las viejas destiladoras de agua de grandes cántaros de barro con bases de madera, goteando día y noche filtrando el agua fresca y transparente para el consumo diario, en unas casas se apreciaba vestigios de viejas norias de agua que dieron vida a las familias de antaño. Trabajábamos varios compañeros en el sector agropecuario atendiendo el municipio; agrónomos, veterinarios, técnicos, trabajadoras sociales, secretarias, la mayoría recién egresados y solteros, nos esmerábamos tratando de ser lo más eficiente en nuestro primer empleo, disfrutábamos de una gran amistad que hasta la fecha conservamos, compartíamos los alimentos y pernoctábamos de lunes a viernes en la casa donde se encontraba la oficina. La asistencia técnica a los productores era gratuita, se trataba de gente trabajadora del campo, noble y agradecida, cuando cosechaban nos obsequiaban elotes, chile, frijol, trigo que disfrutábamos en la comida, y el suculento queso de cabra que nos compartían cuando vacunábamos su ganado. Mi trabajo era variado, lo más excepcional era las cirugías de emergencia, las labores no implicaba acciones de grandes riesgos, claro, con las precauciones adecuadas en el manejo del ganado mayor, como los toros cebú de una tonelada de peso, que no me libré de alguna coz, pisada o aventón. Nos encontrábamos en el verano a una temperatura de cuarenta °C., pasaba de medio día cuando solicitó mis servicios Don Jesús para consultar una vaca, un señor amable y respetuoso de más de setenta años de edad, dueño del billar más grande del pueblo, contaba también con un pequeño establo de vacas lecheras. Al encontrarme frente a mi paciente, le pregunté al dueño el motivo de la consulta, quedó en silencio por un momento e irrumpió en una espontanea carcajada, se contuvo y me dijo doctor, "La vaca está muy pensativa" y volvió a reír apenado por su respuesta, para mí fue suficiente información, los veterinarios estamos acostumbrados a recibir menos datos, estar pensativa representaba; postración, anorexia, apatía, decaimiento, enfermedad, el termómetro me dio gran información, fiebre de cuarenta grados centígrados, palpé ganglios linfáticos inflamados, ubre rubefaciente (cálida y rojiza), pensé en mastitis. En seguida inyecté antibióticos, antipiréticos y desinflamatorios, hice una receta y le aseguré al dueño que su vaca estaría "Sonriendo" en unos días. Al salir de la casa me dijo Don Chuy como así le llamaban, doctor, está muy fuerte "la calor", no gusta un refresquito, era la manera muy particular de expresar su agradecimiento, en realidad no era un refresco, se refería a una espumosa y fría cerveza en su bar, lo pensé un momento, pasaba de las tres de la tarde, era mi última consulta del día, y acepté, nos encaminamos a su negocio que se encontraba a tiro de piedra en la calle principal. Al llegar, permanecí en el centro de la barra, había dos señores de la tercera edad también en la barra que se encontraban en los extremos, a dos metros de distancia, uno a cada lado de mí, al darme la cerveza Don Chuy, en ese instante el señor que se encontraba a mi derecha sacó un arma y la dirigió al hombre de mi lado izquierdo, quedé petrificado en medio de los dos, le reclamaba sin grandes aspavientos, el señor de la izquierda le negaba todo, pensé en retirarme pero no quería amedrentar al hombre del arma y la fuese accionar, sentí un silencio absoluto por largo tiempo, de repente escuché a Don Chuy, le habló por su nombre al sujeto armado y muy ecuánime lo hizo entrar en razón, le pidió el arma ofreciendo devolverla al marcharse, este la entregó sin emitir alguna palabra, el dueño del bar con gran pericia sacó el cargador del arma y la guardó. Todo sucedió en segundos que para mí fueron horas, empecé una vez más a escuchar la música de la rockola, sin darme cuenta dejé de oírla, sentí que el tiempo se había detenido por un instante, el ambiente continuó con el bullicio normal de una cantina, como si no hubiese sucedido nada. No alcancé a dar un sorbo a mi bebida, cuando en un abrir y cerrar de ojos llegué a la oficina, permanecía solo y meditabundo, fue cuando me di cuenta que padecía los mismos síntomas del paciente que venía de consultar…… "Estaba muy pensativo".