En la alta noche, cuando todo está oscuro, hasta las almas, los viejos muebles de la antigua casa de Ábrego dicen cosas que los humanos no podemos escuchar.
El baúl que guarda el vestido de novia de la abuela conserva aromas de romero, de albahaca, de membrillo, y habla del tiempo en que sentía la suavidad de las sábanas nupciales, de las colchas tejidas por laboriosas manos de mujeres que ni siquiera son ya recuerdo, sino sólo olvido, olvido solo.
La cama de latón de don Ignacio de la Peña y Peña y su esposa doña Francisca ocultó otrora en sus columnas monedas de oro y plata. El espejo de siete lunas del ropero refleja cuando nadie lo ve imágenes de las señoritas que en él se contemplaban y parecían preguntarle si alguna vez encontrarían marido. La mesa de cedro de la sala muestra el abanico de Lichita, la infeliz joven cuyo prometido fue muerto por bandoleros cuando iba camino del Potrero a desposarla.
Yo sueño que oigo lo que los muebles dicen, y les pido perdón por poner aquí lo que hablan. Alguna vez seré lo que ellos guardan: un recuerdo. Alguna vez seré lo que no guardan ellos: un olvido.
