ESTAR BIEN TODOS
En fechas recientes, por algún evento aislado, vino a mi memoria un libro leído en los años ochenta, cuando los tratados de autoayuda comenzaron a inundar el mercado literario. "Yo estoy bien, tú estás bien", del escritor norteamericano Thomas Harris, abunda sobre las teorías del académico Eric Berne, autor de la modalidad de "análisis conciliatorio", en contraposición con el tradicional método psicoanalítico de Freud. Esta nueva técnica de revisión representa una forma más inmediata de abordar y entender nuestro propio mundo interior, sin tanta vuelta al inconsciente, por decirlo de alguna manera.
Simple y simpático el modo como el análisis transaccional nos presenta las posturas que asumimos como individuos, desde el patético "Tú estás mal, yo estoy mal", pasando por el terrible "Yo estoy bien, tú estás mal", una de las posiciones de juego más comunes y dañinas. Este método revolucionario postula las diversas interacciones que establecemos unos con otros, y cómo dichos mecanismos de intercambio influyen para perpetuar determinados comportamientos o para modificarlos.
Trayéndolo hasta nuestros tiempos, si somos honestos habremos de reconocer con qué elevada frecuencia nos manejamos en el "Yo estoy bien, tú estás mal", para justificar nuestras posturas, tantas veces inamovibles, así como la inagotable ristra de críticas y descalificaciones que emprendemos hacia quienes nos rodean. Partimos de nuestro criterio personal para juzgar y catalogar las acciones de los demás, sin considerar que no tienen ninguna obligación de ser como nosotros suponemos que debían de ser. El globo terráqueo tiene una extensión de 510 millones de kilómetros cuadrados, suficiente como para que lo que uno opine sea distinto a lo que el otro piensa. La diversidad de factores geográficos, hereditarios, culturales y económicos, entre otros, va moldeando los comportamientos de cada uno de los habitantes del planeta, de manera que lo que uno realice, conforme a sus propias circunstancias, es tan válido como lo de alguien más.
El análisis conciliatorio se centra en la persona, de manera de hacerle ver que su estado actual es producto de sus propias decisiones, y que sus cambios futuros, de igual manera, habrán de depender de su voluntad. Postula que todos en esencia somos buenos, pero que hace falta tener una actitud empática para abrirnos y establecer una comunicación de calidad con los demás.
Los cambios que pretende esta técnica parten del supuesto de que, tanto tú como yo estamos bien, de manera de respetarnos y apoyarnos mutuamente. Al armonizar unos con otros, mejora la calidad de vida para todos, el mundo ya no es visto como poblado de enemigos potenciales que nos amenazan, sino de amigos en germen, que esperan ser descubiertos. Ello conduce a desactivar esos juegos perversos que no hacen más que dañarnos.
Si yo considero que las ideas del otro merecen ser descubiertas, apreciadas y respetadas, se genera un círculo virtuoso que finalmente favorece a todos. Ello resulta de gran utilidad en la familia, la escuela, en los centros laborales o hasta entre amigos. La función del líder no es la de imponerse, sino abrirse a conocer, aquilatar y transmitir las ideas, propias y del grupo. Un terreno más escabroso para aplicar la técnica es entre padres e hijos; culturalmente estamos acostumbrados a considerar que los padres, como figuras de autoridad, siempre tienen la razón, y que, a los hijos, dada su menor edad, corresponde un menor peso específico a la hora de plantear u opinar. Se nos olvida una verdad fundamental: todos somos humanos, y por tal razón cometemos errores. Que un padre reconozca frente al hijo que se equivocó, no le resta autoridad, por el contrario, inspira un inmenso respeto frente a sus descendientes. La humildad de decir "me equivoqué" es un signo de profunda sabiduría y grandeza de espíritu.
En conclusión: "Yo estoy bien, tú estás bien", de padres a hijos favorece la comunicación, al otorgar al hijo el beneficio de la duda y sentarse a escucharlo. "Yo estoy bien, tú estás bien", de hijos a padres, rompe con la frecuente intolerancia de los jóvenes hacia sus mayores y propicia el entendimiento. Finalmente, todos salen ganando.
Una dolorosa realidad de nuestros tiempos es la intolerancia. Nuestra misma ligereza frente al mundo genera irritabilidad. Fácilmente nos exasperamos ante quienes piensan o actúan distinto a nosotros. Como dice el refrán popular, "es más fácil condenar que tratar de entender", y en ocasiones nos dedicamos al estéril oficio de señalar lo ajeno, así enrareciendo el aire que respiramos.
El conocimiento se va actualizando al paso del tiempo, no caducan del todo con los años. Se aplica, tanto para recetas de cocina, como para libros sobre la vida.
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