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Carmen Sánchez: la cicatriz visible de la violencia de género 

Carmen Sánchez: la cicatriz visible de la violencia de género 

Carmen Sánchez: la cicatriz visible de la violencia de género 

DANIELA CERVANTES

En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (25 de noviembre), Carmen Sánchez viajó al desierto para compartir que hace 10 años, el padre de sus hijas, y el hombre que alguna vez le promedió amor, decidió rosearla, no una, sino en tres ocasiones con ácido, cambiando para siempre su existencia. 

Después de sobrevivir a ese brutal ataque que casi le arrebata la vida, Carmen ha tratado de cambiar su dolor en un motor de cambio, defendiendo los derechos de las mujeres y promoviendo reformas legislativas en México.

"Mi vida cambió para siempre el 20 de febrero de 2014", dice Carmen dentro del Centro de Convenciones de Torreón, lugar al que llega para repasar los momentos más oscuros de su historia. 

En esa fecha, el hombre con el que había compartido diez años de su vida, Efrén García Ramírez, intentó matarla con ácido. La agresión, que, expresó: le arrancó la piel, los sueños y la esperanza, fue el clímax de una larga cadena de violencias previas. 

"El ácido que me arrojó me quitó mi rostro, mi cuello, mi vida tal como la conocía", relató. Durante meses, Carmen pasó por más de 60 cirugías reconstructivas, tratando de recuperar lo que la violencia le había arrebatado. Pero más allá de su propio sufrimiento, Carmen se dio cuenta de que su historia no era única. Tras conocer a otras mujeres sobrevivientes de ataques similares, creó la Fundación Carmen Sánchez, la primera en México que acompaña a las víctimas de ataques con ácido. 

Esta organización, junto con su trabajo académico y su activismo, ha sido clave para visibilizar y combatir esta forma de violencia extrema que, lejos de ser un fenómeno nuevo, lleva más de tres décadas ocurriendo en el país.

"La violencia con ácido no es una moda ni una agresión que llegó de repente a México", afirma Carmen, quien ha luchado por darle visibilidad a una problemática que se encuentra muchas veces silenciada. 

"Este tipo de violencia es una de las más crueles y devastadoras, pero debemos recordar que nosotras, los sobrevivientes, no estamos solas. Podemos reconstruirnos, podemos ser escuchadas, y podemos ser agentes de cambio".

En su camino hacia la justicia, Carmen no sólo ha fundado una organización, sino que también ha sido coautora de importantes investigaciones académicas sobre los efectos psicosociales de la violencia química en las mujeres mexicanas. 

Además, en su rol como presidenta de la Fundación Carmen Sánchez, ha promovido diversas reformas legislativas que buscan mejorar la atención y protección a las mujeres víctimas de violencia.

TESTIMONIO DE ESPERANZA

El trabajo de Carmen no se limita sólo a la activista y defensora de los derechos humanos. También ha sido testimonio de superación. Al completar recientemente su Licenciatura en Derecho, Carmen ha demostrado que, a pesar de las cicatrices visibles e invisibles de la violencia, se puede seguir adelante y tener una voz fuerte para abogar por el cambio.

En su intervención, Carmen hizo una reflexión crucial: "No debemos esperar que alguien más nos dé permiso para sanar. Nosotras tenemos la fuerza para reconstruir nuestras vidas, y cuando nos unimos, nuestra voz se multiplica". Además, invitó a todas las mujeres presentes a no rendirse ante la adversidad ya ser parte activa en la lucha por la justicia, la equidad y el respeto a los derechos humanos.

"Las mujeres que han sobrevivido a ataques de ácido o cualquier otra forma de violencia tienen derecho a sanar, a vivir sin miedo ya exigir justicia. El proceso no es fácil, pero sí es posible. Y eso es lo que quiero compartirles hoy, en este Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer: que sí es posible reconstruirse después de la violencia". 

LAS CICATRICES COMO FUERZA DEL ESPIRITÚ 

En un momento de su conferencia, Carmen Sánchez expresó a la audiencia: "Recuerdo que, estando en el hospital, me tocaba el rostro y lloraba sin consuelo. Me sentí atrapada en mis propias cicatrices, presa en una piel que ya no era mía. Intenté quitarme la vida tres veces, convencida de que no había un futuro para mí ni para mis hijas. ¿Cómo seguir adelante con un rostro desfigurado, con sueños e ilusiones arrancadas sin piedad?"

Carmen narra que el primer paso hacia la aceptación comenzó un sábado, cuando decidió enfrentarse al espejo por primera vez. La imagen que vio la llena de terror y tristeza: "Vi un monstruo. Mi rostro estaba completamente deshecho, sin piel, con grapas enormes. Fue tan doloroso que grité hasta que los enfermeros tuvieron que sedarme".

Sin embargo, lo que en un principio fue un campo de batalla lleno de dolor, con el tiempo se convirtió en un lugar de transformación. "Ese espejo me mostró mi fortaleza. Cada cicatriz era un recordatorio del sufrimiento, pero también de mi capacidad de resistencia. Me di cuenta de que la belleza no reside en la apariencia, sino en la fuerza para seguir adelante."

Carmen también tomó una decisión crucial para sanar emocionalmente: no permitir que el odio definiera su vida ni la de sus hijas. "Decidí no llenarme de rencor. Mi enemigo no merecía que su nombre rondara mi hogar. Lo dejamos en manos de la justicia terrenal y divina. Mi prioridad era recuperar mi vida y criar a mis hijas desde el amor, no desde el odio."

El camino no ha sido fácil. "Mentalizarme fue sobrevivir. Tenía que luchar día a día por comer, por recuperarme, por ponerme una meta que me acercara a la vida". Pero hoy, Carmen encuentra en sus cicatrices no solo marcas de un pasado violento, sino símbolos de una nueva vida llena de propósito.

“Mis cicatrices me recordarán siempre el dolor que viví, pero también la fuerza que desarrolló para seguir adelante. Hoy miro al espejo y no solo veo lo que me arrebataron, sino lo que reconstruí: mi esperanza, mi fortaleza y mi capacidad de transformar el dolor en vida.”Conocer la historia en la propia voz de Carmen, fue una oportunidad para los y las asistentes de conocer un testimonio vivo de que la resiliencia puede surgir incluso de las heridas más profundas.

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