El mundo ya no es el mismo desde la pandemia. Parece un cliché-mantra que hemos cargado una sociedad que estaba acostumbrada a dinamismos capaces de darnos certezas frente a nuestros futuros. Sin embargo, todo se ha venido al traste, haciendo que cada uno de nosotros pierda la brújula que lo movía hacia un lugar, que bien que mal, nos permitía tener un horizonte.
Tótem de Lila Avilés, directora mexicana, nos muestra un retrato de familia que tiene como hilo conductor la mirada de "Sol", la hija pequeña de "Tonatiuh" a quien su familia le hará una fiesta de cumpleaños.
Hasta aquí parece una historia que ya ha sido tratado por diferentes directores como la argentina Lucrecia Martell (La Ciénaga), pero Avilés trata de transtocar la serenidad de la cotidianidad aparente con sutiles trazos de caos y desorden, lo cuales manejarán al espectador a construir la historia.
"Sol", hija del pintor "Tonatiuh" y la actriz de teatro "Lucía", va de visita a la casa del abuelo paterno, para la fiesta sorpresa para su padre, la cual es organizada por sus tías y tío. "Tonatiuh" se encuentra padeciendo una enfermedad terminal, la cual le impide hacer una vida normal, mostrando una parte de este México, que cada vez todos nuestros hogares se han convertido en sanatorios para nuestros familiares con algún padecimiento.
Las imágenes nos sitúan en una contraposición, por una parte, el caos que significa el mundo de los adultos desde la visión de los niños, este orden, control y a la vez contraposición a esto, que vuelve el entorno complicado de asimilar, pero sobre todo de entender.
De ahí que podamos ver la tensión en todo lo que significa la vida de los adultos, dejando como un resquicio el contacto con la naturaleza, tan independiente a nosotros que pareciera ajena a nuestras vidas, pero que en si misma tiene el poder de romper ese supuesto equilibrio que controlamos en esto llamado sociedad.
Es por ello que la angustia de "Sol" relata la confrontación de una niña de siete años con un mundo que apenas construía y que se fue desquebrajando, dejándola sola ante la incertidumbre de la existencia de su todo, pero solventando hasta cierto punto su contacto con la naturaleza, ese entorno que nos llama no para que regresemos a esta, sino que la reconozcamos como parte de nuestro andar, no como escenario, sino como hogar.
Para la pequeña "Sol" parece que las voces que pueden hacer más eco en su experiencia de vida no son las íntimas como son las de sus familiares, quienes la hacen en mundo, pero solo como anécdota no como motivo de celebración o de preocupación por el futuro que le depara a ella sin su padre.
De ahí que la voz externa de la enfermera que cuida de su papá sea la más cercana, como guía y baluarte para construir su realidad.
Lo interesante de este drama es que no cae en la fórmula melodramática a la que estamos acostumbrados los mexicanos, sino a plantearnos un espejo, capaz de incomodarnos no solo por el reflejo de nosotros, sino por el paralelismo que podemos encontrar en la falta de humanidad con la que convivimos cada día, y ojo no por culpa de la pandemia, sino porque así es la naturaleza de este ser humano, devorador de tecnología pero poco amigable en la construcción de relaciones amorosas entre pares como entre familiares.
Lila Avilés logra confrontarnos hasta la incomodidad con lo cercano, el enojo entre hermanos, las pugnas padres e hijos, las distancias generacionales y la poca claridad en la comunicación que tal parece ser solo transmisión de mensajes y no el compartir la vida con el otro.
Esta película se ha presentado en festivales y ha tenido una buena respuesta, al grado que se ha llevado reconocimientos como Mejor Película y Mejor Director. Además de que fue seleccionada para representar a México a la selección de Mejor Película Extranjera en la próxima entrega de los Oscar.
Es una película que puede ser pesada para algunos espectadores, pero bien vale la pena vivir la experiencia del reflejo ante el cine, que puede calar en las venas de cada uno de nosotros dejándonos absortos con una mirada de una pequeña.