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García Márquez y los beneficios del café

El maestro Gabriel García Márquez atribuyó muchas veces a esas tertulias de café no sólo su aprendizaje literario, también “una perspectiva nueva y resuelta de Latinoamérica”.

García Márquez y los beneficios del café

García Márquez y los beneficios del café

VICENTE ALFONSO

En la ya remota época en que el internet era aún impensable, los cafés eran uno de los sitios preferidos de los aspirantes a escritores. En esos espacios informales coincidían, a veces varias veces al día, quienes estaban interesados en un tema común: literatura, periodismo, cine…allí comentaban e intercambiaban libros, trabajaban borradores, discutían ideas y compartían técnicas literarias y periodísticas. Aquellas tertulias bien podrían definirse con el término taller, tal como lo entiende el pedagogo Ezequiel Ander-Egg: “Taller es una palabra que sirve para indicar un lugar donde se trabaja, se elabora y se transforma algo para ser utilizado. Aplicado a la pedagogía, el alcance es el mismo: se trata de una forma de enseñar y, sobre todo de aprender, mediante la realización de ‘algo’, que se lleva a cabo conjuntamente. Es un aprender haciendo en grupo”.

El maestro Gabriel García Márquez atribuyó muchas veces a esas tertulias de café no sólo su aprendizaje literario, también “una perspectiva nueva y resuelta de Latinoamérica”. En el artículo Desde París, con amor, el autor trazó un autorretrato suyo en 1955: “Cuando llegué a París yo no era más que un caribe crudo. Lo que más le agradezco a esta ciudad, con la cual tengo tantos pleitos viejos, y tantos amores todavía más viejos, es que me hubiera dado una perspectiva nueva y resuelta de Latinoamérica. La visión de conjunto, que no teníamos en ninguno de nuestros países, se volvía muy clara aquí en torno a una mesa de café, y uno terminaba por darse cuenta de que, a pesar de ser de distintos países, todos éramos tripulantes de un mismo barco”.

Durante un discurso en honor de Belisario Betancur pronunciado en Santafé de Bogotá en febrero de 1993, el Nobel recordó su arribo a esta ciudad, ocurrido en 1943, cuando fue enviado a cursar el bachillerato con dieciséis años de edad: “con el mismo terror reverencial con que íbamos de niños al zoológico, íbamos al café donde se reunían los poetas al atardecer”. Desde ese año hasta 1966, en que finalizó la escritura de Cien años de soledad, el joven García Márquez tomó parte en al menos seis tertulias diferentes. Acaso la más famosa es el llamado “Grupo de Barranquilla”, conformado por los amigos a quienes frecuentaba cuando era un jovencísimo periodista en esa ciudad colombiana: Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y el propio García Márquez, reunidos en torno al exiliado catalán Ramón Vinyes, mencionado en Cien años de soledad como “el sabio catalán”. También pueden enlistarse el grupo conformado en torno a Clemente Manuel Zabala, editor de El Espectador de Cartagena y el grupo de alumnos del Centro Experimental de Cinematografía en Roma, donde García Márquez se matriculó en 1955.

Muchos años después, en entrevista con Elena Poniatowska, García Márquez habló del papel fundamental que estas tertulias habían tenido en la creación de su novela más célebre: “La obra me llevaba a tal velocidad que yo no me podía parar, y a partir de ese momento se creó una especie de equipo solidario alrededor del libro, y todos mis amigos me ayudaron. Yo le hablaba a José Emilio Pacheco: ‘Mira, hazme el favor de estudiarme exactamente cómo era la cosa de la piedra filosofal’, y a Juan Vicente Melo también lo ponía a investigar propiedades de las plantas y le daba una semana de plazo. A un colombiano le pedí: ‘Haz el favor de investigarme cómo fueron los problemas de las guerras civiles en Colombia’ […] Ahora me doy cuenta de verdad que todos ellos estaban trabajando en Cien años de soledad, y no solo no lo sabían entonces, sino que tengo la impresión de que no lo saben todavía”.

Así pues, tras la recepción del Premio Nobel en 1982, es natural que el escritor haya elegido el esquema de taller (o tertulia, como también le llamaba) como herramienta preferida para educar nuevas generaciones de periodistas, cineastas y escritores.

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