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Claroscuros del corrido tumbado

Tras alcanzar el éxito internacional, el género ha sido objeto de críticas por sus temáticas violentas que idealizan al narco.

Claroscuros del corrido tumbado

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YEUDIEL INFANTE

“No hay censura; prohibido prohibir”, dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina del pasado 26 de junio, inmediatamente después de criticar a los corridos tumbados que, enfatizó, mencionan drogas, armas de alto poder e idolatran narcotraficantes.

Aunque el titular del poder ejecutivo no llamó “mala música” a las canciones de dicho estilo, sí contrastó el género con otra música que llamó “buena para los jóvenes”, como “Ya supérame” de Grupo Firme, que, en el acto, pidió con entusiasmo. Cuatro días antes, tres de los temas del nuevo álbum del zapopano Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, superaron un millón de reproducciones durante las doce primeras horas transcurridas desde su lanzamiento. Actualmente el artista que canta “y si la orden es matar, esa no se cuestiona”, del álbum GAVILÁN II (2023), es uno de los diez más escuchados de todo el mundo según estadísticas de las principales plataformas de streaming.

El estilo que no le gusta escuchar al presidente de la República es una variación reciente de músicas de larga tradición en México. La evolución del corrido tumbado ha sido rápida, pero no tanto como se suele contar. Su sonido ya se dibujaba con claridad hace casi diez años.

En 2014, por ejemplo, Ariel Camacho ya integraba la tuba en sus canciones de guitarra y docerola de métricas poéticas irregulares; para 2018, Herencia de Patrones ya grababa con slap (técnica percusiva) el bajo eléctrico de sus corridos de ritmo sincopado.

Esto es relevante porque, más allá de la incorporación de instrumentos y nuevas tecnologías de producción (como la afinación digital de voces), los rasgos que diferencian la nueva escuela de corridos son principalmente estructurales y rítmicos. En lo formal, cambian la luminosidad de la tonalidad mayor por la melancolía de las escalas menores y rompen con la métrica del corrido tradicional, heredada del romance medieval español, para sustituirla por versos y melodías que se aproximan más a las del trap y el reguetón. En lo rítmico, los acentos musicales se aprecian desplazados en comparación con las formas más viejas del género. Sin embargo, las temáticas de las letras se parecen mucho a las de sus antecesores que, según los registros históricos, se cantan desde hace al menos dos siglos. Unos y otros corridos ilustran la cotidianidad de la vida por los rumbos, sobre todo, del norte del país. Una cotidianidad que actualmente, por desgracia, suele implicar drogas, armas de alto poder e ídolos narcotraficantes, tal como lo hace notar el presidente.

Tras la reciente explosión de popularidad de nuevos corridistas como Natanael Cano, Fuerza Régida, Gabito Ballesteros, Junior H o el propio Peso Pluma, hemos atestiguado una explosión idéntica de ensayos y notas periodísticas nacionales y extranjeras que han desmenuzado hasta el cansancio las diferencias que guarda este nuevo estilo con los corridos de generaciones anteriores. Pero, ¿cuáles son las similitudes?

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Fuerza Régida. Crédito: Rancho Humilde Records

No son pocas las personas que coinciden con el presidente en que hablar de drogas, armas de alto poder e idolatrar narcotraficantes es algo negativo. Puesto así parece absurdo pensar lo contrario. Sin embargo, valdría la pena preguntarse: ¿por qué tantos corridos ponen atención a esos temas? ¿Son obra de un cártel de intelectuales que buscan instalar la idea de la violencia entre la población a través de rimas y coros pegajosos? Y si no es así, ¿entonces por qué algunas canciones hablan tan bien de los sicarios? ¿El aumento de la violencia en México se debe a la popularidad de un género musical?

EL ETERNO DESPRECIO POR LA MÚSICA POPULAR

En torno al siglo XV, en la lejana Edad Media europea, los juglares viajaban de pueblo en pueblo cantando historias a cambio de techo, comida o dinero. A veces corrían con suerte y cobraban jugosas cantidades por ser entretenimiento de reyes y nobles; otras, más frecuentemente, eran convocados para fiestas populares donde la paga se reducía a llenar el estómago con el banquete de la noche y refugiarse del frío hasta continuar su interminable viaje. Algo había en las letras de sus canciones de arpa y vihuela que cautivaba a todas las clases sociales y, al mismo tiempo, les hizo ser condenados por algunos sectores de las altas esferas ofendidos por la “vulgaridad” de su arte, y perseguidos por poderosos personajes como Alfonso X de Castilla, quien les llamó “infames” y prohibió por escrito relacionarse con ellos.

Aclamados por el pueblo que se reconocía en sus letras y repudiados por quienes encontraban en sus rimas un recordatorio de los límites de su poder, la labor de los juglares no era distinta a la de otros compositores e intérpretes de canciones anteriores al siglo XV; acaso su labor tenga un equivalente en cualquier cultura y momento de la humanidad. Lo que llevaban consigo estos artistas eran historias que de otra manera no podían saberse; cantaban sobre sus viajes a lejanas tierras y la gente que habitaba en ellas, sobre otras formas de vivir y pensar; cuestionaban la vida con ejemplos que contradecían la moral de la época, contaban secretos de las fiestas de los reyes, rumores de los pasillos de los monasterios, intimidades de los nobles, biografías de bandidos, celebraciones de la embriaguez y hasta hacían alusiones sexuales explícitas. Es natural que para algunos resultaran incómodos moral y políticamente. Sin embargo, eran al mismo tiempo tan populares, que el oficio tuvo un auge significativo y algunos, los más afortunados, fueron financiados por figuras acaudaladas que no escatimaban al comprar estrofas dedicadas a sí mismos.

Seis siglos después, la práctica y el dilema persisten. Los corridistas son aclamados por las masas y repudiados por quienes encuentran en ellos un recordatorio de los límites de su poder. Aún es reprobable cantar la cotidianidad como se vive y no como debe vivirse. A seiscientos años de la era de los juglares, es motivo de escándalo, como ha sido siempre, describir la moral de las calles, el consumo de drogas (tan antiguo como la humanidad) y la auténtica sexualidad popular (incorrecta por definición).

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Jimmy Humilde, dueño de Rancho Humilde, el sello discográfico que disparó el género de la música urbana mexicana a la cima de las listas de Billboard y Spotify. Crédito: Imagen: EFE/ The 3 Collectives

Además de tópicos y versos, el corrido tumbado comparte con sus antecesores las incomodidades políticas y morales que genera; y no sólo con los corridos previos, sino con la mayoría de los géneros populares en sus momentos de mayor notoriedad. Con análogos criterios fueron juzgados antes el jazz, por ser música asociada a los vulgares excesos de una clase discriminada; el tango, por corriente y pasional; la salsa y la cumbia, por enaltecer figuras moralmente cuestionables (a veces famosos delincuentes); el rap y el trap, por ensalzar la violencia y el consumo de drogas ilegales o, un favorito vigente: el reguetón, sobre todo por su contenido sexualmente explícito. Por cierto, todos los estilos anteriores comparten otro rasgo con el corrido tumbado; se argumentó “mala calidad” artística para censurarlos.

ESPEJOS INCÓMODOS DE VER

¿Qué fue primero? ¿La idealización del narcotraficante o la canción que lo idealiza? ¿A dónde llegaríamos si cuestionamos por qué un capo puede ser presentado como ídolo y por qué es aceptado como tal por el público? Por supuesto, este argumento no es una defensa del narcotráfico, sino todo lo contrario. La intención es hacer notar cómo, sistemáticamente, la energía tiende a concentrarse en ocultar síntomas y no en atender enfermedades. La política parece ser “no existe si no hablamos de ello”. Señalar públicamente al artista y no al protagonista de sus historias resulta cuando menos una falacia reduccionista. Aunque, considerando la peligrosidad de cada uno, es hasta comprensible que sea la opción por la que se inclina el gobierno.

¿Qué sucedió antes? ¿La realidad social que hizo del narcotráfico una alternativa popular o la canción que enumeró los beneficios de la ilegalidad? ¿Debemos hablar los artistas sobre la vida que conocemos o estamos obligados a promover lo que el presidente considera digno, aunque no corresponda con la realidad? Porque, curiosamente, estamos todos de acuerdo en que la reproducción de discursos que enaltecen a los narcotraficantes que ponen en jaque al gobierno es una cosa grave; pero, por alguna razón, la reproducción de discursos elitistas, clasistas, racistas o misóginos parece estar en una categoría más amable, aun cuando todos ellos significan violencias tan atroces y letales como la del narco. ¿Por qué?

Hoy, el corrido tumbado sigue incrementando sus puntos de encuentro con otros estilos (sobre todo urbanos) de los que se enriquece mientras aumenta su popularidad internacional. No es poco significativo que un género cantado en español se expanda de esa manera; el fenómeno que inició con el reguetón parece estar encontrando en este joven estilo su continuidad. Los corridistas exportan historias sobre la realidad mexicana desde sus letras, pero también desde sus formas, pues no se trata de una música exenta de machismo, clasismo o de enloquecidas aspiraciones capitalistas. Por supuesto, los rostros del género siguen siendo los de hombres jóvenes y blancos que presumen fortunas. Tan incómodo como un nítido reflejo de nuestra sociedad.

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