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Carlos Reygadas

El cineasta que le da la espalda al canon

Carlos Reygadas

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ALEJANDRO FIGUEROA MORENO

Una constante en sus películas es mostrar la naturaleza del ser humano tal cual es, sin adornos ni arquetipos. Por ejemplo: la depredación del hombre de su entorno, la mancha urbana, el maltrato animal, la idiotez subyacente o evidente de quien alardea de intelectualidad, la doble moral y lo cotidiano al desnudo.

Ver una película de Carlos Reygadas es adentrarse al mundo de lo real donde no se complace a nadie que esté esperando contemplar lugares rosas trillados y tibios. Su filmografía no es para las masas y no es que el cine comercial sea malo. A quién no le gusta luego de una ardua jornada de trabajo tumbarse sobre el sofá y desconectarse por unas horas a través de una historia romántica o hilarante. El cine de este director mexicano, nacido en 1971; es para reflexionar y reconectar con lo que tenemos enfrente, pero que muchas veces no se quiere pensar.

Una constante en sus películas es mostrar la naturaleza del ser humano tal cual es, sin adornos ni arquetipos. Por ejemplo: la depredación del hombre de su entorno, la mancha urbana, el maltrato animal, la idiotez subyacente o evidente de quien alardea de intelectualidad, la doble moral y lo cotidiano al desnudo.

Lo sórdida que puede llegar a ser la existencia, contrasta con tomas de espectaculares atardeceres, tormentas que se avecinan o parajes que invitan al espectador a redescubrir colores que siempre han estado ahí. En resumen, una fotografía excelsa.

Sobre la cinta Japón

Carlos Reygadas nos enseña que el sexo y la pasión no sólo están reservados para cuerpos fitness y despampanantes, torneados o musculosos, ya que nos presenta a protagonistas alejados de todos esos estereotipos.

Obesidad mórbida y a plena luz; antes y después de hacer el amor. Nada que esconder y sí mucho qué mostrar. La realidad sin tapujos. Simplemente los pliegues naturales de la piel ¿Por qué escandalizarse? Si también así somos.

Por otro lado, personajes de la tercera edad o acercándose a esta, también al natural, sin temor a la sexualidad en la vejez y experimentando sensaciones olvidadas, como en la cinta Japón, en la que un hombre de mediana edad huye de la ciudad, en busca de un lugar apartado de la civilización y más cerca del campo, para acabar con su vida.

Lejos de encontrar un sitio idílico, termina alojado en una casa de piedra, en lo alto de un cerro, con alimañas y ratones de campo como sus vecinos más próximos y convenciendo a su anfitriona, una viuda ya entrada en años, que tengan relaciones.

Quizás la amabilidad de la viejecita, los tecitos fríos que le preparaba para mitigar el calor y su característico candor, jugaron un papel importante para animarse a proponerle algo así.

Tan diferente como cuando llegó de arrimado a la casucha pétrea mal construida y semidesnudo y con harto pudor, pedía que le tocaran a la puerta ¡antes de entrar!

La larga escena de las vías del tren es quizá de las más emblemáticas de todo el cine de Carlos Reygadas. En ella se puede ver el trágico destino de los que acarreaban las piedras de lo que fuera la casa de la anciana, tras demolerla con su consentimiento, porque se trataba de ayudar a un familiar que las necesitaba más que ella.

En Japón que por cierto desentrañar el por qué del título, es tarea del cinéfilo, vemos la contraparte de esos charros o pueblerinos bien entonados que cantan a garganta batiente una de tantas canciones de nuestro México en ensoñosas películas, de la época del Cine de Oro. Pues bien, en esta cinta desentonan y mucho, uno en especial; ahogado en alcohol y que lejos de amenizar, es un martirio para los oídos. Para sus amigos beodos, no hay fijón, seguramente ellos cantan igual.

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Filme Batalla en el cielo

Nuevamente Carlos Reygadas nos regala con lo anterior, más de la cruda realidad. Como en la película Batalla en el cielo, donde los personajes pueden convivir con contradicciones de lo más absurdas sin que eso les quite el sueño. Por un lado, asistiendo a actos religiosos dándose golpes de pecho y por debajo del agua, formando parte de actos delictivos, como lo es un secuestro.

El personaje principal es Marcos, un chofer de la ciudad de México a las órdenes de una familia acomodada donde solamente llega a verse la hija, Ana; de unos veintitantos años de edad. Marcos, para completar el sustento, vende junto con su esposa baratijas, relojes y pasteles en uno de los pasillos del Sistema Colectivo de Transporte Metro.

En esta escena, como vendedores dejan mucho que desear. Es más la apatía que los domina, en donde la pericia o gusto por convencer con sus mercancías a posibles compradores que se acercan a preguntar, brillan por su ausencia.

Por fin, una cinta donde no reina el cliché de la cortesía, la amabilidad y el buen trato. El que un comerciante ahuyente y le haga el fuchi a sus clientes, también es una realidad en México.

Es así como vemos entre los transeúntes, desde una madre presurosa profiriendo groserías a su pequeño vástago porque con sus pasitos se hace tarde, hasta a un anciano cargando su bolsa de drenaje de orina. Lo que pueda verse feo a cuadro, aquí no se discrimina ni se maquilla ni se falsea, como en otras películas. El diseño de arte es la realidad misma. Las dinámicas de vida como son. Todo lo que se ve realmente en el transporte público y en las calles. Un ¿descanso? para la vista de lo que son frescos parques con bicicletas y parejas de enamorados en pleno arrumaco.

Las historias que pueden contarse, no han de ser románticas y choteadas y Carlos Reygadas lo deja claro cuando Ana copula con Marcos, quien le saca ventaja en años y en kilos y el zoom out desde la ventana del edificio de departamentos donde se encuentran, es complementado por un movimiento de cámara poco usual a manera de paneo que nos describe en su totalidad lo circundante, para regresar nuevamente a la habitación de los amantes. Aquí, el acto sexual tiene connotaciones que se apartan de lo romántico y lo ideal para acercarse más a lo visceral.

Nada de penumbras o medias tintas, el cuerpo tal cual es, rasurado o no en las partes más íntimas. Ya en este punto, la pupila del espectador está más que entrenada para la propuesta visual ahora en distintos ángulos, hasta el punto quizá de olvidarse qué significa el ruborizarse.

El recorrido del lente en los exteriores, invita al acto de reflexión de que no todo es prisas en la vida diaria. Así como hay calmas que pueden verse en edificios como ese, allá afuera están los transeúntes que siguen su camino; los trabajadores al aire libre en su rutina; los estudiantes con sus juegos de recreo y el hormigón de las construcciones deteriorándose.

Aquí también es labor del espectador, desentrañar la razón del nombre de la película. ¿Por qué batalla y por qué en el cielo?

La trama narra que el secuestro por parte de Marcos y su esposa, era el de un bebé, pero que algo salió mal y el pequeño fallece. Marcos no puede con el remordimiento y le confiesa todo a Ana, quien lo insta a entregarse a la policía. Luego Marcos va con la esposa y le cuenta que se le salió la sopa y ahora Ana sabe lo que hicieron. Es reprendido por su mujer, señal de que es ella quien lleva los pantalones en la casa. ¿Y cómo no, con ese semblante adusto y con cara de pocos amigos? Independientemente de su robustez, claro y de sus kilos de más. La que lleva las de perder es Ana. Marcos no tendrá más remedio que silenciarla. Más cargos de consciencia a su currículum.

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Personajes y género

Ahondando en el perfil de los personajes del mundo fílmico de Carlos Reygadas, estos no se ajustan para nada a esos estereotipos de belleza tan trillados y esculpidos a base de ejercicio; ensaladas de lechuga y bebidas light. No tienen por qué. Vemos más bien el resultado de años y años de ingerir frituras y fritangas; carnitas de puerco; tacos dorados; molletes; antojitos; pan de dulce; azúcares refinados; gaseosas calóricas y chelas bien frías. Las cosas como son, nada de ocultar.

El espectador, una vez terminados los créditos en pantalla, podría verse impelido a contemplarse al espejo sumiendo la panza, siendo muy benévolo consigo mismo y consolándose con que no está tan “mal” como lo recién presenciado o bien, motivarse a entrar ahora sí a una dieta rigurosa sin esperar el año nuevo y tratar de hacer reversibles los estragos de la gastronomía mexicana o por el contrario, tirarse sin reservas y sin restricciones a lo que le dicte el paladar. Lo que implique menos esfuerzo, tal vez y sólo tal vez.

¿El género de sus películas? Drama social, tan real que parecería documental. Eso sí, para los quieran sumergirse por primera vez al mundo de este director, hay una triste noticia si lo que buscan es pasar el rato para reír a la menor provocación. Quizá haya películas recientes de terror y suspenso que logre arrancarles carcajada y media, con un poquitito de razón y más si la tendencia y el propósito de muchos contenidos fílmicos en la actualidad es irse por los chistes fáciles y nada sesudos.

Pues bien, aquí ni humor voluntario ni involuntario. Ni el más remoto. Para quien no busca este tipo de cine, casi representaría un acto valiente el no llevarse las manos a los ojos mientras transcurren las escenas de desnudos, haya o no pasado el rastrillo por ellos.

Otro aspecto a mencionar, es el evidente gozo del director por mostrarnos las diferentes relaciones amorosas existentes que le dicen “Hazte a un lado” a la monogamia. Nos dice con sus tramas “No se hagan, también está el intercambio de parejas, con o sin mutuo acuerdo; en rincones de cabañas o baños de vapores”. Muestra de esto último, es una escena de Post Tenebras Lux. Cuestiones que explora aún más en su última película Nuestro tiempo, su película más personal a la fecha.

Sea como sea, habrá quien terminando de ver una obra de Carlos Reygadas se talle los ojos y se pregunte qué pasó, o como los deportistas extremos; quiera ir más allá.

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Escrito en: Carlos Reygadas cineasta canon.

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