Ser el Director Técnico de la Selección Mexicana no es un cargo cualquiera a nivel mundial. Se sabe que se gana bien y que clasificarla al Mundial es una tarea relativamente sencilla por la zona donde se elimina el tricolor. También se sabe que es una selección sui géneris por sus compromisos comerciales en Estados Unidos que la hace usar fechas importantes para juegos de preparación como negocio.
El técnico que viene de fuera la ve sencilla, ¿qué me puede pasar? Piensan. Creen que van a llegar y conciliar intereses con los directivos, incluso llegan convencidos que es hasta mejor tener partidos moleros para trabajar más. No creen en los consentidos, en el club de Toby y en las loqueras del Chicharito. Todo lo ven manejable, con las facilidades de un gran sueldo y de poder traer 20 personas de cuerpo técnico. Lana hay, pero jamás se esperan la pesadilla que viene.
El primer miedo les entra cuando se dan cuenta de que son la esperanza de todo un país, que después del presidente de la república, son en quien dos pueblos descansan su felicidad, mexicanos en México y mexicanos en Estados Unidos. Después entran en pánico cuando ven el material humano con el que se cuenta, aunque hay buenos jugadores meterlos en un sistema y una disciplina es prácticamente imposible, a alguien como el Tata Martino que dirigió a Leo Messi, los desplantes de Carlos Salcedo o Jesús Gallardo le han de dar ternura pero también un golpe de realidad de ver con quienes quieren millones de mexicanos se llegue a los mejores ocho del mundo.
Los procesos de nuestra selección cada cuatro años son muy parecidos y son un círculo vicioso. Mientras sea más un negocio que un proyecto deportivo, el TRI no va a caminar ni con Pep Guardiola en el banco.
