EDITORIAL

Recuerdos de una vida olvidable...

Buscar el voto para aspirar a la divinidad

MANUEL RIVERA

En alguna época de inmadurez o sinceridad superior me decía que si algo pensaba, debía expresarlo.

Por compartir reflexiones que bien pude guardar regresé a las filas del desempleo y hasta terminé con relaciones afectivas.

¿En qué cabeza cupo -como diría mi mamá- escribir una carta a la novia comunicándole que había reflexionado acerca de la inconveniencia del matrimonio, o cuestionar frente a un jefe de gobierno la utilidad de una obra pública fuente de comisiones?

Esperando haya madurado, aunque sea un poco, para conciliar la sinceridad con la prudencia, recurro al siguiente recuerdo -admitiendo que podría resultar de dudoso gusto para algunas personas- con el fin de ilustrar una percepción que tuve con frecuencia en el medio político.

En franco intento para demostrar esa esperada madurez tardía, observo que lo tratado aquí pretende abundar en una arista más del circo de la política, no en una regla de esta.

Echo entonces hacia atrás la cinta de los recuerdos hasta llegar a un atardecer bajo el que corría con mis dos perros, en un sendero entre palmeras en el país que inventó el verde, República Dominicana.

El cielo comenzaba a nublarse advirtiendo la inminente cercanía de una tormenta, pero, debido a los casi 60 minutos que me separaban de mi camioneta, no tuve más remedio que mantener el paso.

Blondie y Scooby siguieron disfrutando el paseo sin pensamientos catastrofistas como los míos, que continuamente consideraban el riesgo que tendrían nuestras vidas por las descargas eléctricas esperadas.

Concentrados en el presente, ambos canes corrían delante de mí hasta que dejé de verlos cuando el camino comenzó a serpentear. Apenas unos segundos después de perderlos de vista, el impacto cercano de un rayo pareció traer de regreso al sol y provocó un ruido estremecedor.

Como si fueran galgos tras la liebre, vi a mis compañeros caninos salir de la curva y regresar a toda velocidad hasta llegar a mi lado, del cual no volvieron a separarse. No pude contenerme. Era mi momento de gloria en la soledad con envoltura verde: "vuelven a adelantarse… ¡y les mando otro!", los sentencié fingiendo seriedad.

Sin más incidentes, arribamos juntos los tres a la meta del día. Por supuesto que nunca creí en mi poder sobre la naturaleza, pero supe divertido lo bien que se siente soñar con ello.

Traigo a colación este recuerdo para someter al cuestionamiento del lector una impresión que tuve en algunas de las campañas políticas en las que participé, en particular con ciertos empresarios importantes que buscaron un puesto de elección popular.

En más de un momento de presión ejercida sobre ellos por su virrey o tlatoani, llamó mi atención observar cómo personas con grandes fortunas y reconocimiento social llegaban hasta humillarse ante quienes encabezaban el proyecto político en el que participaban.

"¿Qué necesidad tienes de aguantar esto?", pregunté al menos un par de veces, "si alguien puede enviarlos al diablo, eres tú".

Sin embargo, lo que me parecía lógico no lo era para ellos.

En su momento no entendí la razón que llevaba a quien tenía asegurado el sustento de varias generaciones de su familia, para aceptar indicaciones que a veces contrariaban sus deseos y hasta ideales declarados.

Empero, poco a poco fui comprendiendo que algunos de los personajes con los que trabajé para ayudarlos a obtener un puesto público, buscaban algo más que nuevas oportunidades de negocio y nuevos logros con valor curricular. Eso que perseguían era tan grande que no lo podían comprar.

¿Qué era? Claro, el anhelo de ser reconocidos como semidioses capaces de cambiar rumbos de vida, conceder deseos, prometer milagros, generar esperanzas, predicar "la verdad" e irradiar dones.

Cuando entendí eso supe también que el problema no era soñar con la divinidad, sino suponer que era posible alcanzarla y había un público que creería en ella.

Por supuesto que ese último punto presenta la mayor complicación: la falta de una audiencia con acceso a la educación que estimule el pensamiento capaz de desenmascarar a los pretendidos semidioses o entender el exceso de feligreses con necesidad de tener ilusiones, aun sabiéndolas inspiradas por mesías pasajeros.

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Escrito en: editorial MANUEL RIVERA editoriales momento, tuve, necesidad, pude

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