Verónica Rivera/ El Siglo de Torreón
Visten de negro y blanco sobre un escenario, a un costado de la parroquia de Santiago Apóstol, que ha sido adornada con papel picado. Sus sombreros cubren el canto de sus labios ante los intensos rayos del sol. Las cuatro mujeres provenientes de la sierra de Durango entonan sus alabados impresos en hojas de máquina, tras el rezo del primer misterio en la Procesión del Silencio de Viesca.
Catalina Bañuelos, María Guadalupe Ríos, Alma Montenegro y Evangelina Núñez Soto son las mujeres cardencheras, originarias de pueblos duranguenses como Tepehuanes, Los Ojitos o San Pedro de Azafranes. A ellas, dicen, la vida las juntó hace casi veinte años y el canto que entonan es una herencia que emiten con orgullo en cada presentación.
Al terminar su participación en la Procesión del Silencio, evento al cual asisten por primera vez, se adentran en los muros de la Presidencia Municipal de Viesca, luego descansan en unas sillas colocadas en el patio, bajo la noche que ya ha caído. Allí narran que la sonoridad de la sierra de Durango es ostentosa, ancestral, que el canto tiene raíces más fuertes que los árboles a las orillas de los ríos.
“Esto lo traemos desde niñas, desde que escuchamos a los últimos cantores y también a las mamás, las abuelitas, la gente mayor, los bisabuelos que cantaban. Este canto lo aprendimos desde niñas”.
Indican que el canto cardenche no solo es originario de Sapioriz o de Jimulco. Su tradición también tiene acentos en otros municipios de Durango, sobre todo en la serranía, donde existe una importante veta. El canto se entona en los oficios y en todas las situaciones de la vida. Por eso su sonoridad se dio cuál cardenche que se abre campo entre las rocas: de manera natural.
“Fíjese que algunas canciones que cantan los de Sapioriz, las escuchábamos nosotros de niñas, con las personas mayores. Entonces, dice usted, es que las canciones van y vienen. Escuchando esto, dijimos: ‘vamos a darnos a la tarea de recopilar lo que se pueda y darlo a conocer, tratando de preservar esto que es nuestro, que es cultura, que es tradición’. Nosotras con mucho gusto lo hacemos”.
Catalina ostenta la voz segunda, María Guadalupe la voz baja, Alma es la ladina o voz alta del grupo (la que le da dramatismo al canto), mientras que Evangelina posee la voz baja, también conocida como “marrana”. Las cuatro voces necesitan entonarse en conjunto, para que pueda notarse la sonoridad del cardenche.
“Como grupo tenemos casi 20 años ya, pero nosotras lo cantábamos desde niñas, lo aprendimos. Ella (Catalina) lo aprendió en su casa, con la gente donde vivía. Lupita con su mamá, con la gente del pueblo. Por ejemplo, Eva con su abuelito y yo (Alma), con mi abuela que era cantora, mi familia y mi bisabuelo. Mucha gente era cantora”.
A estas mujeres no deja de abordarlas la emoción cada que suben a un escenario. Las notas que producen sus voces van forjadas con cariño. Poco importan los embates del sol, el sofocante calor y la caminata durante la Procesión del Silencio. Lo importante es expresar la tradición, en este caso, por medio de la fe.
“Esto es identidad, esto es nuestro. En la sierra se oía el canto cardenche cuando la gente ordeñaba, cuando hacían los quesos, cuando lavaban en el río. Lupita escuchaba a los arrieros que venían a vender la leña, escuchaba una canción que era parecida a lo que cantan los de Sapioriz”.
Los alabados
Las Mujeres Cardencheras fueron las encargadas de entonar los alabados en las distintas estaciones de la Profesión del Silencio. Se trata de cantos que también forman parte de la tradición cardenche, pero que se anclan en la parte religiosa. Suelen ser cantos ofrecidos a los muertos, de cadencia lenta y tonalidad dolorosa, pero que sin duda ostenta un grado de belleza.
“Son los alabados de la pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo. Fueron creados, especialmente para estos momentos, por los jesuitas que fueron a evangelizar aquellas tierras que estaban llenas de gente indígena, de gente que no creía. Ellos evangelizan con lo que hay, si ellos tienen esa forma de cantar, ellos les ponen el evangelio para que llegue el evangelio. Entonces, esa es una cosa muy bonita, que respetemos lo que hay y lo que nuestros antepasados tenían”.
Las duranguenses destacaron la participación del pueblo de Viesca durante la procesión, en un recorrido que duró casi dos horas y en el cual también se cargó la imagen de la Virgen de los Dolores. Recalcan que las mujeres siempre han estado en el canto cardenche y que los alabados era lo único que se les permitía entonar, pues antes era mal visto que las mujeres cantaran sobre temas relacionados con el alcohol.
“Pero ese también nosotras lo tenemos. Tenemos las dos disciplinas del canto cardenche: la que es de la calle (la de los borrachines) y el religioso […] Son cosas muy bonitas que se están perdiendo. Por ejemplo, estos cantos que cantamos ahorita, los alabados, no tienen música escrita, nota musical. Entonces, ¿qué pasa? Si no sigues la tradición, se pierde”.
Las cardencheras denuncian la falta de difusión de este canto y el notable desinterés de los jóvenes por sus raíces. Tampoco están muy de acuerdo con las adecuaciones que algunas propuestas le han hecho al canto. Por ejemplo, como añadirle música. “Los jóvenes tienen muchas propuestas, pero lo están sacando de su identidad”.
Sobre una nueva generación de mujeres dispuestas a heredar el canto, tampoco se muestra muy buen panorama.
“Quizá a algunas les interese, pero son pocas o casi nadie, porque no se les ve mucho interés. Los jóvenes dicen que se oye raro. Hay algunas señoras, pero este canto realmente es de muy difícil interpretación”.
