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PIÉNSALO, PIÉNSALO

ARTURO MACÍAS PEDROZA

EL FIN DEL BUEN FIN

La crisis del sistema económico basado en el consumismo, repercute en la campaña llamada "El Buen Fin", que se promueve en México, para reactivar la economía por medio de ofertas al consumo y que no sino una copia burda del viernes negro americano en que los saldos son ofrecidos a bajo precio para dar paso a la nueva mercancía.

Datos reales mandan señales claras que no auguran nada bueno para el país (precios internacionales del petróleo, aumento del dólar, fuga de capitales, calificación baja para la inversión, inseguridad jurídica, ataque del gobierno a empresarios, impunidad, violencia en aumento, falta de estado de derecho, desempleo en aumento, decrecimiento del producto interno bruto…). El país había sido arrastrado en la vorágine del sistema económico imperante que basaba sus estándares de riqueza en falsas necesidades creadas por él mismo, y en parámetros medibles sólo con criterios de lucro. Habiendo caído en este sistema consumista, habíamos sido moldeados en sus principios.

Pero ahora que la pandemia nos ha encerrado, nos ha hecho entender, aceptar y promover el cambio, aunque a muchos aún los ilusiona regresar para consumir desaforadamente.

Y es que la formación que nos había hecho consumidores, realizó en todos nosotros una verdadera transformación social que cambió también los valores en los que antes se fundamentaba; estimulada como conducta adictiva, el consumismo implicó una satisfacción momentánea y efímera que requería repetir el acto de consumo de manera incesante.

El acto de moldearnos como "consumistas" también anuló el consumo "ritual", tan elaborado y rico en nuestro país, que maneja la demora y posterga la satisfacción del deseo en un ritmo ritual. Un ejemplo es la distinción que hacíamos del vestido de diario, del de fiesta, de celebración o "dominguero", que prolongaba, agudizaba e intensificaba el deseo y le proporcionaba sentido al objeto. Contrario a esto, el objeto "desechable", por efímero, ya no provoca sino adicción.

El consumista requiere repetir el consumo sin alcanzar la satisfacción deseada. Permanentemente insatisfecho, convertido en un adicto, constantemente busca nuevos consumos que sólo le dan efímera satisfacción ante lo banal. La razón de todo es que habíamos adoptado un modelo económico-social que privilegiaba el lucro por sobre todas las cosas, pretendiendo convertir a la vida en un negocio. Los ciudadanos-consumidores simplemente seguían el mandato de los medios en cuanto a que todo se vale, la sobrevivencia del más apto, y la competencia inmoral.

Pero la esencia del hombre no es la violencia y la competencia, como se nos ha hecho creer, sino la comunicación y la asociación. El hombre ha construido la "civitas" (familia, cultura, civilización, sociedad, país…) para vivir en ella. Esa construcción que es parte de nuestra evolución humana se caracteriza por definir normas, instituciones, rituales míticos y religiosos que promueven la colaboración e integración y evitan los actos que desintegran. No se puede vivir sin amor. Es el otro el que me identifica a mí mismo (de hecho, el hombre puede ser definido el "ser-para-el otro"). La sociedad de consumo, en cambio, impone un ritmo deshumanizante y una crisis civilizatoria imposible de sostener. La experiencia del aislamiento por el virus, nos ha enseñado que el amor no se adquiere en el mercado o con dinero que requiere "perder tiempo", y dedicación poco "lucrativa", reciprocidad "desinteresada". El utilitarismo destruye el sentido de vivir. Destruye la esencia del hombre. La insatisfacción radical y perversa del consumismo consiste en que al comprar no se satisface una necesidad, sino que se ha hecho una necesidad en sí misma, independientemente de verdaderas necesidades. Comprar-tirar-comprar-tirar…

Salir de la pandemia siguiendo la lógica del mismo sistema no es la solución; desprovisto de estructuras y recursos que lo sostenían, ha sido desenmascarado el consumismo por ser destructor de todo: del otro que se convierte en enemigo, del ambiente que lo hace "explotable" y de sí mismo, al basar su dignidad y valor en el tener y no en el ser.

Concretamente la pandemia nos ha hecho regresar a una alimentación sana, que habíamos perdido por el abandono de las unidades domésticas tradicionales (milpa). Nos hemos dado cuenta de prácticas agrícolas especializadas que dañan la biodiversidad y requieren inversión de capital y acaban con la producción campesina. Comprobamos que la salud se había transformado en el negocio de la enfermedad y que el dinero no se come ni es un fin en sí mismo, sino sólo un medio para facilitar el intercambio de bienes y satisfacer verdaderas necesidades.

La crisis económica ha acelerado una transformación necesaria para evitar la caída al precipicio y ofrece más posibilidades de cambiar todo un sistema económico mundial y de modificar las cosas que valoramos, guiando las elecciones diarias y cotidianas, sopesando condiciones ideológicas y sistemas de valores que implican un estilo de vida elegido por uno mismo y no impuesta desde el poder y nocivo para el mundo.

El consumismo está encaminándose a su "buen fin", para dar paso a una economía centrada no en el lucro sino en la persona humana, en el aprecio por las cualidades, carismas y capacidades de todos que son puestas en común. El cambio llegará en la medida que sepamos entender estos nuevos paradigmas y renunciemos a un sistema económico destructivo, explotador y contaminante. La pandemia es el gran catalizador de este cambio.

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