LOS MUERTOS VIVOS Y LOS VIVOS MUERTOS
La enfermedad del COVID-19 nos está forzando a inventar nuevas formas de vivir. La cercanía de la fiesta en la que celebramos a nuestros seres queridos que han nacido a la vida eterna, tiene que ser también repensada desde esta nueva dimensión.
La experiencia ya de por sí fuerte de cambios y de pérdidas que ha traído la pandemia, se agudiza más con la muerte reciente de seres queridos y el recuerdo de aquellos que habían partido antes. Los ritos y costumbres que nos ayudaban a darle sentido al vivir y al morir han sido trastocados: despedidas antes de morir, velaciones, sepulturas, celebraciones religiosas, encuentros, acompañamientos, signos, palabras, vestimenta, espacios… Todo necesita ser solucionado de manera creativa para salir de esta situación con la sabiduría que nos dará el vivir esta experiencia bien procesada.
Los cambios para reinventarnos son necesarios para solucionar la vida y hacerla mejor. Hay cosas que simplemente ya no se pueden realizar, al menos mientras no cambien la circunstancia. Evitemos poner resistencia ante los cambios que obligada y necesariamente tenemos que hacer. No debemos aferrarnos a acciones peligrosas o inconvenientes que pongan en riesgo nuestra vida o la de los demás, adelantando irresponsablemente el reencuentro con nuestros seres queridos ¿Cómo sustituir las expresiones de cariño a nuestros difuntos sin perder la comunión con ellos? ¿Qué maneras nuevas pueden crearse para renovar nuestra fe en la eternidad, sin poner en riesgo la salud? Tendremos que vivir un proceso especialmente creativo para poder atender a nuestras necesidades de espiritualidad, de expresión de emociones, de relaciones y de nuestra propia vida interior.
Este proceso de duelo adquiere características especiales con la pandemia, pues a las pérdidas sufridas como la de empleo, de negocios, de ingresos, de rutinas, de celebraciones religiosas cotidianas, de reuniones familiares, de libertad, de relaciones personales, de fiestas, de práctica de algún deporte, se añade la gran pérdida de un ser querido.
Las dimensiones de la persona han sido afectadas fuertemente, actuando sobre los aspectos físico, psíquico, espiritual, social, cultural y espiritual; la salud integral ha sido trastocada y requiere restablecerse; ha habido cambios que requieren reinventar roles y actividades. Son muchas situaciones de pérdida que requieren ser atendidas. Tenemos que hacernos responsables de estos cambios. Hay quienes ya han perdido el control de su vida y necesitan recuperarlo.
Este proceso es único porque cada persona lo vive de manera diferente, las pérdidas son variadas, las circunstancias son diversas, las personas tienes características diversas en cuanto edad o recursos y herramientas para afrontarlo. Sin embargo, el recurso a expertos y personas capacitadas siempre será útil para acompañarnos en este proceso que es personal pero no solitario: tanatólogos, psicólogos, guías espirituales, amistades, siempre y cuando tengan la preparación adecuada. Hay gente que ha acumulado conocimientos para poder ayudarnos a enfrentar el duelo Cada persona va tomando las decisiones de acuerdo a su experiencia y sabiduría, pero también necesita información conveniente, necesita caminar paso a paso el proceso, tomar el tiempo necesario que lo lleve a la aceptación, a la búsqueda de soluciones y a la toma de decisiones buscando la sintonía entre el ser y el corazón.
La pandemia ha llevado a muchos a la muerte sin una despedida y esto hace más difícil el proceso de duelo. La situación de por sí crítica de tensión, necesita la actitud de resolver, solucionar y ver las actividades a realizar con la ayuda de expertos en estas situaciones. Los desequilibrios psíquicos y físicos tienen que ser atendidos para integrar a la vida la nueva situación. Se trata de integrar a nuestra vida diaria la energía positiva que nace de añorar a alguien que ya no está con nosotros. Toda pérdida debe dar una ganancia, si se hace responsable de ese proceso de aprender a vivir la nueva situación. La vida actual va acompañada por muchas agravantes y necesita condiciones para evitar afecciones en lo físico, emocional, cultural y espiritual.
¿Cómo hacernos responsables de lo que está sucediendo en nuestro ambiente para aportar iniciativas que respondan estas circunstancias de muertos vivos y de vivos muertos? No se trata de vivir como si nada hubiera pasado, o caer en una especie de sumisión ante el fatalismo. La resignación es un gran error porque la vida es movimiento; dar un sano cause al dolor incluye luchar por los seres que queremos para tener el derecho de llorarlos si se van. El amor continúa más allá del tiempo y una forma de honrarlo es continuar nuestro proceso de sanación de nuestra realidad, para hacer un reacomodo de ideas y buscar las actitudes adecuadas para vivir la nueva situación y detener ya el número de muertes (200 000) de las cuales muchos son responsables en mayor o menor grado.
El duelo por nuestros difuntos es un compromiso conmigo mismo y conlleva sentimientos que hay que manejar con horizontes nuevos. La ira, frustración, impotencia, tristeza, culpa o miedo pueden ser superados por una buena salud emocional que se hace responsable de la situación y la resuelve encontrando un real sentido de la vida. Es tiempo de crear nuevos rituales para honrar a las personas que ya nos precedieron, sabiendo que están vivos y presentes de otra manera entre nosotros. Aprender a soltar, a reinventarnos; aprender a vivir aprendiendo a morir.