PERDONARÁN USTEDES QUE NO DIGA “EL DIABLO”.
Temo que si el maligno oye su nombre piense que lo estoy llamando y venga.
En su lugar diré “el diantre”. Así no entenderá lo que digo y no acudirá.
El caso es que una vez el diabl. el diantre vino a visitar sus posesiones en el mundo. Eso quiere decir que vino a recorrer todo el mundo, pues en todas partes el espíritu del mal tiene posesiones.
Andando andando se topó con un viejo campesino.
-Soy el diablo -le dijo.
-Más diablo que tú debo ser yo -le contestó el hombre-, si me las he arreglado para vivir del campo. No creo que seas el demonio. Para probarme que lo eres conviértete en elefante.
Al punto el malo cobró la forma del enorme animal.
-A ver -lo retó en seguida el campesino-. Ahora conviértete en ratón.
El demonio se transformó en un ratón chiquirritico.
Entonces el viejo lo agarró, lo metió en una caja de cerillos y lo arrojó al fondo de un pozo. Ahí sigue todavía.
Ese cuento se cuenta en la cocina de la casa del Potrero estas noches de frío.
-Por eso aquí no hay diablos -dice doña Rosa-. Los únicos demonios que tenemos son los hombres.
¡Hasta mañana!...