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Los clientes que ya no regresaron a la barbería

Desde la silla de su barbería, Dagoberto ha escuchado cientos de historias de la vida de sus clientes, algunos de ellos murieron a causa del virus

ILUSTRACIÓN: HESSIE ORTEGA

ILUSTRACIÓN: HESSIE ORTEGA

SAÚL RODRÍGUEZ

Es martes por la mañana y Dagoberto Varela llega a la barbería Santo Domingo en el fraccionamiento Santa Rosa de Gómez Palacio, negocio que decidió emprender hace dos años tras varios intentos por independizarse.

Dagoberto no tendrá clientes hasta pasado el mediodía. A raíz de la contingencia solo atiende por medio de citas programadas; organizarse le ayuda con la situación.

Las primeras horas de la jornada las emplea para limpiar el lugar y elaborar una solución a base de agua, útil para desinfectar sus herramientas de trabajo. En el acto es envuelto por el sonido de un par de ventiladores que usa para ventilar el local.

Hoy el barbero trabajará solo, pues Joel, su compañero, acaba de sufrir la muerte de su madre por COVID-19 y se encuentra al pendiente de su padre, también contagiado por la enfermedad.

Dagoberto, originario de San Pedro de las Colonias y residente en Francisco I. Madero, Coahuila, comenta que por fortuna sus padres se encuentran bien de salud, pero que cuando los visita prefiere no quitarse el cubrebocas. Las precauciones nunca están de más.

Tras casi nueve meses, el virus no ha dado tregua y este último repunte de contagios azotó con un látigo el ánimo de los laguneros. El joven peluquero lo ha experimentado en carne propia, pues la soledad en la silla de su barbería le recuerda a aquellos clientes que jamás volvieron y en cuya última cita pasó máquina y tijeras sin saber que era una despedida.

Dagoberto desinfecta sus herramientas en un lavabo y se recarga en una pared, las palabras que saldrán de su boca también buscarán apoyo. Allí, frente a sus reconocimientos, fotografías y una tornamesa que emplea para amenizar la visita de sus clientes, comienza a relatar su experiencia.

"Hay días que hay chamba y hay días que no, pero ahora sí se nota mucho: cuando hay chamba está superlleno y hay veces que de lunes a jueves nada más hay uno o dos cortes por día, pero se llega el viernes y estoy 'full'. Y ahorita que no está Joel se me carga más", declaró.

Al compás de sus herramientas bautizadas por agua y cloro, asegura que está acostumbrado a trabajar solo, pero que trata de no excederse más allá de su rendimiento natural, pues ha resentido más el cansancio.

"Tengo también clientes médicos y me han dicho nada más que me mantenga así. Trato de mantener toda el área ventilada. Si te fijas, están los dos ventiladores y las ventanas abiertas para que no se acumule el aire aquí adentro".

Comenta que para laborar se muda de ropa y usa únicamente un vestuario destinado al trabajo. Actualmente tiene un flujo de clientela demasiado inestable y refiere que la presión es más intensa a la que sintió cuando recién emprendió.

"Cuando se vino la pandemia sentí más el peso, no se compara. Cuando inicias un negocio, sabes que es latente la cuestión de que puede que vengan clientes, pero no había un problema afuera. A lo mejor la economía, pero no afecta tanto como esto, que creo que esto afecta de una forma más masiva, independientemente si es economía, afecta la salud y creo que le tememos más a esto".

AMISTADES, LA BASE DEL NEGOCIO

Dagoberto trata de construir confianza con cada una de las personas que se sientan en su silla de barbero. Su lema es que la barbería se hizo con base a "compas que se hicieron clientes y clientes que se hicieron compas".

Una buena charla en el cincel con el que Varela rompe el hielo. Después de eso, una relación afectiva comienza a moldearse con sus clientes, con una estética similar a los cortes que les realiza en barba y cabello.

"A veces vienen de la oficina y lo que menos quieres es preguntarles cómo va la chamba. A lo mejor un '¿cómo te fue en el trabajo?', pero nada más".

Para Dagoberto, las amistades que se evocan desde la silla de su barbería son invaluables. Cada uno de sus clientes tiene importancia, cada uno es un mundo por descubrir que le aporta a su ser.

"Hay clientes de los que ni siquiera sabemos su nombre, porque nunca lo preguntas o nunca te lo dice, pero sabemos que cuando se sientan en la silla las cosas van más allá de saber el nombre de esa persona".

LOS QUE PARTIERON

Don Toño era un señor jubilado, un fan de la Fórmula 1 cuyo sueño era asistir a una carrera de autos, así que en su catálogo repasaba a corredores clásicos y modernos. Además, ampliaba sus conocimientos investigando sobre el tema en internet.

Una nostalgia temprana aparece en el semblante del barbero, pues al sentarse en la silla, don Toño solía contarle que se encontraba peleando legalmente un despido injustificado, ya que tuvo un accidente que le dejó secuelas cerebrales.

Enseguida recuerda a otro cliente, también mayor, quien era padre de un amigo de Dagoberto. Él le narraba historias de su tierra natal en Baja California y hablaba de pueblos como Santa Rosalía o Comondú, describiendo su cultura y gastronomía. "Él se sentía muy orgulloso de su tierra y siempre me platicaba de música y todo eso".

Comenta que el padre de su amigo Paco se estaba dejando crecer la barba, pues como tenía calvicie era el único servicio que podía pedirle, pero solía bromear con eso.

"A veces suena algo cíclico, pero te cuentan de sus cosas como si nunca te las hubieran contado. Es algo que te llena, algo que te llena bastante".

La narrativa de Dagoberto Varela adopta tintes de aflicción, pues estos clientes fallecieron a causa de COVID-19. A ellos se añade Fernando, un joven apasionado a los caballos que inspiró a Dagoberto en temas de superación, motivación y emprendimiento. Recuerda verlo siempre sano, por eso le sorprendió su partida.

"Él tenía de referente de un hombre trabajador a otro compa. Decía: 'Él es mi ejemplo a seguir'… 'mi ejemplo a seguir'… te digo, desafortunadamente ya no está aquí, ya no lo vamos a volver a ver, ya no vamos a volver a platicar, pero pues todo lo que nos dejan en esa silla, ahí se queda, son cosas que me llevo".

La emoción invade a Dagoberto y se le cortan las palabras. Por casi un minuto se mantiene en silencio y, mientras cierra los ojos, el sonido de los ventiladores acompaña a una lágrima que le brota en mutismo.

"La última vez que vino Fernando, estaba muy presionado por su trabajo. Él tenía un negocio donde le iba bien, pues se dedicaba a la compra y venta de verduras. Decía que a veces uno hace tratos por cosas que a lo mejor piensas que es un buen ingreso y te cancelan todo".

Describe que Fernando era un tipo alegre, a quien le gustaba viajar y consentir a su familia. En ocasiones, mientras Dagoberto le cortaba el pelo, el joven se quedaba en silencio, viendo carreras de caballos en su teléfono celular y atendiendo su negocio.

"Sí, te digo, la última vez que vino estaba muy enojado, pero se tranquilizó. Fue raro porque esa última vez se abrió conmigo de la manera en que nunca lo había hecho, me dijo muchas cosas de su vida que se van a quedar en la silla".

Fernando era un cliente asiduo, por eso Dagoberto se extrañó cuando ya no acudió a su última cita agendada. Ese día, una cuñada de Fernando se presentó con el barbero y le pidió su número para adquirir el servicio.

"Me dijo que era cuñada de Fernando, pero tengo muchos clientes llamados Fernando. Ya me enseñó una foto y yo estaba sonriendo, pero cuando me la enseña me dice: 'Ya murió. Murió hace 10 días'. Y me dio de fregazo, estuvo bien intenso, porque tuve horas muertas y prácticamente caí en un episodio de ansiedad, de asombro. Te juro que me agarré temblando. No te miento, las lágrimas rodaron".

Comenta que como ellos, tiene otros clientes que ya superaron la enfermedad, otros que tienen familiares convalecientes y otros que han perdido a sus seres queridos. A pesar de todo, Dagoberto emplea el trabajo como única arma ante la adversidad, pues es el mejor homenaje para esos clientes que no volvieron.

"Hay que cuidarnos, hay que poner la barrera. Aunque nos duela ver a nuestra madre de lejos o no poder abrazarla", concluyó.

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