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Hora Cero: nuestra región de cara a la pandemia

ALICIA BÁRCENA IBARRA

Todo parece una gigantesca equivocación. Todo ha pasado como no debería haber pasado, decimos para consolarnos. Pero somos nosotros los equivocados, no la historia. Tenemos que aprender a mirar cara a cara a la realidad. Inventar si es preciso, palabras nuevas e ideas nuevas, para estas nuevas y extrañas realidades que nos han salido al paso. Pensar es el primer deber de la inteligencia. Y en ciertos casos, el único.

OCTAVIO PAZ. EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

Es verdad que la historia registra antes el paso devastador de grandes pandemias, pero ninguna irrumpió en un mundo tan poblado (más de 7 mil 700 millones de personas) ni tan interconectado y con un planeta ambientalmente enfermo. Su abordaje efectivo ha de mantener esta afirmación como brújula central. Tiene, por cierto, profundas implicancias económicas, pero el centro de la atención, el foco de las decisiones de política pública, ha de estar en la salvaguarda de uno de los bienes públicos globales más preciado: la salud y el bienestar de las personas.

El embate del COVID-19 nos encontró en mal momento. Para el mundo, el año pasado había registrado el peor desempeño de la última década (2.5% de alza del PIB). Para América Latina y el Caribe el desempeño era aún más dramático. Para encontrar crecimientos peores a los que la región registró en los pasados siete años, hay que remontarse siete décadas.

Hace sólo pocos meses, y tras cerrar un 2019 con un pobre crecimiento regional de sólo 0.1%, Cepal estimaba que 2020 vería un repunte tímido y que la tasa alcanzaría un alza de 1.3% del PIB. Hoy, una aproximación conservadora, con los datos que aún se van consolidando, nos dice que América Latina y el Caribe registrará para este año un crecimiento negativo de -1.8% con probables sesgos a la baja.

Los efectos consecuentes de crecimiento negativo y aumento del desempleo se traducen en aumento de pobreza y pobreza extrema. Para 2020, de confirmarse los datos base, pasaríamos de los actuales 186 millones de pobres a 220 millones, y de los actuales 67.5 millones de latinoamericanos y caribeños que viven en condición de pobreza extrema, a 90.8 millones.

El desafío es enorme y obliga a renovar la caja de herramientas. Cada país tendrá que explorar y expandir creativamente el marco de sus posibilidades de respuesta, reconociendo que no hay recetas conocidas, pero reconociendo también que hay algunos pasos imperiosos.

En la actual situación no se puede desconocer que se necesita un estímulo fiscal masivo para, entre los varios desafíos, apuntalar los servicios de salud y proteger los ingresos y los empleos. Cuando hablamos de estímulo fiscal masivo, hablamos también de financiar los sistemas de protección social que atienden a los sectores más vulnerables.

Asimismo, los bancos centrales tienen que asegurar liquidez para que el aparato productivo garantice la continuidad de su funcionamiento. Estos esfuerzos deberán traducirse en apoyos a las empresas con préstamos a interés cero para pagar salarios. Igualmente, se deberá apoyar a las empresas y hogares con la postergación de pagos de créditos, de hipotecas y arrendamientos. Se requerirá de muchas intervenciones para asegurar que no se interrumpa la cadena de pagos. Los bancos de desarrollo deberán jugar un papel importante.

Y, por cierto, los organismos financieros multilaterales tendrán que considerar políticas nuevas de préstamos a bajo interés y ofrecer alivio y postergación en el servicio de las deudas actuales para abrir espacio fiscal.

También adopta sentido de urgencia el levantamiento de las sanciones y bloqueos unilaterales, impuestos en el mundo y en nuestra región. Las consideraciones humanitarias están hoy por sobre cualquier diferencia política. La salud no puede ser rehén de rencillas geopolíticas.

Esta nueva crisis de salud ha expuesto la fragilidad de esta globalización y del modelo de desarrollo en el que se sostenía.

El quiebre de las cadenas proveedoras, la baja en el crecimiento global y el desempeño de los mercados financieros han exhibido la vulnerabilidad global de nuestras economías. Ante la evidencia de esta crisis, la comunidad mundial tendrá que confrontar el hecho de que la globalización no funcionó como prometía y que debe ser reformada.

Esta pandemia entraña el potencial de transformar la geopolítica de la globalización, pero es también una oportunidad para relevar los beneficios de las acciones multilaterales y abrir espacio al necesario debate sobre un nuevo, sostenible e igualitario modelo de desarrollo.

Para “inventar si es preciso, palabras nuevas e ideas nuevas, para estas nuevas y extrañas realidades que nos han salido al paso”.

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