
El coronavirus se está propagando por todo Yemen, un país devastado por cinco años de guerra civil. (EFE)
En la oscuridad transportan los cadáveres de personas que se cree murieron por el coronavirus, uno tras otro, para ser enterrados en distintos cementerios del norte de Yemen. Las luces de las linternas titilan mientras los dolientes se mueven entre las sombras.
Los cuerpos son limpiados con desinfectantes y envueltos en plástico y sábanas blancas antes de ser depositados en pozos de dos metros de profundidad. No hay nadie, excepto por un puñado de parientes con tapabocas, guantes y vestidos blancos. Las reuniones grandes están prohibidas. Tampoco se permite el uso de teléfonos.
El personal que cava las fosas y los guardias del cementerio tienen prohibido hablar acerca de las causas de las muertes. Si alguien les pregunta, tienen que decir que son "cadáveres de personas no identificadas muertas en la guerra", según varios residentes y un empleado del cementerio. Las familias nunca se enteran si un ser querido falleció por el virus. Jamás se dan a conocer los resultados de las pruebas. Estos rituales diarios se suceden mientras las redes sociales se llenan de mensajes de condolencias y de fotos de los muertos.
El coronavirus se está propagando por todo Yemen, un país devastado por cinco años de guerra civil entre rebeldes hutíes apoyados por Irán que controlan la capital Saná y buena parte del norte del país, y una coalición encabezada por Arabia Saudí que respalda al gobierno reconocido internacionalmente.
La guerra costó la vida de más de 100,000 personas y desplazó a millones. Años de bombardeos aéreos y de intensos combates han destruido miles de edificios y las instalaciones sanitarias de Yemen ya no funcionan. Aproximadamente el 18% de los 333 distritos del país no tienen médicos. Los sistemas de agua y sanitario colapsaron. Muchas familias apenas comen una vez al día, sobre todo las desplazadas por la guerra.
La pandemia del COVID-19 se suma así a los estragos de la guerra y el sistema sanitario no está en condiciones de tratar a los contagiados. El país tiene a lo sumo 500 respiradores y 700 camas en unidades de cuidados intensivos. Hay un tanque de oxígeno por mes por cada 2.5 millones de habitantes.
La situación es particularmente grave en el norte, controlado por los hutíes y donde los rebeldes suprimen toda información del virus, castigan a quienes hablan, casi no toman medidas para prevenir contagios y promueven teorías conspirativas.
Oficialmente, los rebeldes dicen que se han detectado solo cuatro casos de coronavirus en la región bajo su control, y se niegan a dar cifras de contagios y muertes.