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Roberto Arlt, el gran escritor que escribe mal

El mundo de las letras

Roberto Arlt, nacido en Buenos Aires, Argentina, (1900-1942). Foto: fmlaser1035.com

Roberto Arlt, nacido en Buenos Aires, Argentina, (1900-1942). Foto: fmlaser1035.com

Por Alfredo Loera

Para Ricardo Piglia, es el padre la novela moderna argentina, y muchos otros dirían que de la latinoamericana también.

¿Qué es lo que hace que una persona sea un gran escritor? ¿Se trata sólo de una cuestión de estilo? ¿El hecho de tener una prosa pulida convierte a un autor en alguien digno de leer? La obra de Roberto Arlt plantea estas y otras interrogantes.

Es famosa la sentencia del novelista y poeta irlandés, Oscar Wilde, donde dice que lo único necesario para la escritura es tener algo que decir. Sin duda la frase polemiza debido a que en el mundo de las letras, una de las preocupaciones principales es el estilo, la pureza de la prosa y el lenguaje. Normalmente, se habla de esta cualidad en sentido positivo. Muchos autores son admirados por la capacidad que tuvieron para redactar grandes líneas y párrafos. Por ejemplo, tenemos el caso de Gustave Flaubert y la palabra justa (le mot juste) con la que redactó las memorables páginas de Madame Bovary. El francés desde entonces ha sido ejemplo de otros muchos que se han aventurado en el peligroso camino de la creación literaria. Uno de esos discípulos es Mario Vargas Llosa, como él mismo lo ha aseverado en múltiples entrevistas, quien se leyó toda la correspondencia flaubertiana con el afán de encontrar consejos de escritura, hecho que se advierte en las novelas del peruano, notablemente trabajadas. En nuestra lengua otra referencia ineludible siempre es y será Jorge Luis Borges.

¿Quién no recuerda aquellos ensayos magistrales de Otras inquisiciones, los cuentos de El Aleph o Ficciones, la exactitud con la que el fraseo nos lleva a través de esas historias fantásticas? Según Juan José Arreola, Borges renovó el español, y puede que sea cierto, al despojarlo de su herencia barroca. Era de esperarse. Aún resuenan aquellos comentarios donde el autor de Ficciones aseguraba, sin titubeos, que la lengua inglesa con su estructura directa y sonoridad onomatopéyica era superior a la castellana. Desde entonces, se convirtió en el juez de lo que estaba bien o mal escrito en todo el continente, o tal vez mucho antes, porque tuvo prestigio en la República de las Letras casi desde la adolescencia.

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Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges. Foto: Revista Gente

Del mexicano Alfonso Reyes llegó a decir que jamás había leído mejor prosa en toda la historia de la literatura española. Nunca se supo si ese comentario era un cumplido, una descripción o una ironía. ¿Qué se podía decir de un autor como Reyes más allá de resaltar la calidad de su prosa? Y tal parece que desde ese momento cuando se afirma que un autor tiene buena prosa, es momento de dudar, ya que puede ser el mejor de los cumplidos o sólo una salida para no hablar mal de nadie.

En detrimento de Borges, podemos aclarar que no temía hablar mal de sus colegas (quizá ni siquiera los considerara como tales). De Ernesto Sábato (él lo llamaba Ernesto Sótano) llegó a hacer comentarios hirientes respecto a la calidad de sus frases. Son conocidas las opiniones que tenía respecto de su novelística, demasiado densa en su estilo, demasiado psicológica para el gusto de quien entonces fuera el director de la Biblioteca Nacional de Argentina. Pero no fue el único al que atacó. Otro escritor que también sufrió los desprecios borgianos fue quien hoy nos atañe.

Si hay un autor que estuvo a punto de desbancar a Borges como el gran escritor argentino, ese fue Roberto Artl. Es un autor peculiar, contemporáneo del primero, ya que nació un año después, en 1900. Murió demasiado joven, con apenas cuarenta y dos años. Cuando Borges comenzaba a escribir los libros que lo harían un clásico, porque recordemos que Ficciones fue publicado en 1941, cuando Borges ya era un hombre de 42 años, Roberto Arlt ya había escrito toda su obra y había desaparecido de la Tierra.

Se trataba de los dos escritores más prometedores de Argentina en los años veinte y treinta. Eran como el agua y el aceite. Uno era la prosa estilizada, con historias fantásticas; el otro, la prosa sucia pero muy intensa, con un realismo crudo. Por desgracia Arlt ha quedado en la sombra y mucho tiene que ver la fama que se le hizo respecto a que era un mal escritor, un mal escritor en el sentido de que su prosa no es depurada. Hablamos de un juicio bastante cuestionable.

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Homenaje a Roberto Arlt en un mural de la calle Boedo. Foto: Grupo Artístico de Boedo

LAS NOVELAS DE UN HIJO DE INMIGRANTES

El padre de Arlt era alemán. Se sabe que desde pequeño tuvo muy mala relación con él, cuestión que le dio material para escribir sus novelas, de tono dostoievskiano. Su madre albergaba la afición por la astrología y el oscurantismo. Le heredó el gusto por las ciencias ocultas, elemento que se distingue en su obra.

Cuando era adolescente, y a raíz de las constantes peleas con su padre, fue expulsado de la casa familiar. Desde ese momento su existencia se convirtió en una especie de aventura desenfrenada que le daría la perspectiva desgarradora tan particular de sus historias.

En 1924 publica su primera novela, con el padrinaje de Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra. El libro de marras originalmente se titulaba La vida puerca, pero Güiraldes, quien también era su jefe en el periódico, decidió modificar el título por El juguete rabioso. Desde la aparición de este volumen en los cafés y en la tertulias de Buenos Aires la escritura de Roberto Arlt fue la polémica, hasta nuestros días.

Arlt fue acogido por los vanguardistas y comunistas de la calle Boedo, la cual se situaba en un barrio de obreros. Decidieron reeditar su primera novela y la crítica de los intelectuales afines, precisamente lo que celebraba era que el lenguaje utilizado por el escritor resultaba ser el lenguaje real de los bonaerenses.

No tenía nada que ver con esa literatura falsa, impostada y pretendidamente refinada que escribían los integrantes del grupo Florida, este último representado en especial por Jorge Luis Borges. ¿Cómo debía escribirse la literatura, con un lenguaje pulcro aunque a veces falso, o con un lenguaje desprovisto de adornos que buscara atrapar la realidad tal cual era? Para Ricardo Piglia, Roberto Arlt es el padre la novela moderna argentina, y muchos otros dirían que de la latinoamericana también.

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SIGUE LA POLEMICA

En 1929 se publica Los siete locos, Arlt ahora es un hombre famoso. Ha entrado al mundo de las letras haciéndose notar. Sus materiales pueden llegar a ser crudos, incluso para un lector del 2018. La crítica de finales de los veinte vuelve a dividirse. Sin duda este segundo libro ya es una obra maestra. Muchos hablarán mal de su estilo, pero si se revisa la profundidad psicológica y poética con la cual se desnuda el alma del hombre y la mujer modernos, difícilmente se dirá que es una historia prescindible.

Dos años después en 1931, pública Los lanzallamas, segunda parte de Los siete locos. Esta vez escribe un prólogo donde plantea “…se dice de mí que escribo mal. Es posible.” Más adelante: “Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad han hablado de James Joyce”. James Joyce, el obsceno escritor del Ulises que las buenas conciencias de Inglaterra y Estados Unidos han censurado. A Arlt le parece irónico que lo comparen con él cuando los dos podrían considerarse igualmente vulgares.

Es difícil terminar la polémica, ¿para ser un gran escritor se necesita de un estilo depurado o de tener algo que decir? En el caso de Roberto la segunda postura es la que triunfa y a pesar de eso, quizá el lenguaje que utiliza es el idóneo para sus narraciones. ¿De qué otro modo se podría hablar de proxenetas, delincuentes o prostitutas?

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