¿Cómo se explica entonces que se halle en el valle florido, junto al arroyo cantador, rodeado de hierba de color verde tierno y de flores amarillas, azules, rojas; único ciprés en el paisaje; extraña compañía de los pinos y los álamos?
Este ciprés insólito e inédito no puede haber venido sino del panteón. Imagino que tanta muerte le pesó y quiso entonces conocer la vida. Una noche sin luna, cuando nadie lo veía, se alejó pasito a paso de aquel doliente sitio y fue a plantarse donde la vida estaba. Y ahí está ahora él, alto y fino, apuntando al cielo como si dijera: "Algún día estaré allá, pero ahora estoy aquí".
Yo amo a este ciprés. Estuvo cerca de la muerte y hoy vive al lado de la vida. Escucha la canción del pájaro y ve pasar las nubes pasajeras. Se hizo amigo de otros árboles de su misma edad y comparte con ellos historias y recuerdos. Ama por igual a todas las criaturas, lo mismo a la estrella que a la hormiga. Cuando los niños van camino de la escuela agita un poco su fronda vertical como saludo. No piensa ya en la muerte. Piensa sólo en vivir, y cada día es para él una nueva vida. Ya no está triste. Está feliz. Y yo con él.
¡Hasta mañana!...