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La columna del perro

FUERZA DE VOLUNTAD

M.V.Z. Miguel Dávila Dávila

Observando a través del tiempo la conducta de los animales, ya sea propios, los que me toca atender en la consulta, o los que veo en la calle de manera casual, así como cuando tengo oportunidad de salir y observar la fauna silvestre en su hábitat natural, quedo asombrado de lo que los animales nos enseñan, sus instintos primitivos que yo prefiero llamar primarios, como por ejemplo, el hecho de nadar al caer al agua, aún sin haber estado nunca cerca de algún río, lago o el mar. Ellos saben también por instinto que el fuego es peligroso, a diferencia de un niño, cuyo aprendizaje, es por lo general a través de sus padres, o en el peor de los casos, por una experiencia desafortunada. Los venados, por ejemplo, casi inmediatamente después del nacimiento, tienen que incorporarse y seguir a su madre so pena de muerte si por algún motivo le fallan sus piernas, pues quedaría a merced de un depredador (lobo, coyote, puma, etc.).

En otro ejemplo, el sentido de orientación que es heredado en los genes de padres a hijos, como el caso de la mariposa monarca, cuya ruta migratoria abarca en ambos sentidos desde Michoacán hasta Norteamérica y lo más asombroso, que el próximo año regresan a pasar el invierno hijas y nietas de las mariposas cuya migración fue el año pasado. Hace tiempo, leí un libro estupendo sobre animales, cuyo título es Sobrevivir, en el cual hacían especial énfasis en que, si el hombre hubiera sido más sencillo y humilde, se habría ahorrado mucho tiempo y dolor en la cura de las infecciones, pues la penicilina (penicillium) fue descubierta por Fleming en 1929, años después empezó a ser usado en personas... mientras que los animales heridos de sus patas, coyotes, venados, jabalíes, etc., se metían a las partes húmedas donde abundaba el hongo penicillium, curando de esta manera sus heridas infectadas.

Otra de las cosas que admiro de los animales es su fuerza de voluntad para salir adelante, después de haber sufrido accidentes que ponen en riesgo su vida, aun habiendo perdido alguno de los miembros, algún ojo, o bien, al quedar disminuidos o afectados en sus funciones. Esto se debe creo yo a que ellos no se autocompadecen y toda su energía la encausan en salir adelante. Pienso que todavía tenemos mucho que aprender de los animales y de la naturaleza, siempre y cuando nos demos tiempo para hacerlo y tengamos un poco de disposición.

Y ahora, para terminar, una gota de filosofía: ÁRBOL QUE CRECE TORCIDO, SIRVE PARA AMARRAR UN COLUMPIO (Filósofo de Torreón).

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