CUESTIÓN DE FE
Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, […] en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, es donde deberíamos intentar vivir. Oscar Wilde.
En mi opinión, los dos temas en los que los humanos nunca llegaremos a ponernos de acuerdo son la religión y la política. Se invierte tanta pasión en debatirlos, que difícilmente podremos cambiar de opinión.
Para hablar de religión, de entrada, habría que diferenciar lo que es la creencia en un poder superior, de lo que es la filiación de cada cual a una iglesia. El principio creador recibirá distintos nombres de acuerdo con la doctrina que una persona profese, pero en esencia es lo mismo. Hablamos de una entidad que está fuera de nuestro alcance como humanos. Puede ser Yahvé de los judíos; la Santísima Trinidad de los cristianos; Alá de los musulmanes; Vishnú para los hinduistas, o el eterno principio de los seguidores de Buda. Un principio superior a nuestra condición humana en el cual depositamos la absoluta confianza.
Con relación a las religiones, la cosa cambia. Estas representan las formas en las que interpretamos ese principio creador, las diversas maneras de aproximarnos a él, de reconocerlo, rendirle tributo y actuar conforme a aquello que nos dictan los cánones de nuestra propia iglesia. En lo que a religiones cristianas se refiere, me gusta imaginar que todos convergiremos en un destino final único, y que avanzamos como equipos, y que a cada equipo lo distingue su color de camiseta, distinto al color que portan los otros equipos, nada más.
Las expectativas frente a un poder superior son de lo más variadas: Dependen del temperamento de cada individuo, de la formación familiar y religiosa que haya recibido, así como del momento que está viviendo. Hablando propiamente de religiones, no es el mismo el Dios de alguien que nació bajo cierta denominación, que del converso que da testimonio con desbordante entusiasmo. No es el mismo el Dios del templo ante el cual no corresponde más que inclinar la cabeza para adorarlo, que el Dios del campo que se muestra a través de imágenes, sonidos y exultantes maravillas. No es el mismo el Dios de la figura severa que se impone con amenazas, que el de los niños pequeños y de Sabines, un amigo con el cual podemos travesear. Finalmente, no es el mismo mi Dios íntimo que me acompaña cuando busco entender su obra, que aquel ante el que se llega a orar a punto de levitación cada domingo, pero al cual olvidamos en cuanto ponemos un pie fuera del recinto sagrado.
En lo personal me tranquiliza la convicción de que...
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