Nadie lo ha visto más que yo.
Es el espectro de don Santiago de la Peña, que en las noches sin luna vaga por los aposentos de la casa de Ábrego.
Sé que es él porque conozco su retrato. En la borrosa fotografía está con la misma traza del desaparecido que se me aparece: la misma luenga barba; igual actitud grave; los mismos ojos que miran sin mirar.
Los hombres más viejos del Potrero oyeron hablar de él. Según decires de la gente de su tiempo don Santiago era señor de vanidades que gustaba de allegarse cosas fútiles de las que luego se olvidaba. Tenía saber libresco; poseía una erudición inútil. Llenaba las paredes con estampas e imágenes de santos, pero nunca se supo de él que hiciera una obra buena. Cuando se emborrachaba repetía una y otra vez el nombre de una mujer.
Miro al fantasma de don Santiago ir y venir como un fantasma, y me pregunto por qué nada más se me aparece a mí.
¡Hasta mañana!...