El Señor hizo al zorrillo.
De inmediato todos los animales se alejaron de él. Su fétido olor lo hacía detestable.
Solo y su alma -y su aroma- andaba el pobre zorrillo, sin que nadie quisiera juntarse con él.
Lloraba mucho, claro, pues todos tenían amigos, menos él.
El Señor, compasivo, sumió al zorrillo en un profundo sueño, y de una de sus costillas le hizo una preciosa zorrillita.
Cuando el zorrillo despertó vio a aquella bellísima criatura. Triste, lleno de confusión, se alejó de ella, igual que se apartaba de los demás animales. Pero la zorrillita se le acercó, mimosa, y restregándose en él le dijo con voz llena de amor:
-¡Sí que hueles bonito! ¿Qué loción usas?
¡Hasta mañana!...