Jean Cusset, ateo todo el año menos en primavera, dio un sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Algunas religiones odian la felicidad. A la alegría y la dicha las ven como pecados. Imputan a los hombres una culpa de origen que los condena a un eternal castigo; predican una vida de sufrimiento y sacrificios, y luego les ofrecen una salvación por la cual deben pagar igual que por una mercancía.
-Yo creo -siguió diciendo Jean Cusset- que nacemos con la vocación del bien y la felicidad. Una bella religión, por tanto, sería aquélla que nos enseñara a ser felices siendo buenos con nosotros mismos y con los demás. En el bien es donde debemos buscar la salvación. Y hemos de buscarla con alegría, sobre todo si somos cristianos y creemos que se cumplió el inmenso sacrificio que nos redimió. Seamos felices y ayudemos a que lo sean los demás. Seamos buenos y agradezcamos la bondad que se nos da. En eso, en el amor, estriba nuestra salvación.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...