Llega el viajero a Praga, y en el antiguo puente mira la estatua de san Vicente Ferrer.
Gran predicador fue él. Su tema predilecto eran la muerte y el juicio que a las almas seguirá después de la separación del cuerpo.
Sus imágenes son acompañadas casi siempre por una admonición: Timete Dominum et date illi honorem, quia venit hora judicii eius.
Temed al Señor y dadle honor, pues viene ya la hora del juicio.
A veces los pintores e imaginero le ponen alas a San Vicente, pues se le ha llamado “El ángel del Apocalipsis”, anunciador del fin del mundo. A sus pies se miran la mitra del obispo y el capelo del cardenal, dignidades a las que renunció por considerar que lo apartaban de su camino hacia la salvación.
Mira el viajero la imagen de aquel santo y las sombras que caen sobre las aguas le oscurecen con temor el alma.
Arriba, sin embargo, hay una estrella. Y su tenue resplandor lo ilumina con la luz que brota de la esperanza y del amor.
¡Hasta mañana!...