La esperanza en dos sonetos de Sor Juana

Dos sonetos de Sor Juana con el tema de la esperanza aparecen juntos en la edición de Obras completas publicada por Porrúa. El primer verso de uno de los poemas define, con la sonoridad genial de sus palabras: “Diuturna enfermedad de la esperanza”. El otro comienza con el siguiente endecasílabo: “Verde embeleso de la vida humana”. La perspicacia puede percibir inmediatamente –porque ella así lo quiere-- el pobre aprecio que la mayor entre todos nuestros poetas tiene para ese concepto que algún diccionario define rudamente como “confianza que se tiene de recibir una cosa”.

En las cinco palabras del primer verso citado la esperanza es para Sor Juana una enfermedad prolongada, crónica; hay que repetirlo, una enfermedad, es decir, un padecimiento, algo anormal que se ha establecido en el organismo, un daño que se reproduce; en el segundo verso la esperanza es presentada por la monja poeta como un embeleso, es decir, un embuste, un engaño, una ilusión. La apreciación de la esperanza como una invención nociva y mentirosa se mantiene hasta el final de cada soneto.

Y es curioso porque uno se puede preguntar cómo una religiosa del siglo XVII podía criticar la esperanza si es un consuelo para dolientes, desposeídos, pretendientes, humillados. Quizás la respuesta sea que la crítica pasó embozada por la maravilla del arte, de la poesía, del genio de Sor Juana. De otra manera, sin la iluminación del arte, la devaluación de la esperanza contenida en los versos de la autora de las famosas redondillas contra los hombres necios habría provocado la saña de la Inquisición.

Hay una visión fatalista de la esperanza en los versos de la monja jerónima, sostenida, ya lo dije, a todo lo largo de ambos sonetos. La indefinición consustancial de la esperanza, en tanto no llega a ser certeza ni deja de ser apetencia cultivada, la muestra como embustera más que como alivio transitorio verdadero en la carencia.

Así lo reprocha Sor Juana en el segundo cuarteto del primer poema: “no dejan tus engaños / que lleguen a excederse en los tamaños / la desesperación o la confianza”. Además, llama homicida a la esperanza (“¿quién te ha quitado el nombre de homicida?”), y en el segundo terceto la acusa de cruel porque sólo prolonga la agonía, el dolor, la certeza del mal o la insatisfacción que se padece: “y entre la infausta o la felice suerte / no lo haces tú por conservar la vida / sino por dar más dilatada muerte”.

Quien se entrega a la esperanza, lo que hace es alargar la situación perniciosa en que se encuentra. Sin embargo, adornada de un prestigio atávico, la esperanza se ofrece como un puerto intermedio en tanto llega el bien aguardado.

En el segundo de los poemas mencionados no sólo la llama “verde embeleso”. Tiene para la esperanza otros epítetos devaluatorios. Por ejemplo, la califica como “sueño de los despiertos”, “frenesí dorado” y “verdor imaginado”. La ve como una espera sin fundamento, sin justificación. Por otra parte la compara, por su carencia de materia, con los sueños, y la acusa ser “de tesoros vana”, es decir, vacía. La esperanza es un vacío de certeza, en su teleología no hay garantía. Es un momento que no llega: “de los desdichados el mañana”.

En los versos de Sor Juana la esperanza es más un anhelo que una posibilidad concreta; no es una pre-visión, es una concepción azarosa: “sigan tu sombra en busca de tu día / los que con verdes vidrios por anteojos / todo lo ven pintado a su deseo”. Con sus lentes verdes, los esperanzados lo que ven no es lo que viene, sino lo que quieren que venga.

Entre la realidad y el esperar está el anhelo y el anhelo es una apetencia o una creación de la mente pero no una inminencia. Nada certifica que la esperanza sea una inminencia. La genialidad de Sor Juana concluye así su soneto del verde embeleso: “yo, más cuerda en la fortuna mía / tengo en entrambas manos ambos ojos / y solamente lo que toco veo”.