Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Lord Feebledick le dijo en tono de reproche a su mujer, lady Loosebloomers: "Si supieras cocinar podríamos prescindir de la cocinera". "Sí -replicó milady-. Y si tú supieras follar podríamos prescindir del chofer". Con un hacha Babalucas se esforzaba en abrir un hueco sobre la puerta del establo. Le explicó a un amigo: "Es que la mula tiene las orejas muy grandes, y cada vez que pasa por la puerta se las golpea contra la pared de arriba". Sugirió el amigo: "Para eso no necesitas dañar el cobertizo. Simplemente escarba la tierra abajo de la puerta. Así la mula podrá atravesarla sin golpearse". "No seas pendejo -contestó Babalucas-. Lo que la mula tiene largas son las orejas, no las patas". El hijo de don Poseidón, labriego acomodado, le pidió dinero para comprarse una lámpara de mano. Le dijo que la necesitaba para ir por la noche a visitar a las muchachas  comarcanas y así poder buscar esposa entre ellas. El vejancón, cuidadoso de los dineros como suelen ser los hombres del campo, declaró: "Yo no necesité de lámpara para buscar esposa". "Sí -ripostó el hijo-. Y ya ves lo que agarraste". Restaurar una casa vieja en ruinas es no sólo reconstruir su cuerpo: es, sobre todo, devolverle el alma. Yo he conocido ese gozo. Una bonanza pasajera me permitió comprar la antigua casona del Potrero de Ábrego en la cual habían vivido mis segundos padres, los de mi esposa. La finca estaba casi derruida por obra de los años y la incuria de quienes la ocuparon tras de los avatares de la Reforma Agraria. Cuando entré en ella por primera vez sentí temor. Abandonada, sola, era habitáculo de toda suerte de alimañas. Cada uno de sus vastos aposentos era una cueva oscura y húmeda. Mi esposa y yo nos aplicamos a la tarea de hacer que volviera a ser casa otra vez. Nada dijimos de eso a los padres de mi mujer. Los recuerdos de niña que ella conservaba sirvieron de valiosa guía para la reconstrucción, la cual nos tomó casi dos años. Cuando la terminamos invitamos a mis suegros a ir al Potrero. Ninguno de los dos quería volver ahí, Las memorias del despojo eran ingratas. Don Jesús, el padre de mi esposa, oía la canción "Las cuatro milpas" y las lágrimas asomaban a sus ojos. Finalmente los convencimos de ir. Los llevamos a la casona y les entregamos las llaves. "Es de ustedes" -les dijimos. Ahora las lágrimas corrieron por las mejillas de don Jesús. Hago este egocéntrico relato -todos los relatos de un escritor son egocéntricos- luego de enterarme de la encomiable tarea realizada por Ana Lilia Cepeda para rescatar la casa que fue de Antonieta Rivas Mercado, mujer de vida apasionada y trágica indisolublemente unida a la figura de José Vasconcelos, por quien siento una extraña admiración que nada tiene que ver con cosas de política sino más bien con las del amor. Ciertamente Ana Lilia Cepeda ha devuelto al patrimonio cultural de México esta casa que tanta historia y tantas leyendas guarda. Su labor, tesonera y generosa, merece reconocimiento y gratitud por parte de todos los que amamos la tradición y la belleza. Nalgarina Grandchichier, vedette de carpa, tenía como sugar daddy a don Algón. (Desde los años veintes del pasado siglo los norteamericanos llaman así, sugar daddy. a un hombre de edad madura que corresponde con dinero a los favores sexuales de una mujer joven; le pone departamento, le compra auto y le concede todos sus caprichos). Nalgarina le contó a una compañera: "Don Algón va a legalizar nuestra relación". La amiga se sorprendió: "¿Se va a casar contigo?". "No -respondió ella-. Pero me va a poner como gasto deducible en su declaración de impuestos". FIN.

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