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Cómo reconocer una cactácea

El hábito no hace al monje, ni las espinas a los cactus

Euphorbia lactea Haw. Foto: Mariusz Jurgielewicz

Euphorbia lactea Haw. Foto: Mariusz Jurgielewicz

GISELA MURO

Con plena seguridad podemos aseverar que por lo menos alguna vez hemos mencionado o mencionaremos la palabra cactus, cacto, cactácea o planta espinosa, que en la mayoría de los casos es utilizada de manera incorrecta, suponiendo que es una palabra de uso general para las plantas carnosas (suculentas) que poseen espinas.

Catedráticos de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Juárez del Estado de Durango

Un claro ejemplo de lo anterior nos lo dan los habitantes de Cuba, quienes con la palabra cactus identifican no sólo a las especies de la familia Cactaceae, sino también a las suculentas que pertenecen a la familia de las euforbias (Euphorbiaceae), por su aspecto cactiforme (en forma de cactus) como la Euphorbia lactea Haw, conocida comúnmente como “cactus de roca”.

UNA PEQUEÑA DIFERENCIA

Cuando tenemos frente a nuestros ojos una planta carnosa y espinosa, pensamos inmediatamente que es un cactus, pero la primer interrogante surge cuando un conocedor de estas bellas plantas nos aclara que no, a lo cual se presenta una inminente duda : ¿Parece cactus, pero no es cactus? Pues bien, muchas plantas suculentas de todo el mundo tienen una notable semejanza con los cactos, que son exclusivos de América (excepto una especie), y a menudo son llamadas así en lenguaje coloquial. Sin embargo, este parecido entre plantas suculentas diferentes se debe a una evolución convergente (plantas que crecen en condiciones ecológicas semejantes y se parecen morfológicamente aun cuando su origen sea diferente), ya que ninguna de ellas está emparentada con las cactáceas. Una diminuta estructura es la responsable de que no todas las plantas carnosas sean en realidad cactus: las areolas.

Las areolas son la característica distintiva de la familia de las cactáceas, esta estructura es la responsable de su separación con respecto a otras plantas suculentas como las euforbias y agaváceas. Son claramente visibles y por lo general se presentan en forma de una pequeña protuberancia de colores claros u oscuros de donde se origina la fuerte y punzante armadura que protegerá a la planta: las espinas.

En el caso de los nopales (Opuntias) y cardenches, las areolas no desarrollan propiamente espinas duras como en el resto de los cactus, pues la areola forma una espina diferente llamada gloquidio, glóquidas, ahuete o aguates, parecida a cojincitos de vellosidades suaves cubiertas con una funda tipo papirácea (lámina delgada), que al pinchar un dedo se abren en la punta y dificultan su extracción.

Estas espinitas se desprenden fácilmente de la planta con el simple contacto o con el mínimo movimiento, provocando irritaciones en la piel. De llegar a caer en los ojos, pueden causar una ceguera temporal, como en el caso del nopal cegador (Opuntia mycrodasis var. Rufida), cuyo nombre se atribuye a la pérdida temporal de la vista que causan sus diminutas espinas a los candelilleros -personas que se dedican a la elaboración y extracción de cera de la candelilla (Euphorbia antisyphillitica)-, pues al cortar el arbusto mueven las pencas del nopal y por efecto del movimiento y viento entran a sus ojos.

Se cree que las areolas evolucionaron como adaptación de los cactos a los climas áridos y semiáridos, por lo que en lugar de hojas producen espinas y gloquidios para proteger a las plantas de la depredación de los herbívoros, del calor, así como para reducir la pérdida de agua y producir nuevos brotes (hijuelos o clones) y asegurar su permanencia en su hábitat.

¿Y POR QUÉ EL NOMBRE DE CACTUS?

Otra interrogante que es necesario despejar es el origen y nacimiento de la palabra por la cual conocemos estas peculiares plantas y que forman parte de nuestro hablar cotidiano.

La respuesta la encontramos en obras literarias griegas que localizamos en los escritos de Horst Heinemann. Este autor nos remonta a la antigua Grecia clásica con uno de los filósofos de mayor trascendencia de aquellos tiempos, Teofrasto de Ereso (371-280 a. C.), discípulo de Aristóteles y llamado Padre de la botánica por su obra Historia Plantarum, tratados que constituyen la más importante contribución a la ciencia botánica de toda la Antigüedad hasta el Renacimiento.

La obra está constituida por 17 monografías detalladas en las que por primera vez, en el tomo VI, capítulo IV, página 613, se habla de una planta o “cardo que pica” a la que Teofrasto nombra con la palabra cactus, derivada del griego Κάκτος kákto.

Se cree que al darse cuenta Teofrasto de que la planta espinosa que crecía en la isla de Sicilia, posiblemente Cynara cardunculus, poseía un sistema de protección o armadura con la cual podía repeler cualquier tipo de ataque, repentinamente o de manera no muy clara, adoptó la palabra káktos. Es así como la palabra queda irremediablemente ligada a las espinas.

Sin embargo, las historias tienen sus contrapuntos, no siendo esta la excepción, pues se cree que Teofrasto no acostumbraba viajar mucho, y como la especie descrita con el nombre de káktos se distribuye en Sicilia, Italia -lugar del cual no era originario, ni habitante nativo- probablemente no vio una planta de esas por encontrarse a miles de kilómetros de Grecia y las descripciones que realizó en su obra fueron realizadas a través del conocimiento empírico brindado por los campesinos, que en muchas ocasiones consumaban observaciones con cierto grado de imprecisión y perplejidades.

La palabra pasó al latín como cactus a través del filósofo Plinio el Viejo, quien en su Naturalis Historia retomó aquello que Teofrasto escribió sobre esta planta que crecía en Sicilia. De cactus derivó la palabra latina carduus, que finalmente dio lugar a la española cardo.

A través de los años, la palabra cactus fue adoptada por una gran variedad de filósofos de la Antigüedad, por lo que fue apareciendo en distintos escritos, uno de ellos, Idilios, del poeta bucólico Teócrito de Siracusa (Sicilia), que textualmente expresa: A ti te dejen como oveja del rebaño, cuya pata se haya picado por un cactus o dicho de otra forma: Aquellas heridas causadas por las espinas del cacto, pueden tumbar hasta el hombre más fuerte. O el ejemplo de Filetas, poeta de la isla de Cos (coterráneo del Padre de la medicina, Hipócrates), que escribió: Debe lamentarse quien haya perdido el afecto de una mula, por el temor a las heridas del cactus espinoso.

Durante la Edad Media la palabra cactus se usó para nombrar una alcachofa comestible (nada más alejado de un vegetal con espinas). Más tarde, fue aplicada por el botánico sueco Carlos Linneo en 1753, como nombre genérico Cactus, dentro del cual agrupó 22 especies que hoy se consideran parte de diversos géneros. Finalmente, Adrián H. Haworth, en su obra Synopsis Plantarum Succulentarum, reformó el mundo de los cactus y suculentas, suprimiendo el género Cactus y transformándolo en la palabra que daría nombre a la familia Cactaceae.

En el pasado y en la actualidad, los conocimientos han sido y seguirán siendo perfeccionados por las grandes eminencias formadas en los centros del saber, donde superan al maestro. Lo cierto es que el motivo por el cual un grupo de especies recibió un nombre, puede ser tan alejado en su origen de lo que representa en este momento, que nos llegan a confundir si no sabemos distinguir una especie de otra, o dicho de otra forma, un cactus de una planta con espinas.

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