
Boceto para retrato, 1990. Foto: Cortesía Guadalupe Muñoz Vázquez
Más de 70 años consagrados a la pintura, una extensa obra expuesta en todo el mundo y que forma parte del acervo de las mejores galerías, así como un gran número de reconocimientos por su gran maestría, hacen del lagunero Manuel Muñoz Olivares un artista excepcional.
Manuel Muñoz Olivares nació en Matamoros, Coahuila el 23 de diciembre de 1925 en el seno de una familia humilde acusada siempre por la inseguridad económica, según se menciona en un documental producido por la Secretaría de Radiodifusión Churubusco, esta condición lo orilló a desempeñar diversos trabajos poco relacionados con el arte, como aprendiz de sastre, albañil y perforador de norias, así como a enfrentar y superar la oposición de su padre antes de consagrarse por completo a su verdadera vocación.
Desde muy pequeño, siendo apenas estudiante de primaria, Muñoz Olivares se sintió atraído por las artes y la cultura gracias a la influencia de su maestro Manuel Cueto Nicanor, a quien siempre consideró un gran dibujante y pintor. Con él tomaría sus primeras lecciones de dibujo y a partir de entonces no dejaría de practicar, aunque no sería sino hasta aproximadamente los 12 años de edad que surgiría en él el deseo irrefrenable de convertirse en pintor, esto mientras contemplaba en plena acción al artista Manuel Guillermo Lourdes (Texcoco, 1898-1971).
Ese momento, que alcanza el grado de epifanía, fue narrado por el propio artista en su columna Reflexiones del atardecer, publicada el 3 de agosto de 2003 en El Siglo de Torreón: Recuerdo que fue a finales del año de 1937, cuando conocí a don Manuel Guillermo Lourdes. Pintaba los murales que decoraban la escalinata y el interior de la antigua escuela prevocacional “18 de Marzo” de Gómez Palacio, Durango. Los alumnos que ocupábamos el primitivo local de la 18 de Marzo en las calles de Victoria, visitábamos con frecuencia lo que pronto sería nuestra nueva escuela frente al parque Morelos. Fue allí donde conocí al Maestro. Mientras mis compañeros corrían, jugaban o conocían en nuevo edificio, yo contemplaba absorto los trazos y la aplicación de color que, con mano maestra, Lourdes plasmaba en el muro. Platicábamos no sé de qué, pero desde el primer momento le hice saber que quería ser pintor y me prometió que cuando terminara la carrera que yo quería estudiar, si aún tenía deseos de ser pintor, él me orientaría. Nunca olvidé esa promesa que me hizo, pues para mí fue como prometerme la gloria.
Al egresar del Instituto 18 de Marzo, Manuel Muñoz Olivares se matriculó en la Escuela de Agricultura Antonio Narro de Saltillo, Coahuila, pero antes de iniciar el segundo semestre decidió abandonar sus estudios y regresar a Gómez Palacio, Durango con la intención de ingresar al estudio de Lourdes, cosa que no sucedería sino hasta casi tres años después. En ese lapso, desarrollé los más variados empleos, pero sin dejar de pintar y dibujar de una manera empírica, contó el artista en su columna.
El maestro Manuel Guillermo Lourdes, un hombre extraordinariamente culto y talentoso, quien incluso llegó a estudiar en París con el escultor Auguste Rodin, fue una de las figuras de mayor influencia en la vida de Muñoz Olivares, una fuente inagotable de conocimiento, anécdotas y enriquecedoras charlas.
El estudio del maestro Lourdes, estaba en las casas que hay o había en el interior de la jabonera La Esperanza de Gómez Palacio. Para un provinciano nativo de Matamoros de La Laguna, entrar al estudio, fue como penetrar al templo del saber. Fue como despertar a la realidad de la vida. Lourdes me mostró con sabios consejos la importancia del dibujo, los secretos que se encierran en el óleo, acuarela, el fresco y el modelado. Escuché sus atinados consejos para poder lograr lo que más anhelaba en la vida, ser pintor. Puso en mis manos su biblioteca, donde pude conocer a pintores, escultores, músicos, arquitectos, poetas, etcétera, a todos desde sus raíces, nacidas en Atenas, pasando por los romanos, flamencos, hasta llegar al Renacimiento y luego seguir la ruta hasta el impresionismo y de ahí hasta la época actual. (En esa fecha, 1943-1946). Poco más de tres años estuve recibiendo las enseñanzas del maestro. Conocí muchos capítulos y de su época de sus triunfos en Europa. Lo oí conversar en varios idiomas. Tocaba el piano como un concertista. Cuando regresé a mi pueblo, Matamoros, me consideraban un ser fuera de su tiempo y un extraño para todos. Quería platicar, discutir sobre arte y nadie me comprendía, nadie sabía siquiera de lo que hablaba. Nadie sabía que habían existido grandes hombres, grandes pensadores y grandes artistas. Nadie podía discernir sobre Sócrates, Fídias, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, Tiépolo, Veronés, Tintoreto, Rembrandt, Rubens, Gian Lorenzo Bernini y tantos y tantos genios.
Muñoz Olivares celebraría su primera exposición en mayo de 1946 en una desaparecida librería ubicada en la calle Cepeda del centro de Torreón.
Entre 1939 y 1940, mientras estudiaba con Lourdes, Manuel Muñoz Olivares se ganaba la vida desempeñándose como cartonista en El Siglo de Torreón. Desde 1942 y hasta 1951 colaboró también con sus monos en los diarios El Fronterizo y El Mexicano, de Ciudad Juárez, Chihuahua, y El Continental, de El Paso, Texas.
A finales de los cincuenta, época en la que ya estaba casado con Irene Vázquez y era padre de ocho hijas e hijos (una de las cuales falleció de cáncer en 1958), el pintor se trasladaría a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades económicas, se instalaría en la ciudad de Los Ángeles, California y complementaría ahí su formación con un curso avanzado de artes para extranjeros. Posteriormente, en 1962, se trasladaría junto con su familia a la Ciudad de México y se integraría inmediatamente al Departamento de Restauración de Obras de Arte del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), donde también impartiría cátedra desde 1964 hasta 1989.
A la capital del país, Manuel Muñoz Olivares arribó con grandes metas por cumplir, como se revela en una entrevista publicada en el periódico Excélsior en julio de el mismo año de su llegada; en ella la entrevistadora le pregunta cuál es su mayor ambición, a lo que él responde: Conocer Europa y poder exponer mi obra en Nueva York, París, Londres y Roma, donde tiene su cuna el arte de la “nueva ola” y que saben reconocer en su verdadera manifestación la creación pictórica. Con tesón, disciplina y el invaluable apoyo de su esposa Irene, el artista lagunero lograría su cometido.
Su trabajo en el Inba no le impidió acudir durante tres años consecutivos (1969-1971) a los cursos de verano de la Universitá degli Studi di Firenze, en Italia, lo que enriqueció aún más su constante aprendizaje.
Aunque para entonces Manuel Muñoz Olivares gozaba ya de cierto prestigio en el país y algunas ciudades de Estados Unidos, el escritor Felipe Garrido considera que 1971 fue su año más afortunado, ya que tres grandes exposiciones lo pusieron en el camino de ser dueño de su tiempo para dedicarlo a pintar el día entero: una colectiva en el Palacio Strozzi, en Florencia, y dos individuales en México, en la Galería de Arte de la Ciudad de México y en el Hotel Fiesta Palace, explica en el libro Un aire de nostalgia. La pintura de Manuel Muñoz Olivares, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en octubre de 2015.
A partir de entonces, Muñoz Olivares viajaría por diversos países tanto para exponer como para inspirarse, entre ellos Italia, Francia, Alemania, Bélgica, España, Suiza, Siria y Estados Unidos, por mencionar sólo algunos. Sus cuadros comenzaron a venderse tan bien que “su obra era casi arrebatada de exposiciones”, declaró su esposa Irene en una entrevista para el periódico Excélsior en 1982, y “comenzó a ser buscado para realizar retratos de personajes como los esposos John y Jacqueline Kennedy, Lyndon Johnsosn y otros tantos de Cleveland, Ohio, Los Ángeles, San Francisco, Salt Lake, en Estados Unidos, en Japón y otros países de Asia”.
UNA MANCUERNA EXITOSA
Además de su disciplina y pulido talento, no cabe duda de que una pieza clave del éxito de Manuel Muñoz Olivares fue su propia esposa Irene Vázquez. También originaria de Matamoros, Coahuila, Irene, fue una de esas mujeres cuya grandeza y labor merece ser reconocida. De joven, la esposa de nuestro pintor formó parte de un entusiasta grupo de muchachos que exigían a las autoridades la apertura de instituciones educativas para continuar sus estudios al salir de la escuela secundaria. No pudo continuar con esa lucha debido a que contrajo matrimonio y se convirtió en madre (el matrimonio tuvo en total diez hijos) “lo cual me obligó a las tareas propias del hogar, siendo sólo 'Irene' la esposa de Manuel [...] Yo lo veía pintar y pintar incansablemente, obras que fueron expuestas en Ciudad Juárez, Chihuahua; El Paso, Texas; Santa Fe, Nuevo México y Albuquerque [...] decidí no seguir siendo sólo 'Irene' sino algo más digno del gran talento de mi esposo y padre de mis hijos, pues me asustaba su pasión por el arte, superado día tras día, y su total indiferencia a lo indispensable; el dinero, sin que esto quiera decir que fuese indispensable. No. Trabajaba día y noche, pero yo veía que no lograba lo merecido por su gran talento”.
Mientras Manuel Muñoz Olivares gracias a diversas becas estudiaba en Florencia, Roma, París y otras ciudades de Europa, Irene multiplicaba el tiempo o se dividía a sí misma para poder encargarse de la crianza de sus hijas e hijos y simultáneamente estudiar administración y relaciones públicas.
“Fue para mí una gran satisfacción colocar obras de Manuel en la Galería de Obispos del Vaticano -relata pletórica de justo orgullo-, en Galerías de Barcelona y Madrid, en Venecia, en Francia, en Viena y en tantos otros países europeos”.
Resultó ser una publirrelacionista tan excepcional que la obra de su esposo volaba prácticamente, de tal forma que en ocasiones se le vendía todo y se quedaban sin cuadros para hacer nuevas exposiciones.
“Fue para mi una suerte porque el matrimonio, dicen que es como el que se saca la lotería, pero para mí fue más que la lotería, fue una suerte porque la mejor colaboradora que he tenido a través de mi carrera ha sido ella, es muy difícil encontrar a una mujer que se interese por el arte (...) sin embargo ella, creo que ama más la pintura que yo”, le dijo Manuel Muñoz Olivares a Pilar Arenas, conductora del extinto programa Miami ahora, transmitido en dicha ciudad estadounidense en 1980.
ESTILO
La obra pictórica de Manuel Muñoz Olivares está conformada en su gran mayoría por óleos (aunque también hay carboncillos) donde abundan los paisajes. “La parte donde nosotros, digo nosotros porque mi esposa es de ahí también, es desierto y árido, cierto que el desierto tiene sus bellezas, pero en mi pintura encontrarán siempre paisajes, puentes, ríos, agua, que es de lo que carecemos”, dijo también en Miami ahora.
Pintó también una gran cantidad de retratos, sobre todo de jóvenes y ancianos, que para él simbolizaban el amanecer y el ocaso, respectivamente.
“En mi pintura siempre hay viejos, que es a lo que yo más le he dedicado la atención, al rostro humano, siempre hay la tristeza, el aliento de sacarle provecho al desierto, o el desaliento cuando desgraciadamente algún suceso meteorológico echa a perder sus esfuerzos, eso es en sí lo que encierra la pintura que yo he desarrollado”.
Otros temas recurrentes en su obra son las escenas costumbristas de un México que ya no existe, bodegones, excelentes copias de obras de grandes genios del arte como Leonardo da Vinci o Johannes Vermeer y algunas representaciones del Quijote.
En cada uno de sus cuadros destaca su maestría para el trazo y la composición realista, así como su habilidad para captra y transmitir emociones.
Algunos especialistas sitúan el estilo de Muñoz Olivares en la línea de grandes maestros de la pintura mexicana como Germán Gedovius y Satrunino Herrán, o le hallan similitud con la obra desarrollada por el poblano José Agustín Arrieta o el guanajuatense Hermenegildo Bustos.
En el ensayo La escencia de los géneros, que forma parte del libro Manuel Muñoz Olivares, presencia y permanencia de su obra en el patrimonio cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila, editado en 2009 por dicha casa de estudios, Víctor T. Rodríguez Rangel hace un minucioso análisis de los géneros en que incursionó el pintor coahuilense, señalando con precisión cada una de las influencias contenidas en sus pinceles.
El universo pictórico de Muñoz Olivares, nos lleva a esta centuria en la que México logró la independencia nacional y la producción pictórica, tanto la trazada en el seno de la antigua Academia de San Carlos de México, y las academias regionales -por ejemplo las de Puebla y Jalisco-, como la producción al margen de la formación institucional: independiente, autodidacta, ingenua o popular. [...] Llama la atención la facilidad con la que Muñoz Olivares, en diversas etapas de su quehacer plástico, brina de un género a otro, no se estaciona en uno en particular [...] rompe con el miedo de otros a trazar y pigmentar, con un estilo netamente figurativo, basado en el dibujo correcto y educado, diversos temas y copias de algunos clásicos, y sobre la base de mi humilde opinión, digo que en todos resulta exitoso.
Twitter: @gsi_k