Siglo Nuevo

Javier Marín

El cuerpo trasformado

Calchihuites, Dos Gotas de Agua. / Foto:Archivo Siglo Nuevo

Calchihuites, Dos Gotas de Agua. / Foto:Archivo Siglo Nuevo

Jesús González Encina

Dentro de la plástica mexicana destaca la figura del escultor Javier Marín, un caso único de éxito entre la crítica especializada y público en general, su obra mueve y emociona a los espectadores por el virtuosismo de su técnica, que, cual maestro renacentista, se recrea en la figura humana, motivo principal de su obra que genera y acaricia con gran expresividad.

Originario de Uruapan, Michoacán, estudió en la Academia de San Carlos de la Ciudad de México de 1980 a 1983. Su primera exposición en la capital de su estado natal fue en 1990, con una serie de esculturas modeladas en barro, material que será una constante en su carrera. La posibilidad expresiva de dicho material lo convertirá en su medio exclusivo, en el inicio de su carrera, sin embargo posteriormente iniciará una experimentación continua con materiales tales como resinas de poliéster mezcladas con los materiales más disímbolos como el tabaco, tierra, pétalos de rosa, fibras de carne seca o semillas de amaranto, así como plásticos y bronce. Además de la escultura ha incursionado en el diseño de vestuario, pintura, gráfica y cerámica.

Su obra ha obtenido el reconocimiento de la crítica internacional, ganando, por ejemplo, el Gran Premio de la Tercera Bienal Internacional de Beijing, China, con la pieza Torso de mujer con cabezas intercambiables. Con más de 270 exposiciones entre individuales y colectivas alrededor del mundo, su obra se encuentra exhibida en museos tales como el Museo Arte Moderno de la Ciudad de México, el de Bellas Artes de Boston o la Colección Blake-Purnell.

REINTERPRETA EL BARROCO

En 2008 recibe uno de sus encargos más ambiciosos y polémicos: el retablo mayor para la catedral de Zacatecas, joya del barroco mexicano. Para este retablo creará 11 imágenes realizadas en bronce a la cera perdida, cuya imagen central en lo alto del retablo es la Virgen de la Asunción, a quien está dedicada la Catedral; la acompañan en los niveles inferiores sus padres santa Ana y san Joaquín, además de san Juan Bautista, san Agustín, san Francisco, san Antonio de Padua, santo Domingo de Guzmán, san Ignacio de Loyola, además de los mártires zacatecanos san Mateo Correa y Agustín Pro. El proyecto levantó controversias en la capital zacatecana al considerar que no correspondía con el templo barroco. Sin embargo se ha ido imponiendo poco a poco, debido a la calidad de su elaboración. El marco y base de las figuras está formado por una estructura con prismas de madera de abedul finlandés de gran estabilidad, recubierta por una capa de oro de 24 quilates a la manera de los antiguos retablos coloniales.

Las esculturas son magníficas y profundamente expresivas. María es ascendida al cielo en medio de un torbellino que inflama sus vestiduras y la empuja al firmamento, sus padres la miran arrobados, mientras que el resto de los santos envueltos en pesados ropajes y exhibiendo los atributos iconográficos que ayudan a su identificación, son representados en escorzo expresivos a la manera del arte barroco mexicano del siglo XVIII. De esta manera la magnífica catedral barroca se renueva, estableciendo un diálogo entre el pasado y la modernidad, que se nutre de este, para proyectarse al futuro.

REPRESENTACIONES MEXICANAS

Como parte de los festejos del Centenario de la Revolución mexicana, el escultor recibe el encargo de realizar una figura ecuestre de Francisco I. Madero, la cual una vez terminada es colocada en la Alameda Central de la Ciudad de México, a un costado del Palacio de Bellas Artes. Este Memorial de Francisco I. Madero es develado en noviembre de 2010, que a la manera de las grandes esculturas ecuestres renacentistas, representa a Madero en actitud heroica, con las riendas en una mano, mientras que con la otra, en gesto conciliador, dirige al pueblo hacia la democracia.

Marín no sólo a nutrido su arte a través de influencias barrocas, dentro de él se pueden ver claramente alusiones prehispánicas. Chalchuites (2012), obra que viajó a diferentes países como España, Holanda o Estados Unidos, está compuesta por grandes aros, de cinco metros de diámetro, conformados por esculturas de cuerpos fragmentados, unidos entre sí, unas a otras; la referencia es precisamente el signo náhuatl 'chalchihuitl', que significa piedra preciosa, y según su color, puede representar agua o sangre, remitiéndonos a los sacrificios humanos prehispánicos, líquidos, preciosos símbolos de la regeneración de la tierra y el cosmos. Cuando los instala en un edificio de la plaza Cibeles de Madrid, al ser pareados los grandes aros, simbolizan las anteojeras de Tláloc, dios de la lluvia, y este diálogo de los prehispánico con el entorno madrileño, pone de manifiesto la fusión de dos culturas, el mestizaje producto de nuestra raza.

ESCULTOR UNIVERSAL

Marín es un creador incansable. A partir de 2012, expone sus cabezas monumentales en diferentes ciudades en un esfuerzo de acercar la escultura al entorno urbano, fomentando la interacción entre el espectador y la obra, que debido a su monumentalidad mueve y conmueve la visión del mismo.

En manos de Javier Marín el cuerpo humano ha sido dislocado, fragmentado, reconstruido, regenerando, la figura del hombre y la mujer son su materia prima, a través del modelado del barro o cualquier otro material, con el cual experimente el maestro la figura humana adquiere una expresividad a través de la textura a la manera de Rodin. Por lo tanto a Javier Marín lo podemos poner en la línea de los grandes escultores que desde Miguel Ángel busca, hurga, experimenta, devela a través del cuerpo el misterio de su obra. En hombres y mujeres varilla explora las múltiples posibilidades de la figura humana que se tuerce, se fragmenta se suspende, los escorzo son sorprendentes, las composiciones fascinantes; en columna. Los figuras de hombres y mujeres fragmentadas o no, se aprisionan, se complementan, se multiplican, en una textura de gran riqueza, que sorprende por su expresividad.

Su exposición más reciente es Corpus Terra, que se exhibe de manera simultánea en el Colegio de San Ildefonso, en el Palacio de Iturbide, además de tres esculturas colosales en la Plaza del Seminario del Centro Histórico de la Ciudad de México, reuniendo 30 años de trabajo del escultor, permitiéndonos recrearnos en la evolución de su obra.

Lo fascinante de Javier Marín es la universalidad de su obra, que se impone en cualquier foro o espacio, que es admirada en Europa o América. La riqueza de su lenguaje plástico seduce al espectador que pasea su mirada por sus esculturas recreándose en las texturas, las luces y sombras, que potencian su expresividad. Es por tanto Javier Marín uno de nuestros escultores actuales más universales. Su figuración no se limita a la representación realista del cuerpo, sino que lo replantea, transformándolo en un lienzo abierto a todas las posibilidades de expresión, experimentaciones y transformaciones. Sus personajes parecieran que se mueven en el espacio, se materializan ante los ojos del espectador que completan lo fragmentado, la sensualidad que irradian sus figuras seducen, la mirada atónita que se recrea en esos cuerpos, que a punto de desmoronarse nos develan su verdad.

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