Siglo Nuevo

Elena Garro, la mujer sin paz

El centenario de un incendio en la sombra

Elena Garro y Octavio Paz entre un grupo de artistas e intelectuales mexicanos en el Teatro Español de la Plaza Santa Ana (Madrid, 1937). Foto: FCE/UNAM

Elena Garro y Octavio Paz entre un grupo de artistas e intelectuales mexicanos en el Teatro Español de la Plaza Santa Ana (Madrid, 1937). Foto: FCE/UNAM

IVÁN HERNÁNDEZ

Una niña traviesa, una esposa dorada, una amante epistolar, una periodista combativa, una pensadora de derecha que hablaba como dirigente de izquierda, una espía, una tránsfuga, una vieja señora de los gatos, todo eso y más hay en el morral de Elena Garro.

Este 11 de diciembre se cumplen cien años del natalicio de una dramaturga, cuentista, novelista, mejor conocida como la esposa del único premio Nobel de Literatura mexicano.

La cónyuge de Octavio Paz se llamaba Elena Garro y si bien una sola vida no le bastó para odiar a su marido, sí le alcanzó para delinear un cuadro tortuoso en el que apenas puede reconocerse a la niña que soñaba con ser bailarina o general.

La vida de Elena bien puede llenar un mural en el que los únicos personajes sean las facetas que adoptó o le fueron impuestas: la periodista marcada como espía de la policía secreta mexicana; la fiel amante que sostuvo un romance epistolar con Adolfo Bioy Casares; la zarista exhibida como una de las últimas personas en tener trato con Lee Harvey Oswald, asesino del presidente estadounidense, John F. Kennedy; la exiliada hasta el extremo opuesto a la gloria de su famoso ex; la vieja señora de los gatos...

Diversos especialistas consideran a Garro Navarro como una de las principales -cuando no la mejor- voces de la literatura mexicana. Gracias a la novela Los recuerdos del porvenir le atribuyen la calidad de precursora del realismo mágico. Cuentos como "La culpa es de los tlaxcaltecas" reciben el título honorario de “pieza maestra”. Su teatro, coinciden varias voces, no es nada desdeñable.

La mención de sus alcances como narradora suelen ser acompañadas por otra etiqueta: la de autora eclipsada por los integrantes del boom latinoamericano, a saber, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa...

Con todas sus facetas, con todo el brillo que le fue negado y con las penurias que debió atravesar en compañía de su hija Helena, el distintivo recurrente a la hora de contar su historia es el de 'antagonista'.

EL INICIO DEL PORVENIR

La autora de Un hogar sólido nació en Puebla en 1916. Ella, sin embargo, aseguraba que había nacido en 1920. Sus padres fueron José Garro, español, y Esperanza Navarro, mexicana.

La nacionalidad ibérica le fue negada porque, luego de un fuerte pleito con su marido, Esperanza decidió embarcarse a México. Así, la futura escritora nació entre los estertores de un país aquejado de achaques revolucionarios.

La falta de tranquilidad, esa sensación frecuente en su vida, tiene antecedentes familiares como el de su tío, Tranquilino Navarro, diputado constituyente, incondicional de Francisco I. Madero. La lealtad hacia el efímero presidente coahuilense le valió ser encarcelado por el golpista Victoriano Huerta.

Sobre sus progenitores la opinión de Elena Garro es, como casi todas sus posturas, contundente. En una carta fechada el 29 de marzo de 1980, enviada desde Madrid al dramaturgo mexicano Emmanuel Carballo, los reduce a la categoría de fracasados que condujeron a su descendencia por un mismo camino de sinsabores.

Sin embargo, Elena se muestra complacida al relatar que le enseñaron, a través de fomentar en ella el gusto por la lectura, "la imaginación, las múltiples realidades, el amor a los animales, el baile, la música, el orientalismo, el misticismo, el desdén por el dinero".

En esa línea agradece el haber adquirido conocimientos de táctica militar de maestros como Julio César o Von Clausewitz.

Las letras la acompañaron toda la vida, y ella no les fue infiel salvo por sus escarceos con la danza.

PAREJA DORADA

Veinte años tenía la Garro cuando Paz se la llevó. Escaparon al juzgado y un juez civil los casó. La boda fue celebrada en mayo de 1937.

La unión, como explica el historiador Enrique Krauze, tenía sus 'asegunes': ella era de una familia revolucionaria partidaria de Pancho Villa. Octavio Paz era hijo de una familia zapatista.

En la balanza a favor, pues ella era hermosa y él apuesto, los dos escribían. No obstante, señala el historiador, desde el inicio la relación fue desigual, los avances de Paz eran cálidos, las retiradas de ella, muy frías.

En una entrevista con Carlos Landeros, la autora de La semana de colores comentó que se casó porque (Octavio Paz) quiso. El matrimonio la convirtió en desertora escolar, su marido no la dejó volver a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. La Garro se había inscrito en 1936.

Antes de que terminara el 37, el matrimonio viajó a España y París. Al otro lado del gran charco nació la primera hija de ambos: una incompatibilidad de caracteres que derivó en un odio perdurable.

En 1940, en vista de que el esposo ganaba poco, Elena ingresó a las filas del periodismo. Eligió esa profesión porque así no opacaba a nadie. Sobre su voz literaria por aquellas fechas afirmó: "me dediqué a callar porque había que callar".

La paz del hogar era perturbada de forma constante. Para el registro, Elena guardó recuerdos como el siguiente: Paz me criticaba porque yo era vegetariana, y cuando se enfadaba me decía: “¿Sabes que Hitler también es vegetariano?”.

En las horas dulces, el premio Nobel pidió a su esposa ponerse a escribir y pagarle por ello. La pareja, por esos días, era envidiada.

A finales de los años cuarenta, la pareja comenzó a probar suerte en otros frentes. El futuro premio Nobel entabló relaciones con la pintora Bona Tibertelli de Pisis.

Garro también encontró su propio depósito de amorosa inclinación en la figura del escritor argentino Adolfo Bioy Casares. Sobre tal hallazgo escribió: Este 17 de junio de 1949 es definitivo en mi vida; se acabó Octavio.

El matrimonio Paz-Garro todavía demoró en fenecer. En 1959 concluyó luego de 22 años, aunque no hubo un acta de divorcio que diera por terminadas las hostilidades.

EL LARGO CAMINO

"Ella es una herida que nunca se cierra, una llaga, una enfermedad, una idea fija", llegó a decir el autor de Piedra de sol sobre su exmujer.

Otra Elena, de apellido Poniatowska, asegura que el diplomático mexicano admiró la capacidad de Garro Navarro para asombrarlo o "mejor dicho de inquietarlo y desazonarlo hasta despeñarlo al fondo del infierno".

En Memorias de España, la dramaturga comparó su matrimonio con un internado en el que se aplicaban reglas estrictas y los regaños eran moneda corriente. Sin embargo, las reprimendas y la disciplina "no me sirvieron de nada, ya que seguí siendo la misma".

La ruptura no sólo implicó que los dos tomaran caminos distintos, sus derroteros fueron decididamente opuestos.

Él conservó la fama, la gloria, y amasó un gran prestigio. Su ex media naranja, en cambio, inició un descenso con tintes de salto al vacío.

En 1982, la Garro mandó una carta a Emmanuel Carballo en la que daba a conocer su poco conocimiento sobre los dichos y hechos del afamado poeta. Afirmó que no conocía los milagros atribuidos al también traductor.

Si los ignoraba cuando estuve casada con él, pues ahora mucho más, entre él y sus amigos lo cubren con un espeso velo de misterio imposible de penetrar, comentó la novelista.

En esto varios estudiosos respaldan a la periodista y cuentista. El dictamen se resume en que el prestigio del autor de El laberinto de la soledad desarmó los arcos que podían lanzar flechas críticas sobre su forma de ser.

BIOY

El flechazo con Bioy Casares, cuenta la leyenda, fue instantáneo. El escritor argentino, de familia acomodada, tenía un seductor poder que lo elevó -o redujo, según se mire- a la definición de mujeriego.

Su propio matrimonio, con la también escritora Silvina Ocampo (unión que duró desde 1940 hasta la muerte de la Ocampo en 1993), no le impedía obedecer las señales que otras mujeres enviaban invitándolo a llegar a buen puerto. Eran una pareja abierta, aunque Silvina no lo pasó del todo bien, era presa de celosas y coléricas transformaciones.

El bonaerense y la poblana se conocieron en París. Era el año de 1949, y la pareja argentina antes referida, visitó a la pareja mexicana en el hotel George V.

Bioy convenció a Elena de dar un paseo en un bosquecillo a las afueras de la ciudad. La plática y la charla antecedieron a los besos y estos encarrilaron sus pasos hacia una pensión en la que pasaron unas horas juntos.

Sólo se vieron en otro par de ocasiones: en 1951, otra vez en París, y en 1956, en Nueva York.

Para atenuar los horrores de la separación iniciaron una correspondencia que se prolongó durante dos décadas.

Aquí una muestra de los párrafos acuñados por Bioy para su querida Elena: Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades.

La hija del matrimonio dorado reveló que la relación acarreó consecuencias.

Según Helena Paz Garro, su madre quedó embarazada de Bioy. Octavio Paz, aconsejado por el enojo, obligó a su esposa a deshacerse del producto, no sin antes advertirle que ese niño, legalmente, era suyo.

El autor de Salamandra también habría dicho: "Cuando nazca (el hijo de Bioy) se lo voy a mandar a mi madre, Y si tú te vas con Bioy, no vuelves a ver a Helena, pues el diplomático y el que tiene el poder soy yo".

Los problemas derivados de su escasa cercanía no impidieron que los amantes intercambiaran misivas.

En septiembre de 1997, la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, Estados Unidos, que adquirió el archivo de la Garro, puso a disposición del público interesado los documentos extraídos de cinco cajas. A pesar de que muchos materiales de la novelista se extraviaron en sus viajes transatlánticos, entre los que se conservaron había manuscritos originales y correspondencia.

El amor de lejos de la Garro y Bioy dejó 91 cartas, 13 telegramas y tres tarjetas postales.

EL FIN

La matanza de Tlatelolco de 1968 llevó a la dramaturga tanto al exilio como al fin de su relación con el creador de La invención de Morel.

La leyenda cuenta que se acabó el amor por unos gatos, que Garro le pidió a Bioy cuidar de sus mininos porque debía salir de México y temía que, si los dejaba atrás, fueran envenenados o lastimados por sus enemigos.

Los felinos hicieron la ruta aérea hasta Buenos Aires en una caja. Bioy los asiló en su casa unos días, pero, como tenía canes y la convivencia era imposible, mandó a los invitados a una finca rural.

Eso fue demasiado para Elena, el amor se secó porque él no había mantenido a su lado a esos gatos tan queridos por ella.

Otra versión de la historia dice que Bioy había sido engañado. Su querida poblana le había pedido cuidar sólo de su felino favorito, pero cuando el paquete llegó y Bioy lo abrió, no fue un sólo ejemplar el que apareció sino una oleada de ágiles mascotas que huyeron y se perdieron sin remedio.

Cuando la autora de Felipe Ángeles llamó a su querido bonaerense para confirmar de recibido, Bioy le hizo creer que los mininos estaba a salvo, contentos.

La dueña de los mininos, sin embargo, se enteró de la verdad y decretó el fin del amor.

El punto es que terminó una persecución postal que había dado con Elena en sus estancias en Francia, Japón, México, Suiza y Austria.

Y la Garro se vio exiliada y más herida.

AGRARISTA Y DEVOTA

En su trayectoria periodística, Elena defendió a los campesinos, criticó la situación de la mujer en un entorno sexista. Denunció los males infligidos a los más pobres, los despojos de los que son víctimas. Con estos objetivos escribe y hace literatura. Nunca tuvo interés en recibir órdenes de trabajo. Ella decidía a quién entrevistar y sobre qué. En alguna ocasión se definió como agrarista guadalupana.

La represión del movimiento de la sociedad mexicana dejó mal parada a la ex de Paz. Luego de la masacre perpetrada en la plaza de las Tres Culturas, la periodista dedicó a los intelectuales mexicanos una crítica abierta y sin atenuantes.

Eso de tomarla con los pensadores era un mal menor cuando decía creer que todos estaban más o menos ligados con el gobierno, o tenían o habían tenido una chamba en él.

Tras la matanza, escribió en un periódico: Yo culpo a los intelectuales de extrema izquierda que lanzaron a los jóvenes estudiantes a una loca aventura que ha costado vidas y provocado dolor en muchos hogares mexicanos. Ahora, como cobardes, esos intelectuales se esconden... Son los catedráticos e intelectuales izquierdistas los que los embarcaron en la peligrosa empresa y luego los traicionaron. Que den la cara ahora. No se atreven. Son unos cobardes... A renglón seguido se sintió amenazada de muerte e hizo maletas con París como destino.

Si bien la primera impresión que causaba era la de favorecer el lado revolucionario de la cuestión, Elena Garro era derechista. Uno de sus grandes deseos era ver a los zares rusos de nuevo en el poder.

En la novela Testimonios sobre Mariana se observa con claridad su preferencia: Los reyes llegan al poder en estado de inocencia y son responsables de nosotros ante la Iglesia y ante Dios. Los presidentes llegan manchados de sangre, gozan de un poder que empieza y termina en ellos. ¡Un poder ilimitado! El pueblo no tiene a nadie a quien presentar sus quejas cuando se le atropella.

En una conversación con Miguel Covarrubias, la poblana declaró que "todas las revoluciones (...) son caníbales, al final se alimentan de los revolucionarios".

En noviembre de 1975, la agrarista guadalupana asistió al entierro del general y dictador español, Francisco Franco.

Una década atrás, en 1965, había publicado una entrevista con Carlos Madrazo, en la que dedicó muchos elogios al priista, tantos como hay en la semblanza de un héroe. El ídolo de la periodista murió junto a otras 70 víctimas en un accidente aéreo el 4 de junio de 1969.

LA ESPÍA

Las críticas de Garro hacia el comunismo, la cercanía al político que pretendía un cambio, una apertura, sus ataques a las formas autoritarias del PRI y demás, hicieron de ella materia de seguimiento por parte de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA por sus siglas en inglés) y de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), policía secreta del gobierno mexicano.

En el Informe Warren, sobre el asesinato del presidente estadounidense, John F. Kennedy, perpetrado en noviembre de 1963, se consigna un supuesto encuentro de la cuentista con Lee Harvey Oswald, señalado como el francotirador del magnicidio.

La reunión habría tenido lugar en una fiesta en la Ciudad de México unas cuantas semanas antes de la cita de Oswald con JFK en Dallas, Texas.

Según la DFS, a cargo en esos días del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, muerto en el 2000, Elena Garro fue una informante durante el movimiento estudiantil del 68.

Medios como Proceso, en un texto de Jorge Carrasco Araizaga, difundieron el hallazgo de un memo de la DFS ubicado en el Archivo General de la Nación.

El contenido sugiere que la agrarista guadalupana proporcionó detalles de los supuestos organizadores de las manifestaciones de estudiantes. El papel de la Garro no habría sido el de simple colaboradora, también se le atribuye la función de delatora.

Fechado 23 días después de la matanza, el reporte de la DFS indica que: El día de hoy, la señora Elena Garro informó lo siguiente: [...] el doctor Bernardo Castro Villagrana y Agustín Hernández Navarro [...], son dirigentes intelectuales del movimiento estudiantil. El parte atribuido a la Garro también daba una pista sobre el posible paradero de Heberto Castillo Ramírez, en aquellos días profesor universitario y, posteriormente, respetado dirigente izquierda.

Helena Paz desmintió todo. A su vez, reveló que ella y su madre, por aquella turbulenta época, fueron objeto de amenazas, agresiones y forzadas anfitrionas de Gutiérrez Barrios.

Como fruto de esa visita, el capitán Gutiérrez se llevó a César del Ángel, refugiado líder de unos productores agrícolas del sur del país.

La selecta lista de presuntos acusados por la novelista incluye a los filósofos Luis Villoro y Leopoldo Zea, a los escritores Emmanuel Carballo, Rosario Castellanos y Eduardo Lizalde, al cronista Carlos Monsiváis, a los pintores Leonora Carrington y José Luis Cuevas.

RELECTURA

El periodista, Rafael Cabrera, considera que la autora de La casa junto al río no fue una espía sino que se acercó al régimen y fue utilizada.

Cabrera y varios estudiosos de la vida y obras de la Garro coinciden en que el 68 significó un quiebre en la vida de la escritora del que jamás se recuperó. Fue al exilio con su hija y pasó dos décadas en suelo extranjero, batallando para ganar el pan, despilfarrando cuando podía, siempre con su poder de seducción aplicado a la tarea de allanar el camino del perdón.

Regresó a México en 1993, pero no libre de acusaciones sobre su traicionero pasado. No obstante, los elogios a su obra ya le daban cierta tranquilidad.

Sin embargo, la sombra de su exmarido la acompañó toda la vida. Y la sombra de Elena desempeñó un papel similar en la vida de Octavio.

El nombramiento de Paz como integrante del Colegio Nacional, en 1967, no se desarrolló en completa calma. El traductor temía que Elena hiciera acto de presencia para sabotear la ceremonia.

En una carta de Paz al poeta español Gimferrer Torrens, fechada el 24 de abril de 1975, señala que su ex y su hija estaban en Madrid, pero ni la distancia lo salvaba de escuchar el zumbar furioso de las dos abejas coléricas.

Incluso comenta que las dos mujeres me clavan sus aguijones envenenados y no cesan de urdir tretas y calumnias para extorsionarme, sacarme dinero, arruinarme, deshonrarme [...] Es horrible sentirse odiado.

El ensayista mexicano no hace mención de los apuros económicos que padecieron madre e hija en su exilio entre los años 1974 y 1981.

Mientras la crítica, los periodistas y los biógrafos trataron a Paz con todo respeto. La exmujer y la hija legal fueron etiquetadas como personas indignas de confianza y la obra de Elena apenas si era mencionada.

La historia del menosprecio hacia los textos de la Garro se fundamenta entre otras cosas, en que su primer libro fue publicado en 1959, a un mes de que la autora cumpliera 42 años, y que siempre se topó con circunstancias que retrasaban la salida a la venta de sus creaciones.

Elena, y sobran los testimonios al respecto, nunca pudo desprenderse del nombre de su exmarido. En alguna ocasión reconoció que necesitaba en su vida una figura de poder. En una carta a la chilena Gabriela Mora escribió: En cierto modo tienes razón [...] me condicionaron para depender de un hombre. ¡Nunca lo encontré! Sólo mi padre, pero él me daba trato de muchacho. Mi terror empezó cuando él murió.

A su regreso del exilio en suelo francés, en 1993, Garro Navarro traía entre su equipaje un enfisema pulmonar. Murió el 22 de agosto de 1998 en la Ciudad de México, tenía 81 años.

Octavio Paz había fallecido el 19 de abril de ese año.

La dinastía Paz murió un día antes del centenario del nacimiento de Octavio. Helena concluyó su paso por el mundo a los 74 años en Cuernavaca el 30 de marzo de 2014.

Sus restos descansan junto a los de su madre.

LA GLORIA

Enrique Krauze opina que "Garro fue la escritora más poderosa y original del siglo XX mexicano, al menos hasta los años setenta".

Varios especialistas le llaman una de las principales escritoras del siglo XX latinoamericano y señalan que es injustamente desconocida.

El faro para la Literatura firmada por Elena fueron sus experiencias o como ella explicó: "Lo que no es vivencia es academia, tengo que escribir sobre mí misma".

El acento autobiográfico exacerba su producción desde sus inicios.

Los recuerdos del porvenir, considerada su mejor novela, guarda ecos de las vivencias de la autora durante sus años de infancia y juventud en Iguala, Guerrero.

Sobre Un hogar sólido, recordó en una entrevista que en uno de sus días de juventud, en esa época en que soñaba con ser actriz, estaba en un restaurante en la Ciudad de México, con su prima Amalia Hernández.

Durante esa reunión sintió una tristeza pesada que se tradujo en pensamientos como: Nunca seré feliz en este mundo, ¡qué horror! ¿Cuando tendré un hogar sólido?. La única respuesta que encontró fue: El día que me muera. Al regresar a casa se puso a escribir y media hora después, la pieza estaba terminada.

La sombra de un marido distante, dado a la exigencia y propenso al egoísmo, es una presencia que comparten obras como Inés y Testimonios sobre Mariana. En esta última, una de las voces narradoras reconoce que no aspira a descubrir el secreto de la pareja Mariana-Augusto, que nunca fue pareja.

En Debo olvidar se hace un recuento de la soledad, el temor y la pobreza que acompañan a madre e hija. El narrador encuentra en la habitación de un hostal las palabras de una inquilina anterior que compartía penurias con su hija y un par de gatos.

La ex esposa incómoda hizo méritos suficientes para forjarse un nombre propio, pero le fue negado su lugar en ese Olimpo del que ya formaba parte Octavio Paz.

EL PASADO

Una vez que se agota el porvenir queda comenzar a escarbar en la historia. Elena Garro fue una niña que gustaba de hacer travesuras. Una de ellas, fue prenderle fuego a la casa de una vecina. Por este pirómano acto de diversión su padre la envió, en 193, a un internado, del que se fugó dos meses después para volver a Iguala.

Desde la juventud comenzó a explorar los pasillos cotidianos de la fatalidad, los sinsentidos de la realidad, y la singularidad de la tragedia humana, de tal manera que en obras como Testimonios sobre Mariana no duda en afirmar que la vida está hecha de pedazos absurdos de su tiempo y de objetos impares.

La Garro adulta explotó en sus escritos la veta del menosprecio del que fue objeto durante prácticamente toda su vida a partir de aquella cita en el juzgado con el futuro ganador del premio Nobel.

La escritora que regresó a México a pasar los últimos años de su vida no fue muy distinta, estaba enferma, pero seguía en pugna con su pasado, con todos los hechos que de una u otra manera la acostumbraron a mal vivir.

En el último tramo de su recorrido hacia el hogar sólido de la tumba, reconoció que un único propósito animaba sus miembros y exacerbaba su inteligencia: Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él [...] en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz.

A pesar de las posturas lapidarias y los funestos lances contra su exmarido, la biografía de Elena no se agota en la lucha contra el autor de El mono gramático.

Su gran amor, ese que la persiguió con sus misivas por tres continentes, la animó a emprender el camino que cultivó con acierto.

En una carta fechada en Buenos Aires el 25 de julio de 1949, el apuesto Bioy puso: Debes escribir. Que los escritores te hayamos aburrido es una fortuita circunstancia de tu biografía y sólo tiene importancia para ti; que escribas tiene importancia para todos.

Y en 1957 el odiado Paz, el mismo que no le permitió regresar a la universidad, le pidió tres piezas teatrales para su programa de poesía en voz alta. Un año después fueron publicadas junto a otras cuatro por la Universidad Veracruzana. Aquel volumen llevó por título Un hogar sólido.

Lo demás es buscar el nombre Garro Elena en las fichas de escritores mexicanos del siglo XX con la certeza de que ese incendio en la sombra se mantiene.

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Foto:Archivo Siglo Nuevo
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Elena Garro, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Helena Paz en Nueva York (1956). Foto: Archivo Siglo Nuevo
Elena Garro, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Helena Paz en Nueva York (1956). Foto: Archivo Siglo Nuevo
Foto: Archivo Siglo Nuevo
Foto: Archivo Siglo Nuevo
Elena Garro a lado de su hija Helena Paz Garro. Foto: Archivo Siglo Nuevo
Elena Garro a lado de su hija Helena Paz Garro. Foto: Archivo Siglo Nuevo
Foto: Barry Domínguez/CNL-INBA
Foto: Barry Domínguez/CNL-INBA
Recibiendo Premio Xavier Villarrutia en compañía de Juan José Arreola, Francisco Zendejas y Manuel Becerra Acosta. Foto: Archivo Siglo Nuevo
Recibiendo Premio Xavier Villarrutia en compañía de Juan José Arreola, Francisco Zendejas y Manuel Becerra Acosta. Foto: Archivo Siglo Nuevo
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