
Descubre... Huasteca Potosina
Si se buscan sitios solitarios y silvestres que aún conserven su entorno original, internarnarse en paisajes de colores turquesa y verde intenso para conectarse con la naturaleza y dejar atrás lo cotidiano. La mejor opción es la Huasteca Potosina, en la zona media de San Luis Potosí.
Saltos en cascadas que producen pánico a quien se anima a colocarse al borde, paseos en balsa por ríos azulados, chapuzones en pozas y buceo en manantiales color zafiro son lo que nos espera para olvidar la rutina.
Hay que llegar a Ciudad Valles, calificada como la puerta a la Huasteca. Su ubicación permite que el desplazamiento en menos tiempo a diferentes sitios que prometen aventura.
Chapuzones en un paraíso terrenal
A una hora y media de Ciudad Valles y a tres kilómetros del municipio de Tamasopo, está El Cafetal. Ahí se forman pozas turquesa naturales donde se puede nadar, aventarse clavados y hacer rappel.
La Poza Azul es un ojal que de repente parece un cenote, si no fuera por la cascada de 25 metros de altura que cae dentro de él y que forma parte del caudal del río Tamasopo (en lengua tének, "lugar que gotea"). Se llega después de bajar 200 metros de escalones, es una alberca natural de 40 metros de profundidad.
Este lugar rodeado de ceibas, helechos y de rocas calizas -que desprenden minerales provocando la coloración turquesa del agua de la zona- deleita al olfato con el aroma a hierbas y tierra mojada.
La Poza Azul es tranquila, en apariencia, pero las cuerdas con las que todos se sujetan al nadar en ella evitan que sean jalados por remolinos. Los menos arriesgados, los que quieren descansar y observar el paisaje, se quedan en la zona baja de 3 metros de profundidad. Todos, sin excepción, aun siendo buenos nadadores, deben usar chaleco salvavidas.
La erosión de la piedra por el agua formó una caverna en forma de cúpula que conecta esta poza con otra. En la superficie, existe un camino de roca, punto de reunión entre un cerro y otro, razón por la cual a este lugar se le ha bautizado con el nombre de Puente de Dios.
Casi no hay luz natural, así que por seguridad no podemos atravesar la caverna, pero nos cuentan que ahí abajo, los rayos solares que alcanzan a llegar al fondo penetran el agua coloreándola de un azul muy claro, como si fuera iluminación artificial.
Tejones, jabalíes, mapaches y hasta pumas (pero sólo de milagro) pueden verse en este lugar. Cuando eso ocurre, lo mejor es ser prudente y mantener la debida distancia.
Un balneario de albercas naturales
Esta misma tarde, partimos al balneario Las Cascadas, a una hora y cuarto de Valles y a dos kilómetros de Tamasopo. Tres cortinas de agua de ocho, 12 y 16 metros de altura y varias pozas naturales, despiertan el deseo de darnos varios chapuzones.
Otros prefieren sentarse y relajarse sobre las rocas grises.
Queremos ir a la "zona privada", como la llama Jesús, el guía, porque pocos son los que conocen dos pozas de casi tres metros de profundidad que se forman antes de que caiga una cascada (otra más).
Nos sumergimos en ellas en total calma, mientras el torrente de agua de pequeñas cortinas llega a estas albercas y masajea el cuerpo, mientras se perciben sonidos de aves. Mejor spa, no puede existir.
Jesús explica que estas son frecuentadas por parejitas que encuentran aquí un espacio romántico.
Después de subir algunas rocas con esfuerzo para llegar a las albercas naturales, nos fijamos que no salgan víboras de cascabel. Si encontramos una, lo mejor es quedarse quieto.
La tercera cascada es la mejor, a juicio personal. Algunos visitantes se sujetan de una cuerda amarrada a la rama de un árbol, como de seis metros de altura. Unos pasitos atrás y después un impulso con los pies para salir disparados. Gritan al estilo "Tarzán y se dejan caer a una poza de siete metros de profundidad.
Cruzamos caminitos angostos de piedra para llegar a los vestigios de una antigua planta de molienda de caña de azúcar, segunda actividad económica en esta región. Encima de estas ruinas de hace más de un siglo, se erige un higuerón de más de 150 años que abraza con sus raíces la edificación por dentro y por fuera, como si fuese un monstruo.
La calma despierta el deseo de dormir arrullado por el sonido de las cascadas y de las aves que habitan ahí. Por este motivo, hay una zona especial para acampar, rodeada de árboles frutales.
Saltos para temblar
A media hora de Ciudad Valles, se practica el salto de cascada. Siete caídas de agua de dos a ocho metros forman una cadena de caídas de agua para aventarse clavados y sumergirse en las pozas turquesa de hasta nueve metros de profundidad.
La fuerza del agua es tan grande, que hay quienes se han atrevido a lanzarse a bordo de un kayak. Para los que buscan algo más tranquilo, hay paseos en balsa.
Ascendemos por las montañas que rodean las Cascadas de Micos con el equipo puesto: casco, chaleco salvavidas de flexibilidad (para menearse cómodamente) y tenis para protegernos los pies del golpe del agua y de las rocas resbalosas (a veces filosas). No llevamos más. Jesús, nuestro guía, nos ha hecho abandonar celulares, cámaras fotográficas que no resistan al agua y hasta el dinero.
La Cascada de Diablo, de 13 metros de altura, no es para primerizos, debido a la cantidad de rocas que hay debajo de ella.
Así que mejor iniciamos en una de seis metros. Nos colocamos en el borde de la cascada, con el miedo encima de que nos arrastre la corriente, pero no. El vértigo nos invade, sudan las manos, nos tiembla el cuerpo y gritamos para liberar el estrés.
Las instrucciones: caer recto para no lastimarse (porque puede haber fracturas), con un brazo cruzado para tapar la nariz y otro en la parte alta del chaleco para evitar que se suba a la hora de caer. El paso más difícil es dar un brinco hacia el frente, dejarse llevar por la gravedad y estrellarse, finalmente, en el agua.
Después de 20 minutos de constante indecisión, el guía me toma de la mano y me hace gritar: ¡Uno, dos, tres! Y a saltar. La caída de un segundo, se hace eterna. Duele el estómago. No puedo gritar. ¡Zas! Siento el golpe del agua que por gravedad me jala. Salgo rápidamente.
El susto ya pasó, me tranquilizo y nado para llegar al siguiente punto. Y así, en una y en otra.
La más alta es de ocho metros. Unos repiten hasta tres veces más. Los cobardes mejor la evadimos y decidimos explorar el lugar.
Bajamos por unas rocas que marcan un camino empinado. Vamos sujetándonos de los árboles de sauces y fresnos (en sus copas también se practica tirolesa).
Vemos algunas guacamayas y buscamos apreciar algún mico, monos que habitan aquí y por los que se le ha dado nombre a este paraje.