Siglo Nuevo

Alvar Aalto

Un gigante finlandés de la arquitectura

Aalto-Hochhaus, Apartamento en Bremen, Alemania (1962). Foto: Jürgen Howaldt

Aalto-Hochhaus, Apartamento en Bremen, Alemania (1962). Foto: Jürgen Howaldt

Jesús Tovar

Con un profundo olor a pino que invade el olfato, la arquitectura escandinava de Alvar Aalto nos deleita con la presencia del refrescante bosque en cada muro, en cada piso y en cada detalle que deja de lado el modernismo y evoca a su Finlandia en cada rincón.

Alvar Aalto nació en Kuortane (Finlandia) el 3 de febrero de 1898 . En 1916 se matriculó en el Liceo Clásico de Jyväskylä y en 1921 obtuvo su diploma de Arquitectura en el Instituto de Tecnología en Helsinki.

Alvar Aalto el más célebre arquitecto finlandés de todos los tiempos fue el segundo hijo de S.H. Aalto y de Selma Hackstedt. En ciertos momentos de su vida luchó por la independencia de su país. Finlandia, tierra fría repleta de bosques, situada entre Rusia y Suecia, fue la inspiración para todos sus proyectos.

En el colegio Alvar era simpático y ocurrente pero no buen estudiante ya que sufría una dislexia que le forzaba a realizar extraños juegos con el lenguaje. Destacaba en el deporte y sobresalía en el dibujo y hacía tan buenas presentaciones que en una ocasión desestimaron uno de los trabajos en un concurso infantil por considerar que la pintura había sido realizada por un adulto. Una tarde, cuando tenía 12 años de edad, tras recoger el correo se puso a ojear una de las revistas a la que su padre estaba suscrito. La publicación incluía unas ilustraciones que le fascinaron y ahí descubrió el trazo firme de los dibujos del famoso arquitecto Eliel Saarinen que para él fueron toda una revelación. Años más tarde la familia se mudó nuevamente a una casa más modesta en Alajärvi para poder pagar los estudios de los hijos. El señor Aalto estaba empeñado en que uno de sus chicos realizara carrera militar, pero Alvar esquivaba la sugerencia. Aalto se distraía ilustrando revistas universitarias y con el tiempo llegaría a vender caricaturas a algunas de las publicaciones de la capital. Entre los profesores que tuvo, Usko Nyström había recorrido Francia a pie para no perderse ninguna catedral y convencido de que sus dimensiones encerraban precisos secretos había medido a detalle todas las que le interesaron. Armas Lindgren, el socio de Eliel Saarinen y Herman Gesellius fue también profesor de Aalto y sería él quien despertó su curiosidad por Italia, la urgencia de estudiar a Palladio y a Fillipo Brunelleschi.

Durante 78 años viviría una guerra civil, dos guerras mundiales y varias invasiones. Al regresar de la guerra, el arquitecto se empeñaría en añadir un porche a la fachada de su casa paterna, siendo este su primer trabajo. En inglés grabó una inscripción que sus padres no llegaron nunca a entender: “Mi casa es mi castillo”. Finalmente, enterró la memoria de la guerra realizando un segundo proyecto: un cementerio para quienes había pagado con su vida el alto precio de la independencia de su país.

UN PILAR IMPORTANTE

Aino (con quien Aalto se casó en 1924) era unos años mayor que Alvar y tenía la rara capacidad de reforzar al arquitecto con la mirada, sonreía ante sus carcajadas y con un gesto de cejas aprobaba sus diseños. Supervisaba proyectos, llevaba cuentas y vigilaba, discreta, los excesos de su marido. Durante los 25 años que permanecieron juntos, hasta la muerte de Aino, ella fue su base y su cabeza. Recorrieron Europa en coche, navegaron juntos hasta América y descubrieron juntos el Mediterráneo. Tuvo con ella dos hijos, vivieron una guerra, crearon juntos una compañía de muebles y prepararon también varias mudanzas. Observó la torpeza con que su marido se movía en sus primeros contactos con Sven Markelius, Erik Gunnar Asplund o Le Corbusier y llegó a saborear cómo el mundo se rendía ante todos los proyectos que salían de su estudio. En su casa de Jyväskylä instalaron un gramófono para aprender a bailar foxtrot, aprendieron inglés por correspondencia y se convirtieron en cinéfilos. Aalto siempre atribuyó a ella la mitad de sus éxitos y la coautoría de muchos de los edificios en los que había trabajado arduamente. Abiertos a los avances tecnológicos, la modernidad se reflejó en los proyectos de su taller muy pronto.

En Turku los Aalto se interesaron en los muebles Thonet y en los muebles tubulares metálicos diseñados por Marcel Breuer que en 1928 mandaron importar de Berlín. De la silla Senna de Asplund, Aalto realizó una versión propia y un año después una de otro diseño del propio Breuer. En 1931 comenzó a diseñar su propio mobiliario y un conjunto de formas de madera serviría para catapultar su carrera en esta área y llevar su nombre hasta el Museum of Modern Art de Nueva York (MoMA). Atraídos por las sillas que habían visto expuestas en la Trienal de Milán y aprovechando que Maire Gullichsen quería abrir una galería de arte en Helsinki, los Aalto y los Gullichsen idearon una empresa, Artek, para producir y comercializar los muebles del arquitecto. En la capital finlandesa inauguraron una tienda modelo que exponía regularmente obra de artistas como Calder o Léger, vendía exclusivamente mobiliario diseñado por Aalto y contaba con una pequeña biblioteca en la que los clientes podían informarse cómodamente. En sólo un año las ventas de los productos diseñados por Aalto crecieron en proporción geométrica y se distribuyeron por todo el mundo.

GRANDES MAESTROS

A partir de 1937 Alvar Aalto no volvió a tener tiempo libre. Las ideas de Harry Gullichsen para la prosperidad industrial pasaban por mejorar las condiciones de los trabajadores, por eso, el primer encargo que Aalto recibió de los empresarios consistió en diseñar una ciudad en la que cada uno de los obreros pudiera tener una vivienda digna. Proyectando Varkaus, Alvar y Aino Aalto aprendieron diseñar detalles y espacios abiertos flexibles que se adelantaban varias décadas a las necesidades de todos los futuros hogares del mundo.

Aalto prefería el realismo de Gropius a las utopías de Le Corbusier pero estaba muy orgulloso de sus amigos y aprendía mucho de ellos. De Sven Markelius admiró su modelo social, de Le Corbusier escuchó que un arquitecto debería de tener el aspecto serio de un ingeniero y que necesitaba ser distinguido sin llegar a parecer un artista bohemio pero que debía alejarse del físico de los caballeros ingleses, de Viola Markelius admiró su gusto por la velocidad, de László Moholy-Nagy aprendió su mundo de tipografías y el universo de su fotografía que no dudaría en combinar con la arquitectura, de Morton Shand aprendió la importancia de un traje bien cortado, de Sigfried Giedion, aprendió la utilización de las palabras y de Wright a hacer de los mejores hoteles del mundo su casa. El arquitecto daba conferencias por las universidades de mayor prestigio y hacía gala de un patriotismo considerado a veces de oral. Era un tipo festivo y seductor.

Aalto vivía en Boston cuando su mujer enfermó y viajó a Helsinki para ver cómo el cáncer le robaba su mayor tesoro. Sin Aino y ya con 50 años, se sumió en la más profunda crisis de su vida. El sello de todos los concursos en los que participó durante esos años reflejaba una cierta temática funeraria. Los amigos del arquitecto estaban preocupados y al cabo de tres años consiguieron convencerle de que los viajes le proporcionarían mayor beneficio que el alcohol y así fue. Otra vez en Europa, Aalto se reunió con sus viejos amigos Léger, Arp, Le Corbusier y Brancusi. Visitó los Países Bajos, París, Zúrich, Barcelona, Madrid y hasta Granada. En Italia recuperaría su energía para afrontar la etapa más fecunda de su carrera y Roma sería el escenario para el encuentro secreto entre Alvar Aalto y Elsa Mäkiniemi para convertirse posteriormente en Elissa Aalto.

A la década de 1950 pertenecen los proyectos de la iglesia Vuolsenniska en Imatra y el de la biblioteca de Seinäjoki, la ciudad finlandesa con mayor concentración de obras de Aalto. Con 60 años se había convertido no sólo en el arquitecto finlandés más importante de la historia sino en el más reconocido del mundo. Construyó viviendas en Lucerna, Berlín y Bremen, un centro cultural y una iglesia en Wolfsburg y proyectó una ópera para Essen. Esta última, la obra más importante que Aalto levantara en Alemania, se convertiría en una obra póstuma junto con la iglesia de Riola, cerca de Bolonia, Italia. Nunca cumpliría su contrato como profesor con el MIT ya que nunca tenía tiempo, estaba muy activo ideando planes urbanísticos y el arquitecto acumulaba más proyectos de los que nunca llegaría a diseñar. A Aalto le emocionaba la vida y no necesitaba nada para ser feliz, sólo la soledad le daba miedo y sólo le temía a la muerte. Alvar Aalto murió solo y el último año de su vida visitó por última vez Venecia, la ciudad del mundo que más le emocionaba. Una tarde le falló el corazón y pocas semanas después murió.

UNA OBRA MAESTRA EN MEDIO DEL BOSQUE

Los Gullichsen le encargaron a Aalto una de las casas más famosas de la historia de la arquitectura. La Villa Mairea, bautizada con el nombre de su dueña fue un homenaje mutuo: Aalto construyó una vivienda en la que el agua, la madera y las piedras convivían en la naturaleza. Maire Gullichsen comprendió que el lujo espacial no consistía en metros y habitaciones sino en la placidez que materiales, espacios y luz podían arrancar al lugar. A partir de Mairea, los trabajos del arquitecto se organizarían con el orden desordenado de un bosque.

La villa Mairea en Noormarkku, al oeste de Finlandia, es una lujosa residencia en cuyos planos y cuya realización el arquitecto pudo dar rienda suelta y libertad a sus ideas sin tener que ceñirse a limitaciones financieras. Los Gullichsen habían entablado amistad con los Aalto. Maire, la adinerada heredera de la empresa Ahlström, era una galerista amante del arte y del diseño que había estado ampliamente ligada a la escena artística europea. El matrimonio Gullichsen animó a Aalto para que crease algo original y nuevo. Aalto hizo su primera propuesta en el invierno de 1938 y el plano preveía un edificio en forma de 'L' con tres alturas en la parte de la entrada y dos en la parte del jardín. El jardín estaba rodeado por un muro y contaba con una sauna y una piscina en forma ondulada. El centro de la casa lo formaba un vestíbulo interior elevado.

En abril de 1938 Aalto firmó una modificación suprimiendo el vestíbulo interior elevado. La denominada “Proto-Mairea” preveía tanto en la primera como la planta baja diferentes niveles de techo y sobreelevaciones así como una sucesión de habitaciones para invitados. La galería de arte se encontraría en un edificio aparte detrás de la piscina. Ya se habían empezado con los cimientos cuando Aalto decidió modificar una vez más el proyecto. Se cambió la planta baja original y las habitaciones y finalmente la galería de arte separada se fundiría con una enorme sala de diferentes usos. En el piso inferior se encuentran las salas de representación y vida social, en el piso superior las habitaciones privadas y los cuartos para invitados además del taller de Maire Gullichsen. En total existen más de 400 bocetos de la casa, los últimos de ellos fechados en enero de 1939.

La Villa Mairea está situada en lo alto de una colina en un bosque de pinos y cuando uno se va acercando al edificio la primera impresión es la de una fachada clara y limpia que luce mucho entre los árboles. A medida que uno se aproxima empiezan a destacar todos los detalles y evocaciones poéticas. El techo que cubre la entrada está sostenido por troncos de árboles jóvenes con corteza colocados de pie uno al lado del otro, que dan a este espacio un toque excepcional. Dentro de la casa la mirada se dirige a otro 'bosque' tras el que se oculta la escalera que conduce a la planta superior. A su lado se abre un amplio y luminoso ventanal al patio interior que se puede entender como un símbolo del paisaje de las playas finlandesas con muros de piedra y una sauna. Al sur un pequeño montículo artificial encuadra el paisaje. Aalto empleó una simbología del bosque parecida en el pabellón de la Exposición Universal de París. La sauna con el techo cubierto de turba, las paredes de piedra, la puerta de madera tradicional y otras muchas soluciones son una muestra más de la construcción tradicional y popular de Finlandia. En los ricos detalles de la casa se pueden adivinar ciertos rasgos de la arquitectura japonesa en lo referente a las proporciones y al uso de los materiales y aunque Aalto nunca visitó Japón, mientras estuvo trabajando con el proyecto de la Villa Mairea, usaba un kimono que le había regalado el embajador de ese país.

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