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Los jefes de la División del Norte (1911-1914)

Muy lejos de asegurar la paz,el triunfo de Huerta,al mando de la División del Norte, sobre Pascual Orozco fue tan solo el preámbulo de la tormenta que se avecinaba sobre el país.

Muy lejos de asegurar la paz,el triunfo de Huerta,al mando de la División del Norte, sobre Pascual Orozco fue tan solo el preámbulo de la tormenta que se avecinaba sobre el país.

Enrique Sada Sandoval, investigador histórico

Con el triunfo absoluto de la División del Norte al mando de Huerta sobre Pascual Orozco y sus "colorados" financiados por los Terrazas y los Creel, todo parecía indicar que la paz ya estaba garantizada,quedando en manos revolucionarias como trofeo la espada de Orozco, una verdadera joya, engarzada con esmeraldas, que este último abandonó a mitad de una cena cuando tuvo que huir de Ojinaga a punto de ser capturado por el general Maclovio Herrera. La discordia se creía sepultada finalmente bajo las arenas interminables del desierto de Chihuahua, asentándose el gobierno bajo un espíritu de calma que parecía imponerse desde el extremo norte y sobre el resto del país mientras los ecos de los últimos cañones que se enfriaban parecían ahogarse ahora en el recuerdo, como todo hecho histórico en donde los soldados involucrados se aprestaban a guardar sus mejores estampas de batalla como un tesoro personal que referir en sendas cartas destinadas a novias, esposas, hijos, padres, amigos y familiares.

Sin embargo, detrás del horizonte llano se agitaban una serie de pasiones encontradas cuyos estertores internos solo podían aquilatarse a cabalidad por quienes parecían tan inconformes con la paz conseguida, a pesar de lo tajante que fue el triunfo sobre los insurrectos cuando tan heroico y legendario contingente había logrado asegurarse nuevos laureles, quitándose el estigma de desolación y la hiel de la derrota que les había infligido, poco antes, tanto la imprudencia trágica del general González Salas como el drama de su muerte.Victoriano Huerta también saboreaba las mieles del triunfo rápido y contundente,como a él solía gustarle,festejando en su pullman con una botella de cognac, lo que a sus ojos vivaces parecía abrirle un abanico de posibilidades antes de volver a la capital para ser recibido por el presidente Madero como el vencedor y restaurador de la paz. Pero esta era solo una de tantas cartas con las que pensaba jugar a su regreso; no era la única. Nadie sospechaba que detrás del fondo de sus lentes ahumados se anidaban también una serie de rencores personales y ambiciones salidas de todo cauce.

En estos pensamientos se encontraba precisamente cuando llegó a sus oídos cierto rumor de escándalo entre sus propias filas: una queja de robo perpetrado por uno de sus subalternos en perjuicio de un comerciante de apellido Russek, avecindado en la población de Jiménez,Chihuahua-a quien se despojó de varios efectos personales-y el hurto, sin motivo aparente, en contra del Dr. Cruz López-a quien se había quitado uno de sus mejores caballos-por uno de los generales irregulares que se le habían adherido a Huerta en la ciudad de Torreón: el general Francisco Villa,quien en pleno frenesí del triunfo volvió a obrar como el bandolero Doroteo Arango;el mismo a quien Madero había perdonado de todos sus crímenes anteriores,creyendo de buena fe en su regeneración total como individuo útil a la causa democrática en 1911.

La razón del atraco cometido por parte de Villa no era en lo absoluto fortuita o accidental,al menos en uno de los casos;todo lo contrario,era motivada por la venganza personal que éste albergaba en contra del Dr. López,quién como Jefe Político había dado la orden que destruyó a la partida de cuatreros y asesinos comandados por José Beltrán,a cuyas órdenes militaba Villa cuando era asaltante,como refiere el historiador Reidezel Mendoza en su obra Bandoleros y Rebeldes, lo mismo que Celia Herrera en Francisco Villa ante la historia.

Una vez enterado del incidente, el jefe de la División del Norte le ordenó a Villa restituir a sus dueños todos los efectos robados,pero Villa se opuso a hacerlo y pretendió tomar ventaja de este hecho obrando con duplicidad, emitiendo un telegrama al gobierno federal en pedía ser relevado de estar bajo el mando de Huerta. No cabe duda que este incidente habría pasado desapercibido hasta cierto punto si el otrora Doroteo Arango hubiera cumplido la orden de su superior en cuanto a devolver lo que, abusando de su posición como jefe de las fuerzas irregulares, había tomado con dolo. Y fue esta actitud la que animó a su superior a dar la orden de desarmarlo junto con toda su partida de hombres y mandarlo a fusilar como ejemplo para otros.

Llama la atención como es que Frederich Katz, en su clásica biografía sobre el "Centauro del Norte",omite deliberadamente o pasa por alto este singular detalle, intentando justificar este episodio en la supuesta inquina personal que Huerta sentía respecto a quien fuera bandolero,y en contra de todos los irregulares en general. Sin embargo, al menos en este caso, no parece haber animadversión o insidia como Katz la señala sino el rigor disciplinario que a Huerta solía caracterizarle desde siempre, tratándose de faltas cometidas a las ordenanzas militares de las que el oriundo de Ocotlán,Jalisco,era tan fanáticamente adicto como lo era al alcohol.

Tal parece que Villa se hallaba sumamente confiado de salir impune de esta situación(pensando en su cercanía con el gobernador Abraham González),pues cuando Rubio Navarrete rodeó su campamento le encontró durmiendo plácidamente junto con sus hombres. Esto desconcertó al mismo,pues Huerta simplemente le instruyó-al punto de dormir su borrachera-que se aprestara a desarmarlo puesto que planeaba insubordinarse, asegurándose de fusilarlo una vez que lograra adherir a todos sus hombres como leales a la División del Norte. Ante esta situación, Navarrete se limitó a montar guardia hasta que todos despertaran,con la intención de enviar un telegrama al presidente para ratificar esta medida o revertirla de ser posible. Entonces Huerta despertó,y al ver que su orden no había sido cabalmente cumplida, mandó al coronel O'Horan arrestrar a Villa y ultimarle que sería fusilado al amanecer. Cuando Villa preguntó al Jefe de la División del Norte, su jefe por más señas, por qué lo condenaba a muerte por algo que no ameritaba tanto rigor, éste le respondió lacónico e impasible, como siempre lo había sido con todos: "Porque así lo ordena mi pundonor militar".

Entonces Villa, el implacable, lloró ante Huerta; rogándole a gritos y con torrentes de lágrimas que no lo matara.Así lo encontró Díaz Navarrete, de rodillas ante O'Horan, suplicándo por su vida, tomándolo de la pierna, en un ataque de pánico e histeria lacrimosa.Ecos de este episodio vergonzoso se encuentran en la letra original del célebre Corrido del Siete leguas,originalmente antivillista y posteriormente cambiada:

"¿Ya no te acuerdas bandido

Cuando robaste los trenes?

¡Ya no te acuerdas cobarde

Cuando lloraste en Jiménez!"

Pero la suerte tenía deparada una puerta de salida gracias a la intervención de Emilio Madero,quien telegrafió al centro sobre lo que iba a ocurrir, recibiendo respuesta del presidente,quien ordenó suspender la ejecución para evitar efusión de sangre entre mexicanos. Fue justo en este momento cuando Navarrete corrió hacia el pelotón que se aprestaba a disparar,teniendo a Villa contra la pared,deteniéndolos; sacando al condenado a muerte del brazo y fuera del cuadro de tiro,para ponerlo a salvo en el Cuartel General.

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Villa lloró ante Huerta, rogándole a gritos y con  torrentes de lágrimas que no lo matara. Así lo encontró Díaz Navarrete, de rodillas ante O'Horan, suplicando por su vida, tomándolo de la pierna, en un ataque de pánico e histeria lacrimosa. Pero la suerte tenía deparada una puerta de salida.
Villa lloró ante Huerta, rogándole a gritos y con torrentes de lágrimas que no lo matara. Así lo encontró Díaz Navarrete, de rodillas ante O'Horan, suplicando por su vida, tomándolo de la pierna, en un ataque de pánico e histeria lacrimosa. Pero la suerte tenía deparada una puerta de salida.
A punto de ser capturado en una cena, Orozco abandonó su espada engarzada con esmeraldas, quedando como trofeo de guerra en manos del general Maclovio Herrera.
A punto de ser capturado en una cena, Orozco abandonó su espada engarzada con esmeraldas, quedando como trofeo de guerra en manos del general Maclovio Herrera.

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