
(Ramón Sotomayor)
Dos horas de viaje, mucha tierra y saltos bruscos cada que la camioneta pasa un pozo; un largo tramo de terracería, niños preguntando si ya llegaron… finalmente, una reja entre cerros nos da la bienvenida.
¿Quién pensaría que detrás de ese largo y sinuoso camino, en las profundidades de los altos cerros, se esconden Las Grutas del Rosario? Ese destino poco conocido y tan maravilloso localizado a inmediaciones de la Sierra del Rosario, a 20 kilómetros del Bolsón de Mapimí.
Unas cuantas mesas de madera, un caballo, avispas y un señor, nos reciben con gusto al llegar. A unos metros, un pequeño letrero señala "Grutas del Rosario". Después de varios minutos de espera llegan corriendo algunas personas tras finalizar su recorrido; unas lucen cansadas y otras hambrientas, pero felices por haber vivido la experiencia.
Por fin llega nuestro turno y el guía, un pequeño niño de no más de 13 años de edad con camisa negra y lámpara en mano, nos dice que lo sigamos. Doscientos largos y empinados escalones nos esperan antes de poder llegar a la entrada de la cueva. Desde ahí se observa lo grande de la sierra, definitivamente vale la pena el esfuerzo de estar ahí.
Un calor húmedo recibe al entrar, tanto que a los pocos minutos el sudor comienza a recorrer los rostros de los "exploradores". Me encuentro ahora con más escaleras, sólo que éstas van hacia abajo. El lugar es oscuro, pero de pronto te encuentras con una mezcla de colores azul, verde, rojo, entre otros, que iluminan el sitio. Es inevitable quedar impresionado ante estas maravillas de la naturaleza.
Los escalones de madera, húmedos y un poco resbalosos, al igual que las pequeñas gotas que caen sobre el cuerpo, me acompañan durante todo el recorrido. En él pueden observarse distintas figuras señaladas por el guía con su lámpara, las cuales están formadas por grandes y bellas estalactitas y estalagmitas que durante el transcurso de los años formaron a su capricho "leones", "coronas", "cervezas" y hasta los restos del avión de Jenny Rivera, claro, no sin el ingenio del guía que les ha encontrado forma.
Tras recorrer quinientos metros abajo, divididos en cuatro niveles, llegamos al final, al menos, hasta la parte en la que se puede caminar. Llena de sudor y un poco cansada, no puedo evitar el estar feliz después de todo por haber podido conocer este hermoso lugar que la tierra ha escondido entre sus entrañas y nos ha dado la oportunidad de poder visitar.