
Desde el 2008, San Miguel de Allende fue declarada Patrimonio de la Humanidad.
Hoy, estoy dispuesta a entregarme a los placeres. La ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad en 2008 me habla bonito al oído y yo caigo rendida sobre una cama de día con dosel y cojines mulliditos. Desde la enorme terraza de mi suite, puedo ver la neogótica y muy fotografiada parroquia de San Miguel Arcángel.
Entiendo por qué los viajeros sibaritas regresan una y otra vez. El destino sabe seducirlos.
Es mi primera visita y me parece un misterio lo que hay detrás de esos pesados portones de madera. Las casonas antiguas de fachadas coloniales y patios interiores alojan hoteles pequeñitos, decorados con devoción, como si fueran residencias propias; restaurantes cuyos sabores nos llevan a la gloria, boutiques y galerías de arte.
A cuatro horas de camino del DF, según se porte el tráfico, está San Miguel. Cuentan que se lo han apropiado norteamericanos retirados y artistas plásticos de otros países: algunos hippies, otros snobs y, unos más, artistas de verdad. Quedaron tan maravillados que lo hicieron su hogar por el resto de sus vidas.
Al caminar por las calles empedradas, entre fachadas de tonos encendidos, encontré la relajación total y el trato digno de la nobleza. Me di el lujo de dormir una noche en Rosewood, una mansión con jardines exuberantes, donde muchos quisiéramos vivir para que el apapacho sea eterno y nunca más tuviéramos que mover un solo dedo para hacer la cama o servirnos un café.
En un afán por explorar cada rincón del hotel, descubrí suites que cuentan con elevador privado. El lujo se nota en su mobiliario de estilo colonial, se plasma en sus obras de arte contemporáneo en los espacios públicos y en el servicio personalizado que no te ahoga.
La atmósfera es lo suficientemente íntima como para compartirla en pareja. Y para una cena romántica o una pequeña reunión, no hay que ir muy lejos. Recomiendo reservar una velada en La Cava, ubicada en la parte baja de la propiedad. Entre muros de piedra de grueso espesor, se dispone de una mesa elegante con sillas de cuero. El lugar está decorado con fotografías de Frida Kahlo. Un retrato de ella, al fondo, domina la escena. Advierto que la temperatura es algo fresca y el ambiente es sobrio. Pero el elemento más interesante son las 800 etiquetas de vinos nacionales e internacionales que aquí se conservan.
Sabor y nada más
El restaurante Áperi, dentro del hotel boutique Dos Casas, se encargó de hacerme apreciar los sabores más a conciencia. Lo primero que noté fue la ausencia de manteles y adornos exagerados. El chef Matteo Salas, propietario del restaurante, prefiere que la comida hable por sí misma.
Su cocina es tan hogareña y de buen gusto como la de mi tía rica. Fui acompañada y nos invitaron a formar parte de la mesa del chef.
El mismo Matteo Salas convivió con sus comensales mientras preparaba la cena.
Seis granjas y un huerto propio proveen cada ingrediente. Y lo que traen de otro lado, debe ser cuidadosamente seleccionado, sin pasar por procesos químicos.
Matteo ha trabajado en varios restaurantes europeos. Para sus creaciones, reúne lo mejor de las técnicas extranjeras con sus productos favoritos de la región.
Frente a mí, un rollo de aguacate relleno de pescado, con granizado cítrico y yogur, fue emplatado y decorado con paciencia y delicadeza admirable. Lo mismo ocurrió con cada uno de los 13 platillos de degustación. Mi preferido: una pieza de camote quemado al grill, cuyo toque de mantequilla enloquecería a cualquiera por su olor.
La experiencia se prolongó a la sala de degustación de la tequilera Casa Dragones. Se hizo de un espacio dentro de una verdadera hacienda de tiempos del Virreinato.
Hace más de dos siglos fue el cuartel general de un grupo de caballería al que perteneció Ignacio Allende. Ahora es la "casa espiritual" del tequila predilecto por celebridades como Oprah Winfrey.
Aquí se originó la marca. Los responsables: Bertha González, la primera mujer en ser nombrada maestra tequilera por la Academia Mexicana de Catadores de Tequila, Vino y Mezcal, y Bob Pittman, cofundador de MTV.
En las páginas de una revista
En San Miguel, no todo tiene una pátina de antaño. En 2010, el empresario estadounidense Harold Spock Stream III inauguró un hotel boutique destinado a convertirse en un oasis para los amantes del arte. Para la decoración tomó piezas de su propia y amplia colección. Al hotel le puso Matilda, como su madre, amiga cercana de Diego Rivera. En más de una ocasión el pintor la retrató, pero solo una obra la enamoró. Es la misma que conserva el lobby del hotel.
Al llegar a mi nueva habitación, me dio la impresión de estar en las páginas de una revista de moda. Predominan sofisticados tonos grises y minimalistas, con un toque femenino. Matilda representa el alojamiento contemporáneo y suntuoso en San Miguel. Su espíritu vanguardista es un imán de artistas de talla internacional, como el fotógrafo Spencer Tunick, quien lo visita al menos dos veces al año.
No importa la dieta. Es un deber de todo viajero glotón, mejor dicho, de todo bon vivant, reservar una mesa en el Moxi del chef Enrique Olvera, el mismo propietario de Pujol en el DF, el número 16 en la lista San Pellegrino.
Su gastronomía es mexicana contemporánea.
Valió la pena hacer estómago para el menú degustación de cuatro tiempos. Las porciones no son monstruosas, pero tampoco diminutas.
¿Y los "souvenirs"?
Hasta 1991, la Fábrica La Aurora se dedicaba a la producción de textiles. Los espacios que antes eran ocupados por pesadas maquinarias, se convirtieron en galerías de arte, restaurantes, tiendas de decoración y muebles antiguos; en resumen, un paraíso del diseño y las compras. Para cerrar mi fin de semana marcado por el placer, el olor a pan artesanal, recién horneado, me lleva a Cumpanio, mi último pecado. (Samantha M. Guzmán).