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Vulgarismos del habla lagunera

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Vulgarismos del habla lagunera

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Saúl Rosales

En términos del habla, un vulgarismo no es necesariamente una expresión grosera, insultante, cruda, ruda, malsonante ni lo que antes se entendía como peladez o «malarrazón». La palabra «vulgar», en el campo del idioma, hasta se asocia históricamente al amor y poesía.

Sobre la lengua vulgar, el amor y la poesía, Dante escribió a principios del siglo XIV en su Vida nueva: “No hace muchos años que aparecieron los primeros poetas en lengua vulgar, y hablar de versos vulgares equivale a hablar de versos latinos [...]. Y el primero que empezó a componer en dicha lengua, lo hizo para que comprendiera sus palabras alguna mujer a la que le era difícil entender los versos latinos. [...] tal forma de expresión fue inventada para hablar del amor.”

Aclarado lo del primer párrafo y después del rotundo remate del segundo, que asevera que el habla vulgar “fue inventada para hablar del amor”, veamos una curiosidad, una anécdota provocada por palabras vulgares (populares) laguneras que traquetearon en otra región.

Cuentan que unos obreros laguneros fueron llevados a trabajar a Zapopan, Jalisco. A la hora de comer, quisieron surtirse en una tienda de las antiguas. A quien los atendió en el mostrador, le pidieron dos «portolas», cuatro piezas de francés, dos sodas y unos tornachiles.

¿Qué? El dependiente puso cara de desconfianza o de susto. No sabía qué le pedían. ¿Sería una nueva forma de asaltar? Por suerte estaba allí otro lagunero que había ido a estudiar a la Escuela Militar de Aviación y tradujo: lo que quieren estos señores es dos latas de sardinas, cuatro virotes, dos refrescos y chiles en vinagre.

En La Laguna, principalmente entre el vulgo (latín, vulgus: muchedumbre; el pueblo, el común de la gente), las cuatro palabras de la anécdota que necesitaron ser traducidas son de uso corriente, es decir, «portolas», sodas, pan francés y tornachiles corren con soltura en las relaciones cotidianas.

Por si algunos lectores de estas líneas se formaron con palabras de la televisión y no con las de sus abuelos, aclaremos que «portola», era, o es, una marca de latas de sardinas cuyo nombre se volvió vocablo genérico; soda, es vocablo italiano que designa una bebida gaseosa.

Falta comentar pan francés y tornachiles. El adjetivo de ese pan parece tener origen en las similitudes con alimentos que el hablante vulgar -ahora sí vulgar en el sentido de procaz, desvergonzado o soez- hizo al comparar alimentos con partes genitales. Así nombró, con diminutivo exculpador, burrito al taco, y hot dog a la salchicha larga emparedada. El pan francés haría pensar en lo que el autor del Quijote llama “canal mayor”.

Finalmente, tornachile, que como tradujo el hablante lagunero de Zapopan, es chile en vinagre o chile encurtido, habrá llegado a La Laguna con los tlaxcaltecas colonizadores del siglo XVI. El Breve Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua dice que tornachile es palabra del náhuatl tornachilli, que literalmente es chile de sol, literalidad que quizá se pueda interpretar como chile que quema, por la irritación que produce en el paladar y en rumbos bajos del cuerpo humano. El Diccionario Porrúa de la Lengua Española dice que tornachile es “pimiento gordo”.

Terminemos viendo en el Tratado de la lengua vulgar, de Dante y en el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés, que el apego a nuestra lengua, la lengua vulgar, viene de haberla aprendido en la mujer y en la familia. El florentino escribe: “[...] llamamos lengua vulgar aquella a que los infantes se acostumbran por oírla de los que los rodean, cuando al principio de sus vidas empiezan a distinguir los sonidos [...], la que, sin ninguna regla, recibimos al imitar a la nodriza”.

Por su parte, Juan de Valdés enuncia: “[...] somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en los libros”.

Ligia Macías y José Chavero, conocedores de todos los rumbos de la Comarca Lagunera, me ilustraron de los usos de los cuatro vulgarismos de la anécdota.

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