
Entierro. Fue despedida en un ataúd color caoba con un Cristo.
En Madrid se producían dos despedidas para una misma persona: primero, la Gran Vía, arteria de la vida cultural de la ciudad, se engalanaba para darle el último adiós a Sara Montiel, la gran estrella, y minutos después se enterraba de manera sobria a María Antonia Abad, una mujer no menos inolvidable.
El desbordante periplo vital de "Saritísima", como la apodó Terenci Moix, exigía una división que separara el mito, que ella misma alimentaba, de la persona, que pocos conocían.
"Sabré marcharme cuando me dé cuenta de que la gente empieza a cansarse del mito", había dicho en vida. Pero ese momento nunca llegó y permaneció activa hasta que falleció, pese a sus 85 años, de manera totalmente imprevista, antes de un viaje a Oviedo para una consulta oftalmológica.
Nacida en Campo de Criptana (Ciudad Real), Sara Montiel se sentía universal, pero también tan madrileña como La violetera, una de sus películas más recordadas y que se proyectó en la plaza de Callao para deleite de los cientos de personas que se arremolinaban al paso de la comitiva fúnebre.
Once coches, dos de ellos repletos de coronas de flores, recorrieron la capital desde el tanatorio de San Isidro hasta la Gran Vía, como si fuera una romería dedicada a la diosa del cuplé.
"¡Viva Sara!", "¡Olé, Sara!" o estrofas de algunas de sus canciones más célebres han acompañado en su dolor a Thais y Zeus Tous, sus dos hijos adoptivos, visiblemente afectados. Pero la reunión de admiradores hablaba de la amplitud del calado de la Montiel.
Junto a Giancarlo Viola, su ex amante, abriendo entre lágrimas la comitiva al sepulcro que ella misma había mandado construir para su madre, apenas 200 personas, muchas de ellas de los medios de comunicación, despidieron a la protagonista de El último cuplé y pionera en el desembarco español en Hollywood.
Un ataúd color caoba rematado con un Cristo y una docena de claveles rojos acercaban a la cotidianeidad su adiós, que fue oficiado por un sacerdote negro que la recordó primero como María Antonia Abad para luego añadir que era "más conocida como Sara Montiel" .
Tras la ovación, los asistentes de manera espontánea comenzaron a cantar La violetera y a lanzar claveles a la tumba. Así se despedía para siempre a la que consiguió, sin duda, su principal objetivo en la vida: "Me juré no tener ningún amo, ser pájaro libre y lo he cumplido", había dicho.